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  Cultura  Por qué demonios se fue Pulp si nadie monta una fiesta como ellos
Cultura

Por qué demonios se fue Pulp si nadie monta una fiesta como ellos

11 de julio de 2025
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<p>»Vas a ver el concierto número 569 de Pulp. Esta actuación es una bis, una bis es cuando el público pide más y se hace oír. Entonces… <strong>Hagan ruido». Y Bilbao hizo ruido.</strong> Mucho al principio, aún más en la hora y pico de música y descomunal en el cierre. El silencio solo estuvo cuando Jarvis Cocker se puso a tirar uvas para los que estaban a dieta y bombones para el resto. Pero ahí llegaremos. </p>

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 De eso iba el show de Pulp, de una sucesión de hits para quien los quiera bailar. Y quien no querría, por dios bendito  

«Vas a ver el concierto número 569 de Pulp. Esta actuación es una bis, una bis es cuando el público pide más y se hace oír. Entonces… Hagan ruido». Y Bilbao hizo ruido. Mucho al principio, aún más en la hora y pico de música y descomunal en el cierre. El silencio solo estuvo cuando Jarvis Cocker se puso a tirar uvas para los que estaban a dieta y bombones para el resto. Pero ahí llegaremos.

Porque antes tiene que aparecer Jarvis. Está a punto de hacerlo, y no se van a arrepentir, pero el mensaje solo está por el momento en la pantalla del escenario principal del Bilbao BBK Live. Hasta que una plataforma empieza a emerger y, rodeado de tres maniquíes, como en El Show de Truman, esa figura patizamba que parece poder descoyuntarse en cualquier momento que ha convertido precisamente esa apariencia en el aura mismo de una estrella.

De esas que necesita cualquier festival y que este año, coincidiendo con el primer disco de Pulp en dos décadas, tiene Bilbao. Una que con ese acento de aristócrata británico es capaz de, en un macarrónico español, suelta un «¿Qué tal, sermodus?»(inexplicable el vocativo). Una que, con una chuleta, dice tres frases en euskera. O una que, sin importar la época, siempre tiene un hit a mano para atrapar a su público. Porque de eso iba el show de Pulp, de una sucesión de hits para quien los quiera bailar. Y quien no querría, por dios bendito.

Arrancó la banda de Sheffield al ritmo de Spike Island, Grown Ups y Slow Jam, tres de los temas de su último álbum, More, que es el mismo britpop de los 90 pero llevado al 2025. Y, a la cuarta, ya estaba Jarvis Cocker sumergido en el tótem de su discografía, Different Class, con Sorted for E’s & Wizz y, sobre todo, con Disco 2000 y su delirio disco. Pero la ocasión pedía también una balada y Pulp tenía preparada ya Felling Called Love con Jarvis devorando el micro, tumbado panza arriba en lo alto de la estructura de escaleras en las que estaba convertido el escenario.

Y, de pronto, el silencio. Acabamos de llegar al momento uvas y bombones. Antes de que sonar Farmers Market, la canción que Jarvis compuso para contarnos en su último disco que ahora ya no bebe, hace yoga y se ha enamorado, el cantante preguntó si alguien estaba a dieta y de su bolso salieron unas uvas rojas que acabaron en algún lugar del público. Y después los bombones, unos vasos de papel… antes de que todo el escenario se tiñera de rojo y que su figura desgarbada acabara en un sillón de cuero de la época en que Pulp irrumpió por primera vez.

Fue ese el momento para que la noche se volviera más oscura, como la música de This is Hardcore, para que el sol volviese a surgir ante los golpes al bombo de Jarvis que dieron inicio a Sunrise y que acabaron en el segundo delirio colectivo. «Normalmente hablo de la primera que vinimos a este lugar, pero esta es la primera vez. Tengo que preguntaros algo: ¿cómo recordáis la primera vez?». Y los primeros acordes de Do You Remember The First Time? entrando afilados, certeros para que nadie se quedara sin bailar y encaminar todo hacia el final.

Sonó primero la enérgica Mis Shapes, la deliciosa Got To Have Love y también, tras unas imágenes de Jarvis joven, Babies con su Yeah, Yeah, Yeah. Y alguien podría esperar una sorpresa para el final. Pero que les den a las sorpresas, a los finales impactantes. Tocaba Common People y Candida Doyle con su copa de champán. El primer tercio susurrado; el segundo, casi como una danza tribal, y el tercero, sin explicación posible con Jarvis sentado en las escaleras para un último estruendo descomunal y un «buenas noches, cabrón» en el mismo español macarrónico del inicio.

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Antes el festival había vivido una minúscula presencia en trance, entre lo diabólico y lo hipnotizante, del que es uno de los grupos revelación del año en Gran Bretaña: English Teacher. Unos chavales que se conocieron en la escuela de música de Leeds y que van lanzados a reventar el post punk, el indie progresivo o lo que demonios sea que toquen.

Lo que en verdad importa, más allá del virtuosismo en la guitarra, el bajo, la batería y hasta el contrabajo, es lo que cantan quienes el pasado septiembre ganaron el Mercury, el premio al mejor disco del año en Gran Bretaña, antes de cumplir los 30. Cantan a las pocas ganas de currar que tienen, al desastre del que están rodeados y del que culpan a la administración de su país, a los problemas de salud mental y también al amor correspondido o no. Pero, en verdad, eso tampoco importa. Lo único que en verdad importa es lo que pasa sobre el escenario. Y eso es una explosión de escasa estatura y de altísimo voltaje.

