Durante las últimas tres décadas, el debate para determinar el impacto del capitalismo en los seres humanos y en la naturaleza no ha dejado de intensificarse. Y eso sin duda se produce porque el capitalismo como sistema económico y social tiene una relevancia tremenda en todo el planeta. En este momento, por mucho que nos quejemos, el capitalismo está más fuerte que nunca como máxima expresión del “antropoceno”, el reino de los seres humanos en la Tierra.
Nunca tanta población ha estado influenciada por el sistema socioeconómico más poderoso que jamás el ser humano puso en práctica. Pero después de dos siglos, la Revolución Industrial ha sido un proceso histórico que nos ha llevado al momento actual, en el que ya nadie puede negar que la industrialización conlleva degradación medioambiental y humana. Sin embargo, el capitalismo del crecimiento permanente sólo puede conducir al colapso. Sencillamente porque si un sistema fagocita ferozmente a todo lo que se le pone por delante dentro de un mundo finito, es obvio que el colapso será el capítulo final de este proceso para alcanzar un “desarrollo” sin precedentes.
Hoy los intentos del capitalismo por perpetuarse ya no me indignan, literalmente me hacen reír. El ejemplo más claro es el concepto del “capitalismo verde” a través de las más potentes agencias de comunicación y de marketing, conocido como “greenwashing”. Dichas agencias también trabajan para sostener a gobiernos corruptos, a entidades financieras o a turismo banal, pero si viviésemos en un mundo donde imperase el reparto de riqueza para el “bien común” deberían estar completamente ilegalizadas. A mi juicio también deberían estar ilegalizadas todas las universidades que contemplan a la educación como un mero negocio para traficar con las aspiraciones de millones de personas que engrosan las clases medias.
Si las medidas contra el calentamiento global pasan por decirle a la gente que compre bolsas reutilizables y vehículos eléctricos, es evidentemente que la manipulación del sistema no tiene vergüenza. Una manipulación que convierte en elemento imprescindible de colaboración a las clases medias, un 60% del total de población de una sociedad desarrollada. Esta población de clases medias colabora con el sistema a partir del momento en el que las personas pasan a ser consumidores de gran cantidad de productos que no necesitamos. Se calcula que el 80% de los actuales bienes de uso y consumo son innecesarios, pero hacen mover toda la rueda del sistema capitalista que aplasta al 30% de pobres y hace intocables al 10% de ricos.
Para las clases medias, el gran elemento que impide un posicionamiento que defienda el “bien común” es la demonización que se ha hecho del concepto de “socialismo”, perfectamente alimentado desde las posiciones capitalistas más extremas y poderosas. El poder capitalista no puede entenderse sin el concepto de “propiedad privada”, el cual es contrario al “bien común” y a la vida misma. Y es en este punto donde las clases medias sucumben entregadas al sistema, muy especialmente los perfiles sociopolíticos de las “izquierdas”, que ya no conciben prescindir de ciertos bienes materiales y de ciertos hábitos ociosos en su día a día.
Seamos claros, la única sociedad humana viable en este planeta pasa por un “decrecimiento” total y absoluto que involucre a todos los actores del engranaje económico, haciendo posible que todas las poblaciones tengan acceso a una vida digna y permitiendo la realización personal de los seres humanos. Todo lo que no sea esto es una estafa que hoy queda evidenciada con el alarmante número de personas que necesitan drogarse o medicarse cada día.
Si el capitalismo es un sistema tan estupendo, ¿por qué hay tantos y tantos millones de personas que sufren ansiedad y depresión en las sociedades desarrolladas? Si nos centramos en el colectivo de personas menores de 35 años, podemos hablar incluso de “cerebros destruidos” que se someten cada día a la interacción con otras personas a través de las llamadas “redes sociales”. En esto los mayores de 35 años tampoco escapan, pero como mínimo guardan el recuerdo de la vida anterior a la digitalización actual.
