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  Opinión  Por qué, como católico y defensor de derechos humanos, no puedo apoyar el genocidio en Gaza ni los abusos de ningún régimen
Opinión

Por qué, como católico y defensor de derechos humanos, no puedo apoyar el genocidio en Gaza ni los abusos de ningún régimen

6 de septiembre de 2025
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Soy católico. Mi fe me enseña que cada persona —sin excepción— es portadora de una dignidad inviolable. Esa convicción no es un adorno espiritual: es un mandato ético. Me obliga a levantar la voz frente a toda forma de violencia sistemática, venga de donde venga y la cometa quien la cometa. Por eso he denunciado la dictadura en Venezuela, Cuba y Nicaragua; la invasión de Ucrania; y también los abusos cometidos por Estados Unidos, por Israel y por cualquier otro actor estatal o armado. La dignidad humana no admite paréntesis.

Fundamento moral: la vida humana es sagrada

La tradición cristiana es diáfana: “no matarás” no se relativiza por conveniencias geopolíticas. La doctrina social de la Iglesia coloca la persona humana en el centro, exige el respeto del bien común y prohíbe toda forma de castigo colectivo, tortura, desaparición, ejecuciones extrajudiciales y limpieza étnica. La lógica cristiana no es tribal: no me pregunta de qué bando es la víctima, me pregunta si es humana. Y si lo es —siempre lo es— exige protección.

Desde esta convicción no puedo apoyar el genocidio ni los crímenes masivos contra la población civil en Gaza. Condeno igualmente el terrorismo, la toma de rehenes y cualquier ataque deliberado contra personas inocentes. Fe y coherencia piden lo mismo: proteger toda vida, sin apellidos.

Fundamento jurídico: universalidad de los derechos

El lenguaje de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario fue creado precisamente para tiempos de barbarie. Sus principios son claros: distinción entre combatientes y civiles, proporcionalidad en el uso de la fuerza, deber de permitir ayuda humanitaria, prohibición absoluta de la tortura y del castigo colectivo. La prohibición del genocidio y de los crímenes de guerra es perentoria: no admite justificación política ni militar.

No hay “buenas razones” para bombardear barrios enteros, negar alimentos y medicina, disparar contra quienes huyen, o silenciar a periodistas y médicos. Tampoco las hay para secuestrar, violar, ejecutar o usar a la población como escudo. Cuando la ley protege a todos, mi deber es exigir que se cumpla para todos.

Coherencia ética: sin doble rasero

He enfrentado dictaduras y redes criminales en mi país y en la región porque sé lo que significan: persecución, tortura, prisión política, exilio, muerte. Esa experiencia me vacunó contra los atajos morales. No hay causa justa que se defienda con métodos atroces. Si denuncio la represión en Caracas, La Habana o Managua, debo denunciar también la agresión en Kiev, el castigo colectivo en Gaza o los abusos cometidos por potencias que se presentan como democráticas cuando violan sus propias normas.

La coherencia no es comodidad; es fidelidad a la verdad. Me niego a la política del “sí, pero”. El sufrimiento humano no se negocia por afinidades ideológicas.

Aplicaciones concretas

  • Venezuela, Cuba, Nicaragua: la represión sistemática, la tortura y la prisión política son inaceptables. He dedicado mi vida a documentarlas y denunciarlas.
  • Ucrania: la invasión viola la Carta de la ONU y el derecho de los pueblos a vivir en paz. Defender a Ucrania es defender el principio de que la fuerza no crea derecho.
  • Gaza: condeno el terrorismo y exijo la liberación de todos los rehenes; condeno, asimismo, los bombardeos indiscriminados, el bloqueo y el castigo colectivo sobre una población exhausta. No puedo apoyar —ni moral ni jurídicamente— una política que destruye masivamente la vida civil.
  • Estados Unidos, Israel u otras potencias: cuando cometen abusos —tortura, detenciones arbitrarias, ataques que violan los principios de distinción y proporcionalidad, asentamientos contrarios al derecho, operaciones letales con víctimas civiles— también deben rendir cuentas. El Estado de derecho no es selectivo.

