El concepto clásico de “eurocentrismo” es el que sitúa al continente europeo, y más concretamente a la Europa Occidental, como el territorio que ha acabado dominando el mundo para erigirse en el referente hegemónico de valores y de logros civilizatorios sobre el resto de las regiones de la Tierra. Este pensamiento tan incontestable en los últimos doscientos años consiguió que incluso algunos inventos chinos anteriores al siglo XVI como fueron el papel, la brújula, la pólvora, el antecesor de la imprenta y la fundición del hierro colado, se hiciesen pasar por “inventos europeos” a partir de los avances tecnológicos que se dieron en Europa desde la época del Renacimiento.
La colonización de América y de África, la consolidación de rutas transoceánicas y el desarrollo del libre comercio han sido hechos determinantes para forjar esa hegemonía europea racialmente blanca. Sin embargo, por encima de todo siempre ha habido una dominación basada en el concepto de “clase superior”, primero aristocrática y después burguesa. El “eurocentrismo” se consolidó definitivamente cuando esas clases más pudientes o poderosas tomaron el control de la economía e hicieron girar a su alrededor al resto de clases sociales, ya fueran clases obreras europeas o súbditos de otros continentes.
El trasvase de este pensamiento desde Europa hacia el “Nuevo Mundo” ha sido tan potente que hoy las personas de mayor solvencia económica en todas las Américas son las más firmes defensoras del “eurocentrismo” como bastión que protege sus intereses de clase y de raza. Es por ello mismo que el 10% de población costarricense que conforma la clase más acomodada del país y que reside principalmente en el Área Metropolitana de San José, siempre preferirá visitar las capitales de Europa o identificarse con la antigua Roma antes que reivindicar las raíces prehispánicas de Centroamérica.
Desde que vivo en el continente americano no tengo duda de que el más profundo clasismo y racismo de matriz europea que defiende privilegios y propiedades detesta enormemente el concepto de mestizaje, ya sea racial o cultural, y sobre todo detesta cualquier vínculo con el “mundo indígena” que pervive.
Centro histórico de Buenos Aires, la gran capital de Argentina es junto con Uruguay exponentes del enorme peso de la población de origen netamente europeo en Suramérica, con un bajo porcentaje de mestizaje y un bajo sentimiento de pertenencia al “mundo indígena”. Foto Sergi Lara
El mismo modelo colonial que se empezó a implantar hace quinientos años, perdura allá donde los descendientes de europeos se sienten herederos de ese legado de poder y de explotación. En este sentido, en todo Occidente hay vasos comunicantes entre extrema riqueza y pobreza, o entre corrupción política y crimen organizado. Un contexto que ha llevado a una creciente militarización y endurecimiento de acciones policiales para frenar la movilización social y el descontento de las clases populares. Estos últimos días lo estamos viendo muy claramente en Panamá y en Estados Unidos con graves enfrentamientos entre policías y ciudadanía, aunque en la propia Europa destacan igualmente los disturbios de Irlanda e Inglaterra con la inmigración como protagonista.
Pero volvamos a la Europa continental, donde nací, crecí y me desarrollé como individuo. Durante casi cinco décadas disfruté de los beneficios personales y profesionales de ser europeo, todavía con algunas cosas que sigo valorando. De entre estas cosas está el poder disfrutar libremente del espacio público a través de la red de caminos y senderos que recorren todos los países, lo cual permite ascender cumbres y conectar pueblos sin barreras. Un modelo muy europeo y civilizado que ha contribuido en gran medida a la persona que soy en muchos aspectos. En mi formación como geógrafo y en mi actividad como guía de montaña, el “eurocentrismo” ha sido algo tan natural como respirar, pero durante los últimos años también he sido muy consciente que a muchas de mis relaciones personales y profesionales les daba absolutamente igual el aumento de la desigualdad social en el planeta y en la propia Europa. Una desigualdad marcada principalmente por el concepto de “eurocentrismo”.
Cuando exploraba montañas por toda Europa, durante mucho tiempo pensé que ese modelo de acceso libre y seguro a espacios naturales demostraba una cierta superioridad que al mismo tiempo venía representada en la parte política por el desarrollo de la Unión Europea. No obstante, las propias regulaciones europeas han evidenciado que detrás de toda gestión pública también están los intereses particulares de las clases sociales más acomodadas. Esta realidad de un poder dirigido por grandes familias explicaría que ante el claro declive económico europeo la respuesta sea incrementar el gasto público para la industria armamentística, que directamente conlleva mayor desigualdad social. Y sin duda, si esto es así es porque se considera que el modelo de explotación humana es inevitable como parte del actual engranaje económico.