Sobre la pregunta, ¿quién sostiene al capitalismo?, a mi juicio no es el poder del sistema y sus guardianes, sino la gran masa de las clases medias que más allá de quejarse de lo difícil, de lo caro y de lo degradado que está todo, no se cuestionan aspectos fundamentales de su propia vida. Aspectos como utilizar vehículos contaminantes, como el nivel de gastos, como el modelo de vacaciones e incluso como el sentido mismo del trabajo. Evidentemente, asumir como normal ciertas cosas se debe a la perversión del sistema que culpabiliza a las personas. Es decir, quien no logra tener una “buena vida” es porque no se esforzó lo suficiente o porque se equivocó en sus decisiones.
Mientras el hijo drogadicto de un millonario posiblemente tenga muchas opciones de rehabilitarse y de poder ganarse la vida en la empresa familiar que explota a cientos de trabajadores, el hijo drogadicto de alguna familia de clase media lo tendrá muy difícil, no sólo para rehabilitarse, sobre todo para no malvivir.
Una y otra vez, el sistema capitalista les dice a las personas que depende de ellos mismos tener éxito en la vida, igual que depende de ellos mismos tener la conciencia tranquila si apoyan las medidas de “desarrollo sostenible” que se promueven desde todo tipo de instituciones. Los llamados “Objetivos de Desarrollo Sostenible” son hoy el vivo ejemplo de “dar opio al pueblo para que nada cambie”.
Concluyo con una anécdota que viví hace poco en Costa Rica, después de conocer a un profesor de una de las principales universidades públicas del país, una persona supuestamente de “izquierdas”. Cuando esta persona me explicó que era de origen humilde pero que ahora podía pagarse clases privadas de tenis, comprarse una gran casa, tomar vino cada día y participar en conferencias en el extranjero con todos los gastos pagados de dinero público, inmediatamente tuve claro que el sistema ha captado de manera efectiva a la gente que mejor cumple la función para sostener su arquitectura institucional y económica. Un profesor, ya sea de escuela o de universidad, es perfecto para que los hijos de las clases medias perpetúen el modelo, aunque el sistema los destruya cada día. Las clases medias, pues, ya no son colaboradores pasivos del capitalismo, sino colaboradores activos
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico
Durante las últimas tres décadas, el debate para determinar el impacto del capitalismo en los seres humanos y en la naturaleza no ha dejado de intensificarse. Y eso sin duda se produce porque el capitalismo como sistema económico y social tiene una relevancia tremenda en todo el planeta. En este momento, por mucho que nos

Durante las últimas tres décadas, el debate para determinar el impacto del capitalismo en los seres humanos y en la naturaleza no ha dejado de intensificarse. Y eso sin duda se produce porque el capitalismo como sistema económico y social tiene una relevancia tremenda en todo el planeta. En este momento, por mucho que nos quejemos, el capitalismo está más fuerte que nunca como máxima expresión del “antropoceno”, el reino de los seres humanos en la Tierra.
Nunca tanta población ha estado influenciada por el sistema socioeconómico más poderoso que jamás el ser humano puso en práctica. Pero después de dos siglos, la Revolución Industrial ha sido un proceso histórico que nos ha llevado al momento actual, en el que ya nadie puede negar que la industrialización conlleva degradación medioambiental y humana. Sin embargo, el capitalismo del crecimiento permanente sólo puede conducir al colapso. Sencillamente porque si un sistema fagocita ferozmente a todo lo que se le pone por delante dentro de un mundo finito, es obvio que el colapso será el capítulo final de este proceso para alcanzar un “desarrollo” sin precedentes.
Hoy los intentos del capitalismo por perpetuarse ya no me indignan, literalmente me hacen reír. El ejemplo más claro es el concepto del “capitalismo verde” a través de las más potentes agencias de comunicación y de marketing, conocido como “greenwashing”. Dichas agencias también trabajan para sostener a gobiernos corruptos, a entidades financieras o a turismo banal, pero si viviésemos en un mundo donde imperase el reparto de riqueza para el “bien común” deberían estar completamente ilegalizadas. A mi juicio también deberían estar ilegalizadas todas las universidades que contemplan a la educación como un mero negocio para traficar con las aspiraciones de millones de personas que engrosan las clases medias.
