<p>Alguien dijo alguna vez que la paz es un acto de libertad o no es paz. Y que no conviene confundir paz con sumisión. Este podría ser el resumen de la gala del domingo de los Oscar. La Academia optó por no molestar a un presidente, Donald Trump, con un largo historial de animadversión hacia ella. Es decir, decidió, sin hacerlo explícito, obedecerle. Y tanto fue el empeño que ni se le citó siquiera pese a que <strong>las películas nominadas son la más palmaria exhibición de la agenda contra la Administración que humilla a Zelenski en público,</strong> donde confluyen desde el feminismo de <i>Anora </i>o <i>La Sustancia</i> hasta el antirracismo de <i>Nickel Boys</i> pasando por la abierta discusión del sueño americano de <i>The Brutalist</i> u, otra vez, <i>Anora</i>, el antibolsonarismo de <i>Aún estoy aquí </i>o, más evidente, el antitrumpismo declarado de <i>The Apprentice</i>. De <i>Emilia Pérez </i>no hablamos porque ya lo han hecho todos. Es decir, se esté o no de acuerdo con Trump o con las películas nominadas, lo que sorprende, por contradictorio, es que los segundos callaran de la manera que lo hicieron.</p>
La gala de los premios Oscar 2025 evitó toda referencia política a la búsqueda de una paz con la Administración del presidente. Una actitud que pareció más sumisión
Alguien dijo alguna vez que la paz es un acto de libertad o no es paz. Y que no conviene confundir paz con sumisión. Este podría ser el resumen de la gala del domingo de los Oscar. La Academia optó por no molestar a un presidente, Donald Trump, con un largo historial de animadversión hacia ella. Es decir, decidió, sin hacerlo explícito, obedecerle. Y tanto fue el empeño que ni se le citó siquiera pese a que las películas nominadas son la más palmaria exhibición de la agenda contra la Administración que humilla a Zelenski en público, donde confluyen desde el feminismo de Anora o La Sustancia hasta el antirracismo de Nickel Boys pasando por la abierta discusión del sueño americano de The Brutalist u, otra vez, Anora, el antibolsonarismo de Aún estoy aquí o, más evidente, el antitrumpismo declarado de The Apprentice. De Emilia Pérez no hablamos porque ya lo han hecho todos. Es decir, se esté o no de acuerdo con Trump o con las películas nominadas, lo que sorprende, por contradictorio, es que los segundos callaran de la manera que lo hicieron.
Se diría que, entre tanto ruido, la Academia sumisa se habría inclinado por descartar todo mensaje añadido y centrarse en el trabajo en sí. Es decir, la Academia decidió obedecer a eso que que con tanto entusiasmo adánico se reclama desde las tribunas de bien: separar la obra de sus circunstancias, de su mundo. Como si eso, en el año en que el mundo se asoma a todos los abismos ecológicos, económicos, migratorios y trumpistas fuera posible o, cuanto menos, deseable. Y así hasta dar a luz la gala menos comprometida, más blanca, más perezosa y, a su modo, más indecente en décadas.
Apenas dos chistes del presentador muy, pero muy, disimulados, una referencia a Ucrania de Daryl Hannah, un pin a favor de Palestina en la solapa de Guy Pearce y, como nota discordante entre tanto mutismo, la intervención emocionante, razonable, desesperada y cruda de los directores del documental No Other Land, el palestino Basel Adra y el judío Yuval Abraham. «Hay un camino diferente, una solución sin supremacía étnica. La política exterior de este país [por Estados Unidos] bloquea este camino», dijo el primero.
La declaración venía a cuento del Oscar para una película que disecciona el acoso a la familia del primero en Cisjordania por parte del gobierno y los conciudadanos del segundo. Para situarnos, la suya es una película, sí, pero lo que muestra y el modo de hacerlo transforma al que mira probablemente para siempre. En realidad, antes que película, antes que cine, No other land es la materialización perfecta de un prolongado y casi eterno golpe de rabia. Estamos ante una irrefutable y despiadada crónica de sufrimiento, y también de injusticia, ante la brutalidad de una limpieza étnica que todo lo destruye. Pero por encima de ello, estamos ante la más brillante y desoladora a la vez refutación de la idea del espectador inmóvil y en soledad que ha dado el cine reciente. Es cine para cambiarlo todo. Como se supone que deber el cine que encabeza película como la ganadora Anora. Premiar la película de Sean Baker y hacer oídos sordos a su sentido profundo, a su voluntad de transformar la realidad y la mirada, es raro. Y por ello, sorprende la blancura inmaculada de una gala de, precisamente, cine, de cine independiente supuestamente.
La de Yuvel fue la única frase con algo de resonancia fuera de la cháchara del siempre impostado glamour que se escuchó. Donald Trump se salió con la suya. No fue paz, fue sumisión.
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