En el lento progreso de la humanidad se han ido acumulando factores hasta el momento actual en que la velocidad del cambio tecnológico y económico no coinciden con la velocidad de cambio en las estructuras sociales y en el comportamiento humano. Este desfase tiende a incrementarse y a generar crisis progresivas. A tal problema se lo encara al menos a través de dos orientaciones: la que podríamos llamar mecanicista que postula que recomienda no intervenir en el proceso, y que sería imposible dirigir; las que pretenden detener el cambio y, en lo posible, volver a supuestas fuentes reconfortantes. Sin embargo, ambas representan una actitud antihistórica.
Lo que ha prevalecido hasta ahora en occidente es una postura que se orienta hacia la salvación individual, suponiendo que no tiene sentido ni posibilidad de éxito cualquier tarea que emprenda la salvación colectiva o social.
Sin embargo, todo parece indicar, por la prueba del tiempo transcurrido, que el sistema de ideas que aportaban la ideología del neoliberalismo, la economía social de mercado y el cacareado nuevo orden mundial capitalista, se ha derrumbado por sí solo. Más bien, los países que han seguido otros caminos, sobre todo mezclando orientaciones sociales con las de libre mercado, en dosis claramente medidas y sobreponiendo siempre el desarrollo social por encima del económico, han demostrado un crecimiento superior, mientras que los otros dan muestras de una decadencia clara.
Como esas ideologías están muertas en sus fundamentos desde hace mucho tiempo, ya que pronto les sobrevino la crisis práctica, que es la que finalmente confundieron significado con expresión, contenido con forma, proceso con coyuntura, no tardó mucho en producirse el descalabro que actualmente se percibe sobre todo en las grandes potencias capitalistas.
La pobreza, el analfabetismo, la ausencia de atención médica para los más pobres, la casi imposibilidad de acceder a una vivienda digna y a la educación de los hijos, incrementados exponencialmente en esos países, son la prueba fehaciente de que la copa nunca rebasa como lo predicaban estas ideologías, incrementado el bienestar general. Todo lo contrario, la concentración de la riqueza en pocas manos es ahora más escandalosa que nunca.
Con el peso o lastre de nuestra formación a cuestas y con nuestras creencias en crisis, no estamos en condiciones de admitir que se aproxima un nuevo momento histórico. Prevalece el individualismo, el egoísmo y el deseo de la explotación de los demás en beneficio propio.
Pero el individualismo lleva necesariamente a la lucha por la supremacía del más fuerte y a la búsqueda del éxito a cualquier precio.
Es así cómo podríamos interpretar los acontecimientos presentes, la manipulación imperial en decadencia, las continuas guerras regionales, y en general el uso de la violencia como mecanismo de imposición de voluntades de unos sobre los otros. Y vemos cómo la absorción del capital financiero internacional seguirá creciendo en manos de una banca cada vez más poderosa, y la clase política rehúye el proclamar nuevos valores, sino que más bien promueve la pérdida de poder del Estado, haciendo que su protagonismo se vea cada vez más comprometido. Y una de sus manifestaciones más simples es ver cómo han sustituido el término gobierno, por el término de administración de la cosa pública, tratando de hacerle creer a los pueblos que el Estado es una empresa.
En medio de la decadencia del poder imperial mundial, ocurren conflictos regionales como los que en la actualidad ocurre entre países. Que tales confrontaciones se produzcan en el campo económico o se desplace a la arena de la guerra en áreas restringidas, como consecuencia ocurren desbordes incoherentes y masivos, caen gobierno, y se termina desintegrando países y zonas geográficas, con tal de mantener la concentración de poder.
Y cuando la recesión y la desocupación afecten también a los países ricos, ya habrá pasado la etapa de liquidación liberal y comenzarán las políticas de control, coacción y emergencia al mejor estilo imperial…. (Trump).