Si las medidas contra el calentamiento global pasan por decirle a la gente que compre bolsas reutilizables y vehículos eléctricos, es evidentemente que la manipulación del sistema no tiene vergüenza. Una manipulación que convierte en elemento imprescindible de colaboración a las clases medias, un 60% del total de población de una sociedad desarrollada. Esta población de clases medias colabora con el sistema a partir del momento en el que las personas pasan a ser consumidores de gran cantidad de productos que no necesitamos. Se calcula que el 80% de los actuales bienes de uso y consumo son innecesarios, pero hacen mover toda la rueda del sistema capitalista que aplasta al 30% de pobres y hace intocables al 10% de ricos.
Para las clases medias, el gran elemento que impide un posicionamiento que defienda el “bien común” es la demonización que se ha hecho del concepto de “socialismo”, perfectamente alimentado desde las posiciones capitalistas más extremas y poderosas. El poder capitalista no puede entenderse sin el concepto de “propiedad privada”, el cual es contrario al “bien común” y a la vida misma. Y es en este punto donde las clases medias sucumben entregadas al sistema, muy especialmente los perfiles sociopolíticos de las “izquierdas”, que ya no conciben prescindir de ciertos bienes materiales y de ciertos hábitos ociosos en su día a día.
Seamos claros, la única sociedad humana viable en este planeta pasa por un “decrecimiento” total y absoluto que involucre a todos los actores del engranaje económico, haciendo posible que todas las poblaciones tengan acceso a una vida digna y permitiendo la realización personal de los seres humanos. Todo lo que no sea esto es una estafa que hoy queda evidenciada con el alarmante número de personas que necesitan drogarse o medicarse cada día.
Si el capitalismo es un sistema tan estupendo, ¿por qué hay tantos y tantos millones de personas que sufren ansiedad y depresión en las sociedades desarrolladas? Si nos centramos en el colectivo de personas menores de 35 años, podemos hablar incluso de “cerebros destruidos” que se someten cada día a la interacción con otras personas a través de las llamadas “redes sociales”. En esto los mayores de 35 años tampoco escapan, pero como mínimo guardan el recuerdo de la vida anterior a la digitalización actual.
Sobre la pregunta, ¿quién sostiene al capitalismo?, a mi juicio no es el poder del sistema y sus guardianes, sino la gran masa de las clases medias que más allá de quejarse de lo difícil, de lo caro y de lo degradado que está todo, no se cuestionan aspectos fundamentales de su propia vida. Aspectos como utilizar vehículos contaminantes, como el nivel de gastos, como el modelo de vacaciones e incluso como el sentido mismo del trabajo. Evidentemente, asumir como normal ciertas cosas se debe a la perversión del sistema que culpabiliza a las personas. Es decir, quien no logra tener una “buena vida” es porque no se esforzó lo suficiente o porque se equivocó en sus decisiones.
Mientras el hijo drogadicto de un millonario posiblemente tenga muchas opciones de rehabilitarse y de poder ganarse la vida en la empresa familiar que explota a cientos de trabajadores, el hijo drogadicto de alguna familia de clase media lo tendrá muy difícil, no sólo para rehabilitarse, sobre todo para no malvivir.
Una y otra vez, el sistema capitalista les dice a las personas que depende de ellos mismos tener éxito en la vida, igual que depende de ellos mismos tener la conciencia tranquila si apoyan las medidas de “desarrollo sostenible” que se promueven desde todo tipo de instituciones. Los llamados “Objetivos de Desarrollo Sostenible” son hoy el vivo ejemplo de “dar opio al pueblo para que nada cambie”.
Concluyo con una anécdota que viví hace poco en Costa Rica, después de conocer a un profesor de una de las principales universidades públicas del país, una persona supuestamente de “izquierdas”. Cuando esta persona me explicó que era de origen humilde pero que ahora podía pagarse clases privadas de tenis, comprarse una gran casa, tomar vino cada día y participar en conferencias en el extranjero con todos los gastos pagados de dinero público, inmediatamente tuve claro que el sistema ha captado de manera efectiva a la gente que mejor cumple la función para sostener su arquitectura institucional y económica. Un profesor, ya sea de escuela o de universidad, es perfecto para que los hijos de las clases medias perpetúen el modelo, aunque el sistema los destruya cada día. Las clases medias, pues, ya no son colaboradores pasivos del capitalismo, sino colaboradores activos
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico
Opinión – Diario Digital Nuestro País