<p>Contaba <strong>Héctor Alterio</strong>, con ese acento porteño que nunca se le fue, que durante la promoción por España de <i>La Tregua</i>, la película de 1974 inspirada en la obra de Mario Benedetti, recibió una llamada en la que alguien le advertía de que estaba en la lista negra, que la Triple A, el grupo paramilitar de extrema derecha argentina, le estaba buscando para matarle por su cercanía con las fuerzas de la izquierda. Y que, en ese momento, tomó la decisión de no volver a Buenos Aires, de que su familia se instalaría en nuestro país.</p>
Padre de Malena y Ernesto Alterio, es uno de los grandes referentes de la interpretación de las últimas décadas en Argentina y en España
Contaba Héctor Alterio, con ese acento porteño que nunca se le fue, que durante la promoción por España de La Tregua, la película de 1974 inspirada en la obra de Mario Benedetti, recibió una llamada en la que alguien le advertía de que estaba en la lista negra, que la Triple A, el grupo paramilitar de extrema derecha argentina, le estaba buscando para matarle por su cercanía con las fuerzas de la izquierda. Y que, en ese momento, tomó la decisión de no volver a Buenos Aires, de que su familia se instalaría en nuestro país.
Lo contaba el veterano actor con una naturalidad y una tranquilidad casi impensables para quien tiene que abandonar su lugar de origen, ya con una familia iniciada y una carrera latente, y dar comienzo a otra vida. Esa misma naturalidad era la que Héctor Alterio, que ha fallecido este sábado a los 96 años de edad, mostró durante toda su vida en los escenarios, ante la cámara, en un día cualquiera. Y, en esa cualidad, está parte del éxito de quien fue el progenitor de una de las sagas más reconocidas de actores en nuestro país -sus hijos son Malena y Ernesto Alterio-, uno de los grandes intérpretes del teatro en lengua española y una figura clave del Nuevo Cine Argentino de los años 60.
«Queridos amigos y compañeros, con profundo dolor queremos comunicaros que hoy, 13 de diciembre por la mañana, nos ha dejado Héctor Alterio. Se fue en paz después de una vida larga y plena dedicada a su familia y al arte, estando activo profesionalmente hasta el día de hoy. Descanse en paz», ha anunciado Pentación Espectáculos, a través de un comunicado público, la muerte del intérprete cuyo último proyecto, Una pequeña historia, habían producido ellos. Una pequeña historia era un viaje de ida y vuelta de Madrid a Buenos Aires tripulado por la poesía, la música y la palabra. Y se podría decir que, entonces, también era la vida misma del actor.
Para encontrar la génesis de un intérprete inmenso de puro natural hay que remontarse hasta finales de la década de los 40 cuando el mundo casi ni existía como hoy lo conocemos. Ahí, sobre un escenario, nació realmente Héctor Alterio con un texto de Alejandro Casona, Prohibido suicidarse en primavera. Tenía 19 años y, poco después, ya fundaría su propia compañía, Nuevo Teatro, con la que se lanzó a renovar la escena teatral de Argentina. La nómina de montajes en los que estuvo presente durante su vida es tan inabarcable que no habría forma de encajarla en un texto como este.
Pero la verdadera fama del actor, que estuvo en activo casi hasta sus últimos días, llegaría con la nueva hornada de directores que surgieron en la década de los 60 en su país de origen.Todo sol es amargo, de Alfredo Mathé, fue el inicio. Y luego estarían las películas de Fernando Ayala, Héctor Olivera -ganó el Oso de Plata en Berlín con La Patagonia rebelde-, y, especialmente, Leopoldo Torre Nilsson con La maffia y Los siete locos. Y, entonces, el exilio forzoso ante la dictadura que estaba por empezar en Argentina cuando ya acababa la española. Para él y para toda su familia: su mujer, la psicoanalista Angela Bacaicoa, y sus dos hijos, Ernesto y Malena, de 4 y 1 años, que acabarían siguiendo los pasos de su padre.
Aquí le acogieron Juan Diego, Pilar Miró y, sobre todo, Núria Espert con quien recorrió España y también Europa gracias al montaje de Divinas palabras, de Ramón María del Valle-Inclán, que levantó la compañía de la catalana. Ese fue el inicio de una amistad que se quedaría para siempre entre dos de los grandes mitos de la escena en español. La misma que Alterio no abandonó en ningún momento. Porque hasta hace pocos meses -en octubre aún se subió al escenario- se atrevió con Una pequeña historia.Sobre las tablas, un piano, dos sillas, unos atriles y la menguante figura de un veterano actor que aún podía sostener un monólogo de 90 minutos; cantar tangos y recitar poesía; rememorar sus primeros años en Buenos Aires, su exilio y su segunda vida en España. Como si algo le empujara o simplemente fuera natural.
Cuando el exilio le empujó a España, Héctor Alterio también siguió en el cine. Con A un dios desconocido de Jaime Chávarri, ganó el premio a mejor actor en el Festival de Cine de San Sebastián de 1977; con El nido (1980), de Jaime de Armiñán, ambos hicieron la carrera hacia los Oscar, y con El hijo de la novia (2001), de Juan José Campanella, formó un dúo de época con Ricardo Darín. La nómina de directores españoles en cuyas manos estuvo pasa también por Pilar Miró, Gonzalo Suárez, Carlos Saura y Vicente Aranda. Y la de argentinos no es menor: el propio Campanella, Adolfo Aristarain, Marcelo Piñeyro -inolvidable la escena de Caballos salvajes y esa frase de «la puta que vale la pena estar vivo- y Héctor Olivera -con quien engrandeció el cine político argentino-.
Y, sin embargo, la mejor definición del progenitor de los Alterio sigue estando en boca de su hija, Malena, cuando dijo aquello de que su padre siempre había sido «un operario del cine y del teatro». Pero uno de los más grandes hasta el final. Y también de los más naturales.
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