<p class=»ue-c-article__paragraph»>Se considera más «hispanófilo que hispanista» y, desde esta posición de cercanía y conocimiento de la Historia de España,<strong> Paul Preston</strong> (Liverpool, 1946) aborda en <i><strong>La pérfida Albión</strong></i> (Debate) el «contradictorio» papel de Gran Bretaña, condicionado por «razones de clase», en la Guerra Civil española. El prestigioso historiador abunda en la tesis de que la postura de no intervención asumida por Londres no fue neutral, ya que derivó en un apoyo encubierto a Franco al impedir a la República acceder a armamento. Su obra, en la que reúne sus ensayos -la mayoría, inéditos-, muestra la hipocresía del Gobierno británico en el conflicto español.</p>
El hispanista británico sostiene en La pérfida Albión que la «hipócrita» posición de Londres fue decisiva para que los franquistas ganaran la Guerra Civil al impedir a la República acceder a armamento
Se considera más «hispanófilo que hispanista» y, desde esta posición de cercanía y conocimiento de la Historia de España, Paul Preston (Liverpool, 1946) aborda en La pérfida Albión (Debate) el «contradictorio» papel de Gran Bretaña, condicionado por «razones de clase», en la Guerra Civil española. El prestigioso historiador abunda en la tesis de que la postura de no intervención asumida por Londres no fue neutral, ya que derivó en un apoyo encubierto a Franco al impedir a la República acceder a armamento. Su obra, en la que reúne sus ensayos -la mayoría, inéditos-, muestra la hipocresía del Gobierno británico en el conflicto español.
- Gran Bretaña se declaró «neutral» durante la Guerra Civil, pero usted habla de «la simpatía apenas disimulada de Londres» con Franco.
- Siempre hay que tener en cuenta que estamos ante asuntos complejos que exigen matices. En Gran Bretaña existía en 1936 un trauma psicológico nacional como consecuencia de la matanza de la Primera Guerra Mundial. Eso provocó un síndrome de horror a la guerra, que se une al coste económico de ese conflicto. El resultado fue que Londres optó por la no intervención en la Guerra Civil. Una decisión profundamente equivocada porque se basó en prejuicios de clase y no en intereses estratégicos.
- Winston Churchill, en su columna del ‘Evening Standard’ del 10 de agosto de 1936, escribió: «Gane quien gane en España, la libertad y la democracia saldrán derrotadas».
- Su reacción fue fundamental. Escribió Paso a paso, un libro en el que recopila los artículos de prensa que publicó desde 1936 a 1939, en el que empieza diciendo ‘yo apoyo a los rebeldes porque está masacrando a la aristocracia’. Pero, como era muy inteligente, a pesar de consumir tanto champán y coñac, se dio cuenta de que los motivos por los que Hitler y Mussolini estaban metidos en la guerra de España era porque buscaban debilitar a las grandes potencias que tenían la hegemonía de las relaciones internacionales, es decir, Gran Bretaña y Francia. Vio que lo más le interesaba al Imperio Británico era que ganara la República, porque estaba muy debilitada y necesitaría asociarse con sus aliados naturales, las democracias occidentales.
- En el libro enfatiza que la postura activamente antiizquierdista de la política exterior británica desde la revolución soviética de 1917 explica la posición de Londres respecto a la Guerra Civil. ¿El Pacto de no intervención de las potencias europeas facilitó el expansionismo del Eje y, en el fondo, se convirtió en un apoyo encubierto a Franco?
- Sí. Esos lugares comunes, como que Franco ganó la guerra porque era un genio militar, son una chuminada. Incluso Hitler y Mussolini se desesperaron por sus errores estratégicos. El historiador Enrique Moradiellos fue el primero en subrayar la importancia de la posición de Gran Bretaña. Entraron en juego los prejuicios de clase. Gran Bretaña y la derecha del establishment francés subestimaron el peligro de la agresión alemana. La clase alta, tanto británica como francesa, pensaba que podría utilizar a los nazis como si fuesen una especie de perros de presa contra lo que concebían como el gran enemigo, que era la Unión Soviética. La obsesión con la URSS fue clave en la posición de Gran Bretaña respecto a Franco.
- ¿Qué intereses económicos existían entonces entre los empresarios y aristócratas británicos y España?
- Las inversiones británicas en España eran las más importantes de todas las extranjeras. Especialmente, en las zonas industriales: País Vasco, Cataluña y Madrid. El colapso del aparato del Estado deriva en apertura de cárceles y en un predominio de los sindicatos, lo que eleva el riesgo para la industria. Los dos diplomáticos británicos más importantes en España en aquel momento eran Norman King y Henry Chilton. Dos racistas que mostraban un desprecio deleznable hacia los españoles, a los que consideraba una raza inferior. Sus informes condicionaron la postura del Gobierno británico. Chilton, sobre el asedio franquista a Bilbao. Y King, sobre lo que pasaba en Barcelona. El propio Anthony Eden, entonces ministro de Asuntos Exteriores, reconoció en sus memorias que estos diplomáticos le habían influido. Los documentos que enviaron eran espeluznantes.
