En el artículo anterior mencionamos que el tema tratado, el de la situación que padece actualmente el planeta, tendría consecuencias importantes. A continuación trataremos de exponer algunas de ellas. La del Estado nacional, la de la regionalización y la mundialización, y la crisis de la sociedad, el grupo y el individuo. Cada una de las cuales con características específicas y manifestaciones evidentes.
Para todos es conocido que en el contexto del proceso de globalización creciente se acelera la información y aumenta el desplazamiento de personas y bienes. La tecnología y el poder económico en aumento se concentran en empresas cada vez más importantes, algunas de las cuales cuentan con más recursos financieros que muchos países pequeños y medianos.
Y el mismo fenómeno de aceleración en el intercambio de bienes y servicios, choca con las limitaciones y la desaceleración que imponen antiguas estructuras, muchas veces representadas por el Estado Nacional. Prueba de ello es la actual guerra de aranceles que, como instrumento de presión política y económica, lleva a cabo el imperio norteamericano, en manos de un delincuente convicto que fué elegido por el pueblo como su gobernante.
Por ello, el movimiento que venía gestándose, en el que tendían a borrarse las fronteras nacionales dentro de cada región, con la consecuente homogenización de la legislación de los países en materia aduanera, tasas y documentación, no sólo en materia de intercambio de bienes sino incluso en el tránsito de personas, en este momento se encuentra bajo ataque.
Al parecer se han visto afectados también los movimientos de incorporación a mercados regionales, muchas veces porque sus maltrechas economías muestran un detenimiento relativo importante. La lucha contra la burocracia anquilosante y los movimientos de Reforma del Estado se ha ralentizado significativamente.
Entre tanto se han configurado centros económicos y tecnológicamente poderosos que asumen carácter regional, como es en el extremo oriente el liderado por China, y las agrupaciones de potencias que pretenden liberarse de las imposiciones del imperio norteamericano, en decadencia abierta, como los BRICS, que representan un porcentaje muy alto de la economía mundial, y ya comienzan a alejarse de la utilización del dólar como moneda de intercambio comercial.
Lo que resulta inquietante es que mientras crece el poder regional y mundial de las empresas multinacionales, mientras se concentra el capital financiero internacional, los sistemas políticos pierden autonomía y se dictan o a se adecúan las legislaciones a los nuevos poderes. Todo parece indicar que a medida que crece la tecnología y la aceleración del ritmo de vida, la participación política disminuye, el poder de decisión se hace remoto y cada vez más intermediado. La familia se reduce, la amistad desaparece y la competencia envenena todas las relaciones humanas al punto que desconfiando todo de todos, la sensación de inseguridad ya no se basa en el hecho objetivo del aumento de la criminalidad, sino sobre todo en un estado de ánimo.
Debe agregarse que la solidaridad social, grupal e interpersonal desaparece velozmente, que la drogadicción y el alcoholismo hacen estragos, que el suicidio y la enfermedad mental tienden a incrementarse peligrosamente. Desde luego que en todas partes existe una mayoría saludable y razonable pero los síntomas de tanto desencaje no nos permiten ya hablar de una sociedad sana.
La educación de las nuevas generaciones se ha venido debilitando significativamente y cuenta ya con todos los elementos de crisis, y no forma parte del bagaje indispensable para la formación del pensamiento crítico indispensable en estos momentos, cuando lo que les llega por la televisión y otros medios electrónicos, parece a veces una campaña de embrutecimiento masivo, de culto a la superficialidad y la violencia, y del desprecio a la cultura y el conocimiento profundo y extenso.
En lo anteriormente mencionado debemos reconocer una cierta razonabilidad por cuanto la reflexión sobre estos puntos no coincide con la escala de valores establecida en el sistema. Pero son demasiados los síntomas de la crisis para no verlos y, sin embargo, unos dirían que es el precio que hay que pagar para existir en el inicio de este Siglo XXI.
En una oportunidad leí lo que transcribo a continuación: el desarrollo científico y tecnológico no puede ser cuestionado por el hecho de que algunos adelantos hayan sido o sean utilizados en contra de la vida y el bienestar. En los casos en que cuestiona la tecnología se debería hacer una previa reflexión respecto de las características del sistema que utiliza el avance del saber con fines espurios. El progreso en medicina, comunicaciones, robótica, ingeniería genética y otros muchos campos, desde luego que puede ser aprovechado en dirección destructiva. Otro tanto vale respeto de la utilización técnica en la explotación irracional de recursos, la polución industrial, contaminación y deterioro ambiental… bien sabemos que hoy se está en condiciones de solucionar los problemas de alimentación de toda la humanidad y sin embargo comprobamos a diario que existen hambrunas, desnutrición y padecimientos infrahumanos, porque el sistema no está en disposición de abocarse a esos problemas, resignando sus fabulosas ganancias a cambio de una mejora global del nivel humano.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
En el artículo anterior mencionamos que el tema tratado, el de la situación que padece actualmente el planeta, tendría consecuencias importantes. A continuación trataremos de exponer algunas de ellas. La del Estado nacional, la de la regionalización y la mundialización, y la crisis de la sociedad, el grupo y el individuo. Cada una de las
En el artículo anterior mencionamos que el tema tratado, el de la situación que padece actualmente el planeta, tendría consecuencias importantes. A continuación trataremos de exponer algunas de ellas. La del Estado nacional, la de la regionalización y la mundialización, y la crisis de la sociedad, el grupo y el individuo. Cada una de las cuales con características específicas y manifestaciones evidentes.
