<p>En su novela corta <i>Miedo</i>, Stefan Zweig se esfuerza en demostrar como, en ocasiones, el miedo es más corrosivo y temible que el propio castigo. El pánico a perder lo que de repente, y pese a haber sido ignorado durante años, se antoja imprescindible puede arrasar con todo. <i>Tres kilómetros al fin del mundo</i> se mueve en la misma longitud de honda que el relato del austriaco. <strong>Lo que cuenta no es la certeza de un castigo que por fuerza vendrá como su simple amenaza, su posibilidad, el miedo. </strong>Del director rumano Emanuel Parvu conocíamos <i>Mikado</i>, que diseccionaba con una precisión muy cerca del pánico la relación rota, por culpa de la desconfianza primero y la propia culpa no reconocida después, entre un padre y una hija. Aquel era un cine preciso a un centímetro escaso de todos los abismos. Ahora la misma meticulosidad sirve para examinar un caso de agresión homófoba en un pueblo no tan perdido del delta del Danubio.</p>
El director rumano Emanuel Parvu rastrea en la raíces profundas de la homofobia con una precisión a un paso de todos los abismos
En su novela corta Miedo, Stefan Zweig se esfuerza en demostrar como, en ocasiones, el miedo es más corrosivo y temible que el propio castigo. El pánico a perder lo que de repente, y pese a haber sido ignorado durante años, se antoja imprescindible puede arrasar con todo. Tres kilómetros al fin del mundo se mueve en la misma longitud de honda que el relato del austriaco. Lo que cuenta no es la certeza de un castigo que por fuerza vendrá como su simple amenaza, su posibilidad, el miedo. Del director rumano Emanuel Parvu conocíamos Mikado, que diseccionaba con una precisión muy cerca del pánico la relación rota, por culpa de la desconfianza primero y la propia culpa no reconocida después, entre un padre y una hija. Aquel era un cine preciso a un centímetro escaso de todos los abismos. Ahora la misma meticulosidad sirve para examinar un caso de agresión homófoba en un pueblo no tan perdido del delta del Danubio.
Un adolescente gay vive en su comunidad asediada por el más deslumbrante e inabarcable de los ríos y lo hace ajeno a todo, a la tradición, a lo que dirán los demás y a su propia condición de ser condenado, condenado a ser amenazado. Nada de lo que le rodea parece ir con él. Hasta que un día se cruza con alguien para nada dispuesto a tanta inconsciencia. Primero es golpeado de manera gráfica y evidente y, acto seguido, acosado. De golpe, su vida se transforma en miedo, simple y puro miedo.
La película utiliza el incidente (que también es crimen) para analizar los mecanismos de poder que mueve la sociedad por dentro. El papel cómplice de la policía, la vigilancia sobre la conciencia que ejerce la Iglesia o el silencio culpable de todos confeccionan el panorama desolador de una sociedad, en efecto, desolada. Pero no solo eso, como ya hiciera en su película anterior, asuntos como el amor incondicional, la culpa u, otra vez, el miedo surgen de la pantalla de la mano de una puesta en escena modélica, transparente y siempre a la distancia justa. Sin moralismos torpes ni subrayados innecesarios, Tres kilómetros al fin del mundo bien podría pasar como paradigma de película bien contada. El miedo no es peor que el castigo, sino que el miedo es el propio castigo.
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Director: Emanuel Pârvu. Intérpretes: Bogdan Dumitrache, Laura Vasiliu, Valeriu Andriutã, Adrian Titieni. Duración: 105 minutos. Nacionalidad: Rumanía.
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