<p>El mito de la gitana cigarrera que retrató el escritor <strong>Prósper Mérimée </strong>y que <strong>Georges Bizet </strong>reescribió para convertirla en protagonista de <i>Carmen</i>, una de las óperas más representadas de la lírica universal, ha sobrevivido 150 años sin que su trágica historia haya perdido vigencia gracias a que la lectura que se hace del personaje se ha ido adaptando a los cambios culturales de cada tiempo. Hoy siguen siendo múltiples las interpretaciones que se hacen de la obra: desde ‘españolada francesa’ a icono pop o espejo donde se refleja el mal, igualmente universal, de la violencia contra la mujer.</p>
El Teatro de la Maestranza hace una revisión del personaje de la cigarrera con ocasión de los 150 años del estreno de la ópera y de la muerte de Georges Bizet
El mito de la gitana cigarrera que retrató el escritor Prósper Mérimée y que Georges Bizet reescribió para convertirla en protagonista de Carmen, una de las óperas más representadas de la lírica universal, ha sobrevivido 150 años sin que su trágica historia haya perdido vigencia gracias a que la lectura que se hace del personaje se ha ido adaptando a los cambios culturales de cada tiempo. Hoy siguen siendo múltiples las interpretaciones que se hacen de la obra: desde ‘españolada francesa’ a icono pop o espejo donde se refleja el mal, igualmente universal, de la violencia contra la mujer.
El Teatro de la Maestranza y el Museo de Bellas Artes de Sevilla han homenajeado en las últimas semanas tanto al mito como al compositor que lo puso en escena, con una serie de encuentros musicales, artísticos y literarios en los que se ha reivindicado su fuerza narrativa y musical pero también la actualidad del drama que representa; y se ha subrayado la paradoja que supone que, pese a que la Sevilla evocada por Bizet tal vez nunca existió, el éxito de Carmen en todo el mundo vinculó por siempre a la ciudad al bello estereotipo surgido de la mirada de un compositor que nunca llegó a visitarla.
La Sevilla de Merimée estaba muy condicionada por el ojo de los viajeros románticos, aunque incluía muchos detalles realistas de una ciudad que conocía bien. Pero, la de Bizet es casi una ensoñación creada a partir de los personajes elaborados por el escritor, sobre los que el compositor construyó un imaginario exótico cargado de simbolismo. Bizet pretendía repetir la fórmula de su obra anterior, Djamileh, una historia de príncipes y esclavas ambientada en Turquía, y de su exitosa Los pescadores de perlas. «La España propuesta es una genial españolada francesa», apunta al respecto el crítico Blas Matamoro en su artículo Un siglo y medio con Carmencita (Revista de Occidente. nº 528).
Bizet buscó la atmósfera que más eficazmente podía embelesar a un público entregado a la moda orientalista, al que gustaba ser transportado a territorios lejanos habitados por seres de rasgos singulares y costumbres estrafalarias. En los gitanos y las cigarreras, el músico creyó encontrar algunos de esos ingredientes y los redefinió a su manera para posteriormente sublimarlos a través de la música. «La Carmen de Merimée se acercaba más al prototipo de la femme fatal, mientras que Bizet la transformó en un símbolo de la libertad», afirma Santiago Otero, director de orquesta malagueño y profundo conocedor de la música francesa, que ha sido reconocido recientemente como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.
No es el único cambio sobre el texto original que introduce el compositor, de la mano de los libretistas Henri Meilhac y Ludovic Halévy. También elimina al personaje de García, el marido de Carmen; introduce a Micaela, que representa el amor maternal y templado tan opuesto a la pasión racial de la protagonista; da realce y lustre a la figura del torero Escamillo (Lucas en el original); y, por último, modifica la estructura de la narración para adaptarla al tiempo real (en el texto de Merimée era el personaje de don José el que contaba la historia una vez preso).