Hablar de “decrecimiento” o de “reducir el consumo” son conceptos prohibidos frente al concepto de “desarrollo sostenible” que es una completa farsa dirigida por las élites y los millonarios de todos los países, con el fin de hacer ver que hacen algo para que nada cambie bajo la etiqueta “eco”. En esto de lo “ecológico” destaca una impresionante maquinaria de marketing que tiene a países como Costa Rica en una posición de liderazgo con grandes intereses de por medio.
Vista general de São Paulo desde uno de sus rascacielos, considerada la mayor megalópolis de toda América y del hemisferio occidental con cerca de 25 millones de habitantes, un centro financiero de primer orden y ejemplo de “eurocentrismo” en su modelo urbano y socioeconómico. Foto Sergi Lara
Personalmente, mi mayor decepción ha sido constatar el hecho de que a un gran número de europeos les preocupa muy poco todo lo que no se hace para afrontar el calentamiento global o para erradicar la insostenible injusticia humana en general. Lo primordial para estas personas son tres cosas: que los dígitos de sus cuentas bancarias sigan aumentando, pasar sus vacaciones en algún “paraíso terrenal” y que el “jardín europeo” esté lo más limpio posible de inmigrantes del Sur Global. El debate de si un determinado estilo de vida es el responsable directo de la degradación medioambiental y de la pobreza en el mundo ni se lo plantean mientras compren algunos productos con la etiqueta “eco”.
Si se tuviesen que aplicar medidas estrictas de sostenibilidad global, gran parte de los europeos y todas las clases pudientes latinoamericanas dejarían de disfrutar de sus actuales privilegios. Un ejemplo de entre muchos sería la industria del chocolate suizo o belga basada en la explotación del cacao del África Occidental. Si esta industria fuese suprimida, no hay duda de que permitiría mejor progreso para algunos pueblos africanos.
En Costa Rica el modelo de explotación colonial lo vemos todavía en las fincas bananeras, en los cultivos de piñeras o en las áreas para extraer aceite de palma, con miles de personas bajo condiciones de vida semi esclava a la sombra del “eurocentrismo” y de la lengua inglesa como hegemónica en todo el mundo.
En el actual contexto global, creo firmemente que es vital acabar con el “eurocentrismo” que a través de los Estados Unidos de América tensiona a todo el planeta e impide el progreso social. Aparejado a todo ello entra en juego otro concepto que en los últimos años se deja sentir, como es la “descolonización” todavía inacabada en buena parte de América y de África. Una “descolonización” que debe ir más allá de estructuras sociales y económicas para cambiar el pensamiento de las personas, lo que se conoce como “descolonizar la mente”, desde un obrero de Europa hasta el más humilde campesino de Latinoamérica.
Para conseguir sociedades verdaderamente justas, todo pasa por que la dignidad humana y la igualdad de oportunidades sean la norma, eliminando los privilegios de clase y de raza que en algunos casos siguen vigentes como una especie de “derecho privado”. En definitiva, el viejo dominio colonial europeo debe acabar para siempre, en lo político, en lo económico, en lo social y en lo mental, por el bien de toda la humanidad en nuestro camino compartido e inevitable.
Vista general del monumental casco histórico de Dubrovnik (Croacia), una antigua ciudad-Estado muy poderosa durante el Renacimiento que hoy es uno de los destinos turísticos más populares de Europa. El modelo del turismo de masas es un “invento” europeo que hoy es visto como algo normal y positivo para la economía de los países, cuando en realidad es del todo insostenible para el medio ambiente y además profundiza la desigualdad social. Foto Sergi Lara
Monumento a los exploradores polares noruegos en la capital de Oslo, que rinde homenaje a sus hazañas entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, pero que también expresa a la perfección el “eurocentrismo” como camino de éxito en la conquista de todas las fronteras geográficas de la Tierra. Un monumento que ensalza la supremacía del “hombre blanco” como líder de todas las razas humanas y generador de progreso en todo el planeta. Foto Sergi Lara
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico.