Criterios operativos de mi compromiso

  1. Primacía de la persona: toda decisión pública debe preguntarse primero por el impacto en los civiles, especialmente niños y mujeres.
  2. Universalidad de las normas: los mismos estándares para todos los actores, aliados o adversarios.
  3. Verdad y memoria: documentar, nombrar a las víctimas, preservar pruebas, exigir justicia.
  4. Puentes, no trincheras: combatir el antisemitismo y la islamofobia; rechazar la deshumanización del “otro”.
  5. No a la impunidad: apoyo a investigaciones internacionales independientes y sanciones cuando correspondan.
  6. Ayuda humanitaria sin obstáculos: corredores seguros, acceso a agua, alimentos, medicinas y protección de hospitales, escuelas y templos.
  7. Paz con justicia: los ceses al fuego son necesarios, pero la paz auténtica exige verdad, reparación y garantías de no repetición.

Mi lugar como creyente y ciudadano

Ser católico no me obliga a callar; me obliga a hablar con más claridad. La fe no es una bandera partidista: es una escuela de humanidad. Me niega el cinismo, me prohíbe el odio y me exige la valentía de mirar el dolor de frente, también cuando incomoda a los míos. Por eso no puedo apoyar el genocidio en Gaza ni justificar los abusos de ningún régimen. No es una postura “equidistante”; es una postura justa: el único lado al que pertenezco es el de la dignidad humana. Seguiré del lado de las víctimas —todas—, promoviendo el diálogo que salva vidas, defendiendo la ayuda humanitaria, y empujando la justicia que hace posible la paz. Mi lealtad no es a una bandera ni a un partido: es a la verdad, a la conciencia, y al rostro concreto del ser humano que sufre.

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(*) Lorent Gómez Saleh, activista venezolano y fundador de la ONG Operación Libertad. En 2017, Saleh fue uno de los ocho venezolanos premiados con el premio Sájarov por el Parlamento Europeo.

 Soy católico. Mi fe me enseña que cada persona —sin excepción— es portadora de una dignidad inviolable. Esa convicción no es un adorno espiritual: es un mandato ético. Me obliga a levantar la voz frente a toda forma de violencia sistemática, venga de donde venga y la cometa quien la cometa. Por eso he denunciado  

Hambre en Gaza, Palestina. Xinhua

Soy católico. Mi fe me enseña que cada persona —sin excepción— es portadora de una dignidad inviolable. Esa convicción no es un adorno espiritual: es un mandato ético. Me obliga a levantar la voz frente a toda forma de violencia sistemática, venga de donde venga y la cometa quien la cometa. Por eso he denunciado la dictadura en Venezuela, Cuba y Nicaragua; la invasión de Ucrania; y también los abusos cometidos por Estados Unidos, por Israel y por cualquier otro actor estatal o armado. La dignidad humana no admite paréntesis.

Fundamento moral: la vida humana es sagrada

La tradición cristiana es diáfana: “no matarás” no se relativiza por conveniencias geopolíticas. La doctrina social de la Iglesia coloca la persona humana en el centro, exige el respeto del bien común y prohíbe toda forma de castigo colectivo, tortura, desaparición, ejecuciones extrajudiciales y limpieza étnica. La lógica cristiana no es tribal: no me pregunta de qué bando es la víctima, me pregunta si es humana. Y si lo es —siempre lo es— exige protección.

Desde esta convicción no puedo apoyar el genocidio ni los crímenes masivos contra la población civil en Gaza. Condeno igualmente el terrorismo, la toma de rehenes y cualquier ataque deliberado contra personas inocentes. Fe y coherencia piden lo mismo: proteger toda vida, sin apellidos.

Fundamento jurídico: universalidad de los derechos

El lenguaje de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario fue creado precisamente para tiempos de barbarie. Sus principios son claros: distinción entre combatientes y civiles, proporcionalidad en el uso de la fuerza, deber de permitir ayuda humanitaria, prohibición absoluta de la tortura y del castigo colectivo. La prohibición del genocidio y de los crímenes de guerra es perentoria: no admite justificación política ni militar.