Se están presentando las siguientes crisis: la del Estado nacional, la de la regionalización y la mundialización, y la crisis de la sociedad, el grupo y el individuo. Cada una de las cuales con características específicas y manifestaciones evidentes. Pero sobre estos temas me he de explicar más adelante en futuros escritos.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
En el lento progreso de la humanidad se han ido acumulando factores hasta el momento actual en que la velocidad del cambio tecnológico y económico no coinciden con la velocidad de cambio en las estructuras sociales y en el comportamiento humano. Este desfase tiende a incrementarse y a generar crisis progresivas. A tal problema se
En el lento progreso de la humanidad se han ido acumulando factores hasta el momento actual en que la velocidad del cambio tecnológico y económico no coinciden con la velocidad de cambio en las estructuras sociales y en el comportamiento humano. Este desfase tiende a incrementarse y a generar crisis progresivas. A tal problema se lo encara al menos a través de dos orientaciones: la que podríamos llamar mecanicista que postula que recomienda no intervenir en el proceso, y que sería imposible dirigir; las que pretenden detener el cambio y, en lo posible, volver a supuestas fuentes reconfortantes. Sin embargo, ambas representan una actitud antihistórica.
Lo que ha prevalecido hasta ahora en occidente es una postura que se orienta hacia la salvación individual, suponiendo que no tiene sentido ni posibilidad de éxito cualquier tarea que emprenda la salvación colectiva o social.
Sin embargo, todo parece indicar, por la prueba del tiempo transcurrido, que el sistema de ideas que aportaban la ideología del neoliberalismo, la economía social de mercado y el cacareado nuevo orden mundial capitalista, se ha derrumbado por sí solo. Más bien, los países que han seguido otros caminos, sobre todo mezclando orientaciones sociales con las de libre mercado, en dosis claramente medidas y sobreponiendo siempre el desarrollo social por encima del económico, han demostrado un crecimiento superior, mientras que los otros dan muestras de una decadencia clara.
Como esas ideologías están muertas en sus fundamentos desde hace mucho tiempo, ya que pronto les sobrevino la crisis práctica, que es la que finalmente confundieron significado con expresión, contenido con forma, proceso con coyuntura, no tardó mucho en producirse el descalabro que actualmente se percibe sobre todo en las grandes potencias capitalistas.
La pobreza, el analfabetismo, la ausencia de atención médica para los más pobres, la casi imposibilidad de acceder a una vivienda digna y a la educación de los hijos, incrementados exponencialmente en esos países, son la prueba fehaciente de que la copa nunca rebasa como lo predicaban estas ideologías, incrementado el bienestar general. Todo lo contrario, la concentración de la riqueza en pocas manos es ahora más escandalosa que nunca.
Con el peso o lastre de nuestra formación a cuestas y con nuestras creencias en crisis, no estamos en condiciones de admitir que se aproxima un nuevo momento histórico. Prevalece el individualismo, el egoísmo y el deseo de la explotación de los demás en beneficio propio.
Pero el individualismo lleva necesariamente a la lucha por la supremacía del más fuerte y a la búsqueda del éxito a cualquier precio.
Es así cómo podríamos interpretar los acontecimientos presentes, la manipulación imperial en decadencia, las continuas guerras regionales, y en general el uso de la violencia como mecanismo de imposición de voluntades de unos sobre los otros. Y vemos cómo la absorción del capital financiero internacional seguirá creciendo en manos de una banca cada vez más poderosa, y la clase política rehúye el proclamar nuevos valores, sino que más bien promueve la pérdida de poder del Estado, haciendo que su protagonismo se vea cada vez más comprometido. Y una de sus manifestaciones más simples es ver cómo han sustituido el término gobierno, por el término de administración de la cosa pública, tratando de hacerle creer a los pueblos que el Estado es una empresa.
En medio de la decadencia del poder imperial mundial, ocurren conflictos regionales como los que en la actualidad ocurre entre países. Que tales confrontaciones se produzcan en el campo económico o se desplace a la arena de la guerra en áreas restringidas, como consecuencia ocurren desbordes incoherentes y masivos, caen gobierno, y se termina desintegrando países y zonas geográficas, con tal de mantener la concentración de poder.
Y cuando la recesión y la desocupación afecten también a los países ricos, ya habrá pasado la etapa de liquidación liberal y comenzarán las políticas de control, coacción y emergencia al mejor estilo imperial…. (Trump).
Se están presentando las siguientes crisis: la del Estado nacional, la de la regionalización y la mundialización, y la crisis de la sociedad, el grupo y el individuo. Cada una de las cuales con características específicas y manifestaciones evidentes. Pero sobre estos temas me he de explicar más adelante en futuros escritos.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Opinión – Diario Digital Nuestro País