Porque, en su primer concierto en España, en el Bilbao BBK Live, apareció la figura de Lilly Fontaine para en el primer segundo desvanecer esa imagen de niña angelical con vestido blanco. Los dos primeros temas del espectáculo, The World’s Biggest Paving Slab y I’m not crying you’re crying, se zambulleron de lleno en post punk con ese letra semi cantada de la front woman mientras la guitarra, el bajo y la batería reventaban. Y, sin parada, la calma con Mental Maths, uno de sus singles previos al álbum This Could Be Texas.

Todo lo dominaba la presencia de esos chavales que parecían estar ahí subidos solo para divertirse, para provocar. Antes de zambullirse en un derroche vocal en Your Blíster My Pain, la joven cantante preguntaba cómo traducir «it’s hot». E incapaz de entender la respuesta, la maldita palabra calor, se tiró de lleno a por This Could Be Texas y, por supuesto, ese tema semi hablado que Broken Biscuits y que muy posiblemente acabará trascendiendo a los años.

Ya el jurado del premio Mercury había expuesto en su veredicto que English Teacher, con su disco This Could be Texas se acabarían convirtiendo en «un clásico» de la música. Y en los cinco años que llevan de recorrido -en realidad son siete porque entre 2018 y 2020 los mismos miembros formaban la banda Frank- van camino de conseguirlo. No solo porque ya comportan el palmarés del Mercury con Pulp, PJ Harvey o Artic Monkeys en Mercury antes de cumplir los 30 y a la primera oportunidad o porque la revista Time eligiera su canción Nearly Daffodils como una de las diez mejores del año 2023. Sino porque su música es imprevisible y adictiva.

Porque ahora pueden ser un grupo de indie progresivo y en un suspiro pasar al post punk o a la electrónica folk. Porque, casi como una poesía dialogada puede Lilly Fontaine estar diciendo «¿Puede un río evitar que sus orillas desborden? / Culpa al Ayuntamiento, no a la lluvia / No hay preparación / Para el colapso». Que la guitarra vaya creciendo con el sintetizador y el teclado mientras la vocalista ya canta «Los huesos de mi madre se están rompiendo / Y hay recortes en las fotografías / Así que dividimos nuestras recetas / Como si fueran galletas rotas». Y que ya solo suenen los instrumentos durante más de un minuto. Hasta que Broken Biscuits colapsa y con ella, el público.

Eso fue lo que sucedió en Bilbao, también hacía unos días en Glastonbury, y será lo que se repetirá en otros tantos escenarios de Gran Bretaña, Europa y del mundo si todo sigue su camino. Porque el final de su espectáculo, con el trío formado por R&B, Daffodils y Albert Road con esos riffs de guitarra infinitos, el bombo a punto de estallar y la cantante bajada del escenario, casi sobre el público, demostró que no solo podrían ser English Teacher. Sino que lo van a ser hasta que ellos quieran.

Antes Michelle Zauner había coqueteado entre la reflexiva melancolía de su último disco como Japanese Breakfast, For Melancholy Brunettes (& Sad Women) con ese canto desgarrado a la infidelidad que es Honey Water; esa revisión gótica a la obra de Virginia Woolf que es Orlando in Love o el arranque del álbum, Here is someone, con ese verso atronador que es «Life is sad / But here is someone» (La vida es triste / Pero aquí hay alguien) y que sirve como resumen de todo lo que es su último trabajo.

Pero el cierre de la artista norteamericana, de ascendencia coreana, estaba reservado para el disfrute de todos los asistentes al festival. De la melancolía de su última trabajo saltó a la picardía del anterior, Jubilee, el disco que disparó su fama al mismo tiempo que su libro autobiográfico Crying in H Mart. Lo hizo con las bailables Paprika y Be Sweet, seguramente los dos temas más conocidos de ese disco. Para acabar volviendo a sus inicios con Everybody wants to love you (2016) y hacer que atronaran la guitarra, el bajo, el violín y el saxo para despedirse con Diving Woman.

Entre medias, incluso, Japanese Breakfast se atrevieron con una de las canciones que forman parte de la banda sonora de Materialista, la comedia romántica que protagonizan Dakota Johnson, Chris Evans y Pedro Pascal y que llegará a los cines de España en el mes de agosto. «No sé si ya la tenéis en vuestro cines o no, pero la cantaremos», decía Zauner desde el escenario antes de lanzarse a por My Baby y su tonillo de pop clásico.

Y eso que al festival le costó arrancar. Fueron casi 45 minutos sobre la hora prevista los que tardó esta edición del Bilbao BBK Live en ponerse en marcha por un problema técnico, que tenía a los más impacientes a las puertas, esperando bajo el sol. Las pulseras no funcionaban y nadie podía entrar en el centro. Lo que hizo que los primeros grupos, los vascos Mirua y Eider Sáez, tuvieran que reducir sus actuaciones.

Los problemas técnicos también estuvieron presentes en el show de PabloPablo, que tardó más de 15 minutos en aparecer por el escenario sobre lo previsto y que arrancó con Donde estás! y Otra vida, con esa alternancia de graves y falsete que ha convertido en su rasgo distintivo, para dar paso a Canciones en mí, el tema que da nombre a su disco, y que en su inicio susurrado permite dudar en si es Pablo o su padre, Jorge Drexler, quien la canta.

Pero lo que la gente esperaba era, primero, De ti, la canción que comparte con Amaia, y que llegó a mitad de actuación. Y, sobre todo, el hit del álbum, Eso que tú llamas amor, con Carin Leon y Ralphie Choo, que llegó al final para que el público, que fue creciendo con el paso del, coreara cada verso.

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