No hay “buenas razones” para bombardear barrios enteros, negar alimentos y medicina, disparar contra quienes huyen, o silenciar a periodistas y médicos. Tampoco las hay para secuestrar, violar, ejecutar o usar a la población como escudo. Cuando la ley protege a todos, mi deber es exigir que se cumpla para todos.

Coherencia ética: sin doble rasero

He enfrentado dictaduras y redes criminales en mi país y en la región porque sé lo que significan: persecución, tortura, prisión política, exilio, muerte. Esa experiencia me vacunó contra los atajos morales. No hay causa justa que se defienda con métodos atroces. Si denuncio la represión en Caracas, La Habana o Managua, debo denunciar también la agresión en Kiev, el castigo colectivo en Gaza o los abusos cometidos por potencias que se presentan como democráticas cuando violan sus propias normas.

La coherencia no es comodidad; es fidelidad a la verdad. Me niego a la política del “sí, pero”. El sufrimiento humano no se negocia por afinidades ideológicas.

Aplicaciones concretas

  • Venezuela, Cuba, Nicaragua: la represión sistemática, la tortura y la prisión política son inaceptables. He dedicado mi vida a documentarlas y denunciarlas.
  • Ucrania: la invasión viola la Carta de la ONU y el derecho de los pueblos a vivir en paz. Defender a Ucrania es defender el principio de que la fuerza no crea derecho.
  • Gaza: condeno el terrorismo y exijo la liberación de todos los rehenes; condeno, asimismo, los bombardeos indiscriminados, el bloqueo y el castigo colectivo sobre una población exhausta. No puedo apoyar —ni moral ni jurídicamente— una política que destruye masivamente la vida civil.
  • Estados Unidos, Israel u otras potencias: cuando cometen abusos —tortura, detenciones arbitrarias, ataques que violan los principios de distinción y proporcionalidad, asentamientos contrarios al derecho, operaciones letales con víctimas civiles— también deben rendir cuentas. El Estado de derecho no es selectivo.

Criterios operativos de mi compromiso

  1. Primacía de la persona: toda decisión pública debe preguntarse primero por el impacto en los civiles, especialmente niños y mujeres.
  2. Universalidad de las normas: los mismos estándares para todos los actores, aliados o adversarios.
  3. Verdad y memoria: documentar, nombrar a las víctimas, preservar pruebas, exigir justicia.
  4. Puentes, no trincheras: combatir el antisemitismo y la islamofobia; rechazar la deshumanización del “otro”.
  5. No a la impunidad: apoyo a investigaciones internacionales independientes y sanciones cuando correspondan.
  6. Ayuda humanitaria sin obstáculos: corredores seguros, acceso a agua, alimentos, medicinas y protección de hospitales, escuelas y templos.
  7. Paz con justicia: los ceses al fuego son necesarios, pero la paz auténtica exige verdad, reparación y garantías de no repetición.

Mi lugar como creyente y ciudadano

Ser católico no me obliga a callar; me obliga a hablar con más claridad. La fe no es una bandera partidista: es una escuela de humanidad. Me niega el cinismo, me prohíbe el odio y me exige la valentía de mirar el dolor de frente, también cuando incomoda a los míos. Por eso no puedo apoyar el genocidio en Gaza ni justificar los abusos de ningún régimen. No es una postura “equidistante”; es una postura justa: el único lado al que pertenezco es el de la dignidad humana. Seguiré del lado de las víctimas —todas—, promoviendo el diálogo que salva vidas, defendiendo la ayuda humanitaria, y empujando la justicia que hace posible la paz. Mi lealtad no es a una bandera ni a un partido: es a la verdad, a la conciencia, y al rostro concreto del ser humano que sufre.

(*) Lorent Gómez Saleh, activista venezolano y fundador de la ONG Operación Libertad. En 2017, Saleh fue uno de los ocho venezolanos premiados con el premio Sájarov por el Parlamento Europeo.

 Opinión – Diario Digital Nuestro País

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