El concepto clásico de “eurocentrismo” es el que sitúa al continente europeo, y más concretamente a la Europa Occidental, como el territorio que ha acabado dominando el mundo para erigirse en el referente hegemónico de valores y de logros civilizatorios sobre el resto de las regiones de la Tierra. Este pensamiento tan incontestable en los

El concepto clásico de “eurocentrismo” es el que sitúa al continente europeo, y más concretamente a la Europa Occidental, como el territorio que ha acabado dominando el mundo para erigirse en el referente hegemónico de valores y de logros civilizatorios sobre el resto de las regiones de la Tierra. Este pensamiento tan incontestable en los últimos doscientos años consiguió que incluso algunos inventos chinos anteriores al siglo XVI como fueron el papel, la brújula, la pólvora, el antecesor de la imprenta y la fundición del hierro colado, se hiciesen pasar por “inventos europeos” a partir de los avances tecnológicos que se dieron en Europa desde la época del Renacimiento.
La colonización de América y de África, la consolidación de rutas transoceánicas y el desarrollo del libre comercio han sido hechos determinantes para forjar esa hegemonía europea racialmente blanca. Sin embargo, por encima de todo siempre ha habido una dominación basada en el concepto de “clase superior”, primero aristocrática y después burguesa. El “eurocentrismo” se consolidó definitivamente cuando esas clases más pudientes o poderosas tomaron el control de la economía e hicieron girar a su alrededor al resto de clases sociales, ya fueran clases obreras europeas o súbditos de otros continentes.
El trasvase de este pensamiento desde Europa hacia el “Nuevo Mundo” ha sido tan potente que hoy las personas de mayor solvencia económica en todas las Américas son las más firmes defensoras del “eurocentrismo” como bastión que protege sus intereses de clase y de raza. Es por ello mismo que el 10% de población costarricense que conforma la clase más acomodada del país y que reside principalmente en el Área Metropolitana de San José, siempre preferirá visitar las capitales de Europa o identificarse con la antigua Roma antes que reivindicar las raíces prehispánicas de Centroamérica.
Desde que vivo en el continente americano no tengo duda de que el más profundo clasismo y racismo de matriz europea que defiende privilegios y propiedades detesta enormemente el concepto de mestizaje, ya sea racial o cultural, y sobre todo detesta cualquier vínculo con el “mundo indígena” que pervive.
Centro histórico de Buenos Aires, la gran capital de Argentina es junto con Uruguay exponentes del enorme peso de la población de origen netamente europeo en Suramérica, con un bajo porcentaje de mestizaje y un bajo sentimiento de pertenencia al “mundo indígena”. Foto Sergi Lara
El mismo modelo colonial que se empezó a implantar hace quinientos años, perdura allá donde los descendientes de europeos se sienten herederos de ese legado de poder y de explotación. En este sentido, en todo Occidente hay vasos comunicantes entre extrema riqueza y pobreza, o entre corrupción política y crimen organizado. Un contexto que ha llevado a una creciente militarización y endurecimiento de acciones policiales para frenar la movilización social y el descontento de las clases populares. Estos últimos días lo estamos viendo muy claramente en Panamá y en Estados Unidos con graves enfrentamientos entre policías y ciudadanía, aunque en la propia Europa destacan igualmente los disturbios de Irlanda e Inglaterra con la inmigración como protagonista.
Pero volvamos a la Europa continental, donde nací, crecí y me desarrollé como individuo. Durante casi cinco décadas disfruté de los beneficios personales y profesionales de ser europeo, todavía con algunas cosas que sigo valorando. De entre estas cosas está el poder disfrutar libremente del espacio público a través de la red de caminos y senderos que recorren todos los países, lo cual permite ascender cumbres y conectar pueblos sin barreras. Un modelo muy europeo y civilizado que ha contribuido en gran medida a la persona que soy en muchos aspectos. En mi formación como geógrafo y en mi actividad como guía de montaña, el “eurocentrismo” ha sido algo tan natural como respirar, pero durante los últimos años también he sido muy consciente que a muchas de mis relaciones personales y profesionales les daba absolutamente igual el aumento de la desigualdad social en el planeta y en la propia Europa. Una desigualdad marcada principalmente por el concepto de “eurocentrismo”.