«Bizet realiza una contundente definición psicológica de los personajes», afirma Santiago Otero, pero, sobre todo, crea una música «rica en melodías, con una orquestación meticulosa y precisa aunque sin grandilocuencia». «La música resulta siempre coherente con la psicología de cada rol», añade Otero, que ha participado, dentro de la programación del Maestranza con una conferencia sobre la pervivencia del mito que unió para siempre emocionalmente a las ciudades de Sevilla y París.
El aria con la que Bizet introduce a su arrebatadora protagonista está basada en la habanera El arreglito, de Sebastián Iradier, que fue profesor de la hija de la condesa de Montijo, a la que se atribuye haber servido a Merimée las claves del argumento para su novela. Esa pieza, retitulada en el libreto como El amor es un pájaro rebelde, arranca con un ostinato de violonchelo fácilmente reconocible a los oídos de todos los públicos. Las notas conforman un patrón rítmico y melódico que suena de fondo mientras Carmen se presenta a sí misma en un alegato premonitorio sobre el amor y la libertad. «Ella es la gitana seductora y libre, símbolo del deseo y de la fatalidad». En la estructura sencilla de esa habanera, Bizet incluye una pequeña fermata (una especie de floritura vocal para lucimiento de la soprano) que contiene una suerte de maldición con la que se resume de un sólo brochazo el argumento de la obra: Si te amo, ten cuidado. «Con unas melodías muy sencillas, que hoy podrían asimilarse de alguna manera a los patrones de la música pop, Bizet construye un aria que perdurará por los siglos», resume Santiago Otero.
De la misma forma, el personaje del torero Escamillo entra en escena «con otra aria que, esta vez, tiene el ritmo de una marcha militar» para dejar constancia de que estamos «ante un héroe dispuesto a dejarse la vida en la batalla», sugiere el director malagueño. Para el crítico Blas Matamoro, «la marcha torera se convierte en trémolo siniestro», en «marcha fúnebre» o en canto a la muerte como destino obligado de la pasión.
Bizet construye con Carmen y el torero Escamillo dos perfiles categóricos del drama. Por contra, el personaje de don José, el capitán que cae rendido ante los encantos de la cigarrera, se describe precisamente a través de sus dudas y su indefinición, debatiéndose continuamente entre la pasión y el deber, entre el ímpetu y la templanza, entre Carmen y Micaela, el personaje que intenta frenar sus arrebatos amorosos y devolverle a la cordura y al cumplimiento de sus obligaciones como hijo y como soldado. Sin éxito, como se comprueba más tarde. «Carmen es la maestra de la libertad de don José. No es Carmen quien lo pervierte sino el propio don José». «El muchacho no es un soldadito tímido, hijo único y obediente de madre lejana. Es un macho maduro que quiere gozar, poseer y, si es necesario, matar a la mujer o a quien se le tercie por más espada que sea», anota Blas Matamoro en su reseña sobre la obra.
Hoy a Carmen se la puede seguir leyendo como símbolo del precio elevadísimo que pagan tantas mujeres que se declaran libres para amar a su manera o que no quieren vivir atrapadas en los corsés de una moralidad impuesta. «Carmen no canta, arde. Carmen no es un personaje, es un espejo. La tragedia se convirtió en un himno a la libertad», resume una voz en off en el vídeo promocional del montaje que el Teatro de la Maestranza pone en escena a partir del 13 de junio, bajo la batuta musical de Jacques Lacombe y Salvador Vázquez y con Emilio Sagi como director de escena. Con un elenco doble, en los papeles principales estarán Maria Kataeva y Gabriela Flores (Carmen), Piero Pretti y Alejandro del Cerro (Don José), Giuliana Gianfaldoni y María Miró (Micaela), y DaliborJenis y Badral Chuluunbaatar como el torero Escamillo.
Georges Bizet murió poco después de ver cómo su ópera Carmen fracasaba en su estreno en París. No llegó a saber que sólo unos meses más tarde la misma Carmen saldría gloriosa de su estreno en Viena y se introduciría para siempre en la historia de la lírica. El compositor Johannes Brahms, que llegó a asistir a una veintena de representaciones, dijo sobre ella: «Habría ido a cualquier parte del mundo a abrazar a Bizet».
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