Para todos es conocido que en el contexto del proceso de globalización creciente se acelera la información y aumenta el desplazamiento de personas y bienes. La tecnología y el poder económico en aumento se concentran en empresas cada vez más importantes, algunas de las cuales cuentan con más recursos financieros que muchos países pequeños y medianos.
Y el mismo fenómeno de aceleración en el intercambio de bienes y servicios, choca con las limitaciones y la desaceleración que imponen antiguas estructuras, muchas veces representadas por el Estado Nacional. Prueba de ello es la actual guerra de aranceles que, como instrumento de presión política y económica, lleva a cabo el imperio norteamericano, en manos de un delincuente convicto que fué elegido por el pueblo como su gobernante.
Por ello, el movimiento que venía gestándose, en el que tendían a borrarse las fronteras nacionales dentro de cada región, con la consecuente homogenización de la legislación de los países en materia aduanera, tasas y documentación, no sólo en materia de intercambio de bienes sino incluso en el tránsito de personas, en este momento se encuentra bajo ataque.
Al parecer se han visto afectados también los movimientos de incorporación a mercados regionales, muchas veces porque sus maltrechas economías muestran un detenimiento relativo importante. La lucha contra la burocracia anquilosante y los movimientos de Reforma del Estado se ha ralentizado significativamente.
Entre tanto se han configurado centros económicos y tecnológicamente poderosos que asumen carácter regional, como es en el extremo oriente el liderado por China, y las agrupaciones de potencias que pretenden liberarse de las imposiciones del imperio norteamericano, en decadencia abierta, como los BRICS, que representan un porcentaje muy alto de la economía mundial, y ya comienzan a alejarse de la utilización del dólar como moneda de intercambio comercial.
Lo que resulta inquietante es que mientras crece el poder regional y mundial de las empresas multinacionales, mientras se concentra el capital financiero internacional, los sistemas políticos pierden autonomía y se dictan o a se adecúan las legislaciones a los nuevos poderes. Todo parece indicar que a medida que crece la tecnología y la aceleración del ritmo de vida, la participación política disminuye, el poder de decisión se hace remoto y cada vez más intermediado. La familia se reduce, la amistad desaparece y la competencia envenena todas las relaciones humanas al punto que desconfiando todo de todos, la sensación de inseguridad ya no se basa en el hecho objetivo del aumento de la criminalidad, sino sobre todo en un estado de ánimo.
Debe agregarse que la solidaridad social, grupal e interpersonal desaparece velozmente, que la drogadicción y el alcoholismo hacen estragos, que el suicidio y la enfermedad mental tienden a incrementarse peligrosamente. Desde luego que en todas partes existe una mayoría saludable y razonable pero los síntomas de tanto desencaje no nos permiten ya hablar de una sociedad sana.
La educación de las nuevas generaciones se ha venido debilitando significativamente y cuenta ya con todos los elementos de crisis, y no forma parte del bagaje indispensable para la formación del pensamiento crítico indispensable en estos momentos, cuando lo que les llega por la televisión y otros medios electrónicos, parece a veces una campaña de embrutecimiento masivo, de culto a la superficialidad y la violencia, y del desprecio a la cultura y el conocimiento profundo y extenso.
En lo anteriormente mencionado debemos reconocer una cierta razonabilidad por cuanto la reflexión sobre estos puntos no coincide con la escala de valores establecida en el sistema. Pero son demasiados los síntomas de la crisis para no verlos y, sin embargo, unos dirían que es el precio que hay que pagar para existir en el inicio de este Siglo XXI.
En una oportunidad leí lo que transcribo a continuación: el desarrollo científico y tecnológico no puede ser cuestionado por el hecho de que algunos adelantos hayan sido o sean utilizados en contra de la vida y el bienestar. En los casos en que cuestiona la tecnología se debería hacer una previa reflexión respecto de las características del sistema que utiliza el avance del saber con fines espurios. El progreso en medicina, comunicaciones, robótica, ingeniería genética y otros muchos campos, desde luego que puede ser aprovechado en dirección destructiva. Otro tanto vale respeto de la utilización técnica en la explotación irracional de recursos, la polución industrial, contaminación y deterioro ambiental… bien sabemos que hoy se está en condiciones de solucionar los problemas de alimentación de toda la humanidad y sin embargo comprobamos a diario que existen hambrunas, desnutrición y padecimientos infrahumanos, porque el sistema no está en disposición de abocarse a esos problemas, resignando sus fabulosas ganancias a cambio de una mejora global del nivel humano.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Opinión – Diario Digital Nuestro País