Cuando exploraba montañas por toda Europa, durante mucho tiempo pensé que ese modelo de acceso libre y seguro a espacios naturales demostraba una cierta superioridad que al mismo tiempo venía representada en la parte política por el desarrollo de la Unión Europea. No obstante, las propias regulaciones europeas han evidenciado que detrás de toda gestión pública también están los intereses particulares de las clases sociales más acomodadas. Esta realidad de un poder dirigido por grandes familias explicaría que ante el claro declive económico europeo la respuesta sea incrementar el gasto público para la industria armamentística, que directamente conlleva mayor desigualdad social. Y sin duda, si esto es así es porque se considera que el modelo de explotación humana es inevitable como parte del actual engranaje económico.
Hablar de “decrecimiento” o de “reducir el consumo” son conceptos prohibidos frente al concepto de “desarrollo sostenible” que es una completa farsa dirigida por las élites y los millonarios de todos los países, con el fin de hacer ver que hacen algo para que nada cambie bajo la etiqueta “eco”. En esto de lo “ecológico” destaca una impresionante maquinaria de marketing que tiene a países como Costa Rica en una posición de liderazgo con grandes intereses de por medio.
Vista general de São Paulo desde uno de sus rascacielos, considerada la mayor megalópolis de toda América y del hemisferio occidental con cerca de 25 millones de habitantes, un centro financiero de primer orden y ejemplo de “eurocentrismo” en su modelo urbano y socioeconómico. Foto Sergi Lara
Personalmente, mi mayor decepción ha sido constatar el hecho de que a un gran número de europeos les preocupa muy poco todo lo que no se hace para afrontar el calentamiento global o para erradicar la insostenible injusticia humana en general. Lo primordial para estas personas son tres cosas: que los dígitos de sus cuentas bancarias sigan aumentando, pasar sus vacaciones en algún “paraíso terrenal” y que el “jardín europeo” esté lo más limpio posible de inmigrantes del Sur Global. El debate de si un determinado estilo de vida es el responsable directo de la degradación medioambiental y de la pobreza en el mundo ni se lo plantean mientras compren algunos productos con la etiqueta “eco”.
Si se tuviesen que aplicar medidas estrictas de sostenibilidad global, gran parte de los europeos y todas las clases pudientes latinoamericanas dejarían de disfrutar de sus actuales privilegios. Un ejemplo de entre muchos sería la industria del chocolate suizo o belga basada en la explotación del cacao del África Occidental. Si esta industria fuese suprimida, no hay duda de que permitiría mejor progreso para algunos pueblos africanos.
En Costa Rica el modelo de explotación colonial lo vemos todavía en las fincas bananeras, en los cultivos de piñeras o en las áreas para extraer aceite de palma, con miles de personas bajo condiciones de vida semi esclava a la sombra del “eurocentrismo” y de la lengua inglesa como hegemónica en todo el mundo.
En el actual contexto global, creo firmemente que es vital acabar con el “eurocentrismo” que a través de los Estados Unidos de América tensiona a todo el planeta e impide el progreso social. Aparejado a todo ello entra en juego otro concepto que en los últimos años se deja sentir, como es la “descolonización” todavía inacabada en buena parte de América y de África. Una “descolonización” que debe ir más allá de estructuras sociales y económicas para cambiar el pensamiento de las personas, lo que se conoce como “descolonizar la mente”, desde un obrero de Europa hasta el más humilde campesino de Latinoamérica.
Para conseguir sociedades verdaderamente justas, todo pasa por que la dignidad humana y la igualdad de oportunidades sean la norma, eliminando los privilegios de clase y de raza que en algunos casos siguen vigentes como una especie de “derecho privado”. En definitiva, el viejo dominio colonial europeo debe acabar para siempre, en lo político, en lo económico, en lo social y en lo mental, por el bien de toda la humanidad en nuestro camino compartido e inevitable.
Vista general del monumental casco histórico de Dubrovnik (Croacia), una antigua ciudad-Estado muy poderosa durante el Renacimiento que hoy es uno de los destinos turísticos más populares de Europa. El modelo del turismo de masas es un “invento” europeo que hoy es visto como algo normal y positivo para la economía de los países, cuando en realidad es del todo insostenible para el medio ambiente y además profundiza la desigualdad social. Foto Sergi Lara
Monumento a los exploradores polares noruegos en la capital de Oslo, que rinde homenaje a sus hazañas entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, pero que también expresa a la perfección el “eurocentrismo” como camino de éxito en la conquista de todas las fronteras geográficas de la Tierra. Un monumento que ensalza la supremacía del “hombre blanco” como líder de todas las razas humanas y generador de progreso en todo el planeta. Foto Sergi Lara
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico.
Opinión – Diario Digital Nuestro País