- ¿Existía un enconado odio de clase en el pueblo español y en el Gobierno del Frente Popular, tal como manejaba el servicio exterior británico?
- Nada es blanco o negro. Todo tiene matices. El Gobierno del Frente Popular, con Manuel Azaña de presidente y ausencia de los socialistas, realmente es un Ejecutivo bastante moderado. Pero es cierto que había mucho miedo. Y una especie de conspiración entre las derechas española y británica. Muchos iban a los mismos colegios. Por ejemplo, toda la jerarquía jerezana. Hay que pensar que el Duque de Alba era uno de los herederos al trono de Inglaterra. Los lazos eran muy estrechos.
- Hay una conversación, que usted relata en su libro, entre Anthony Eden y Léon Blum en la que el primero disuade al jefe del Gobierno francés de enviar armas en auxilio de la República española. ¿La «traición de las potencias occidentales permitió a Franco ganar al guerra?
- Por supuesto, porque niega a la República su derecho de defenderse al equiparar jurídicamente a unos rebeldes militares a un Estado legítimo. Cada avión que enviaban Hitler y Mussolini era nuevo, con todo tipo de recambios. La República, en cambio, tuvo que recurrir a los traficantes de armas. A eso se une que la vigilancia del cumplimiento del pacto de no intervención se dejó en manos de Alemania e Italia. Eso no tiene nada de neutral. Se violó el derecho internacional al privar a la República de acceso a armamento.
- Franco nunca reconoció en público que Gran Bretaña hubiera contribuido enormemente a su victoria final.
- No solo eso, sino que la expresión «la pérfida Albión» se convirtió en una de sus favoritas, como aquello de «la pertinaz sequía». Lo mantuvo hasta el final.
- En el libro analiza la influencia de algunos de los nombres más destacados de la literatura británica a la hora de proyectar lo que pasó en España en los años 30. Uno de ellos, George Orwell. Usted subraya el valor de su testimonio en ‘Homenaje a Cataluña’ (1938), pero señala su falta de conocimiento del conflicto.
- No es una crítica a la calidad de Orwell como escritor ni como observador de la realidad. Fue un cronista más que un novelista. Su libro cuenta la experiencia de un miliciano extranjero en el POUM, y eso es un trocito no muy importante de la Guerra Civil. A partir de ahí, lo usa como base para enjuiciar las razones que llevaron a la República a su derrota. Homenaje a Cataluña puede que sea el libro más vendido sobre la guerra española en el mundo anglosajón. Su éxito se vio amplificado con Tierra y libertad (1995), la película de Ken Loach. Lo que cuenta es conmovedor, pero no es verdad. Orwell no fue objetivo.
- Usted recuerda el episodio del alcalde de Benicàssim (Castellón) en 2004, cuando retiró la placa en memoria de los brigadistas. Después la repuso el entonces portavoz de los socialistas valencianos. Este hecho refleja una polémica que, en el caso de España, se repite con el cambio de nombre de las calles o el traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos. ¿Por qué no tenemos una mirada mínimamente consensuada alrededor del pasado reciente?
- Bueno, en cualquier país a la gente le molesta mucho que se cambie el nombre de las calles. Siempre he pensado que sería mejor añadir una placa explicando quién era José Antonio o Queipo de Llano. En todo caso, hay que tener en cuenta que Franco impone un régimen de terror y de pillaje, ahí está el enriquecimiento de él mismo y de su familia. Desde entonces, empiezan a dominar los medios de comunicación y después la educación. Así durante 40 años. Hubo un gran lavado de cerebro destinado a probar que Franco es el salvador del pueblo. Eso tuvo un impacto que no se pudo contrarrestar a partir de 1977, porque una democracia es incompatible con hacer un lavado de cerebro.
- La función educativa entronca con la iniciativa del Gobierno de conmemorar el 50 aniversario del fallecimiento del dictador. ¿La democracia española empezó con la muerte de Franco?
- Hay muchos factores que marcan la transición a la democracia. Fue una obra colectiva. Y eso empieza con la resistencia al franquismo, que cobra fuerza a mediados de los años 60. Hay figuras que tuvieron un papel muy importante. Uno de ellos, el Rey Juan Carlos, quien, a pesar de su caída en desgracia por apetitos personales, demostró un coraje notable al contener a las fuerzas inmovilistas de la dictadura. No hay que olvidarse de Torcuato Fernández-Mirada. En 1976 se aprobó la Ley para la Reforma Política. En 1977 se convocaron las primeras elecciones democráticas. Y un año después se aprobó en referéndum la Constitución. Es muy difícil fijar una fecha exacta a partir de la cual se produce la Transición.
- ¿Es importante divulgar entre los jóvenes quién fue Franco?
- Por supuesto que sí, aunque reconozco que es problemático. Soy renuente a hacer juicios de valor sobre la actualidad española. Soy un guiri inocente. Estoy muy desligado del día a día en España. Como historiador, sí digo que desde 1977 España ha vivido una transformación que ha merecido la admiración internacional. Cuando yo me fui a España vivir a finales de los 60, en Francia y Gran Bretaña se consideraba poco menos que parte de África. Eso no quiere que no haya habido desilusiones. Nadie pensaba lo que iba a haber de corrupción.
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