<p>La sonrisa de <strong>Marian Keyes</strong> ilumina una sala oscurecida por las nubes. Está radiante, con su jersey fucsia y su pelo negro recogido en una coleta baja. «Siento mucho haber traído el mal tiempo», se disculpa desde Barcelona, donde este fin de semana participa en el <strong>Crush Fest</strong>. «Es mi sexta vez aquí y nunca la había visto sin sol. ¡Es rarísimo!».</p>
La escritora irlandesa es una de las reinas de la novela romántica posfeminista, socia fundadora del género chick lit en los 90. Empezó a escribir mientras estaba ingresada en una clínica de rehabilitación: «Me costó identificarme como alcohólica, yo pensaba que era cosa de señores viejos»
La sonrisa de Marian Keyes ilumina una sala oscurecida por las nubes. Está radiante, con su jersey fucsia y su pelo negro recogido en una coleta baja. «Siento mucho haber traído el mal tiempo», se disculpa desde Barcelona, donde este fin de semana participa en el Crush Fest. «Es mi sexta vez aquí y nunca la había visto sin sol. ¡Es rarísimo!».
Y se ríe. Se ríe muchísimo Marian Keyes, pero no siempre fue así.
La vida se le puso muy cuesta arriba cuando cumplió los 30 a la escritora irlandesa, cuando con su flamante título de Derecho partió a Londres a buscar trabajo de camarera. «Le di un buen uso», bromea todavía hoy. Las cervecitas fueron convirtiéndose en otras bebidas más fuertes, las visitas ocasionales al pub se fueron haciendo más frecuentes, y cuando quiso darse cuenta, no podía vivir sin una copa. O no podía vivir, en general.
Tras dos intentos de suicidio, sus padres la ingresaron en una clínica de desintoxicación. Cuatro meses antes de abandonar definitivamente el alcohol envió sin mucho convencimiento un manuscrito con algunos relatos cortos a una editorial y se convirtió, sin pretenderlo, en una de las fundadoras de ese género de novela romántica posfeminista conocido popularmente como chick lit junto a Candance Bushnell (Sexo en Nueva York) y Helen Fielding (El diario de Bridget Jones).
El pasado 18 de enero se cumplieron 31 años de aquella última copa. Su primera novela vio la luz en 1995. Marian Keyes vendido desde entonces 35 millones de libros.
Llama la atención que una autora tan superventas resulte a la vez tan desconocida para el gran público. No abundan las entrevistas en grandes medios fuera del Reino Unido. ¿Será por esnobismo, por misoginia, o una mezcla de las dos? «Las cosas han cambiado mucho, pero durante mis 10 primeros años de carrera la etiqueta chick lit fue absolutamente despectiva, una herramienta patriarcal para burlarse de las mujeres, para que se sintieran avergonzadas de leer libros que les resultaban representativos. Pero, mira, aguanté y se rindieron, hoy recibo muy buenas críticas de la prensa seria». Y sonríe.
- Su último libro, El mejor error de Anna (Plaza & Janés) arranca con el siguiente pasaje: «Detrás de esta historia hay mucho más de lo que insinúa este primer pasaje-anzuelo, pero sí, tenía una vida de ensueño… y la carbonicé con un lanzallamas». Podría ser un resumen de su juventud.
- En realidad, cuando miro atrás no siento que tuviera ninguna vida que perder. Cuando me ingresaron no quedaba casi nada de mí, me había dejado llevar absolutamente por la marea, así que no viví la rehabilitación como una recuperación sino como un comienzo. Yo pensaba que los alcohólicos eran señores viejos, no una chica joven cuya mayor preocupación era comprarse unos zapatos bonitos o encontrar novio. Me costó identificarme como adicta, pero comprendí que era una enfermedad y que no había nada de lo que avergonzarse.
- ¿Le resulta terapéutica la escritura?
- Va a sonar raro, muchos escritores consideran su oficio algo catártico, pero yo no. Sólo he escrito un libro personalmente catártico, El misterio de Mercy Close, que trata sobre la depresión.
- Describe usted en esa obra uno de sus intentos de suicidio. ¿Lo relee de vez en cuando?
- Sí, lo encuentro extrañamente reconfortante. Me recuerda que ya no soy esa persona y que es posible pasar por algo realmente horrible y que la vida vuelva a ser normal. Ya sabes, levantarte por la mañana y pensar: Dios mío, no me siento loca, no me quiero morir, estoy bien. Pero, en general, mis historias no me han resultado terapéuticas sino más bien útiles para explicarme el mundo a mí misma. Escribo sobre mujeres contemporáneas en un mundo contemporáneo, y nuestros problemas evolucionan todo el tiempo. Ha sido muy interesante, por ejemplo, escribir sobre cómo mira el mundo a las mujeres menopáusicas.
«Yo pensaba que los alcohólicos eran señores viejos, no una chica joven adicta a los zapatos bonitos. No me identificaba»
- La menopausia es el tema de moda, últimamente.
- ¡Es genial! Durante mucho años fue el tabú supremo, lo cual es una locura porque el 50% de la población mundial va a pasar por ello. Si los hombres tuvieran la menopausia les darían 10 años de baja laboral, de los 45 a los 55. Y después les dedicarían un gran desfile: ¡la fiesta de la menopausia de Patrick, que ya es mayor! A nosotras, en cambio, se nos pide que lo llevemos en silencio y sin molestar.
- Tiene una relación tremendamente cercana con sus personajes. ¿Alguna vez se enfada con ellos?
- Uy, sí. No siempre hacen lo que yo quiero, pero eso las humaniza. Yo he cometido muchos errores, he hecho muchas cosas estúpidas, así que tengo que dejar que mis personajes la caguen porque, si no, no habría historia. Lo único que lo hace soportable es que todas mis protagonistas tienen un arco de evolución que las lleva a ser cada vez menos autodestructivas. Pero sí, a veces tengo que dejarlas reposar porque no las soporto.
- Sus libros siempre tienen final feliz. ¿No es como hacer spoiler?
- Es un contrato tácito entre mis lectoras y yo. Especialmente en este momento en que el mundo es tan aterrador, si la gente viniera a mí en busca de consuelo y les diera un final trágico sería una catástrofe.
«Si los hombres tuvieran la menopausia les darían 10 años de baja laboral y después les harían un gran desfile»
- Echando la vista atrás, ¿qué cree que llevó al éxito el tipo de novela que usted escribe desde los 90?
- Mira, hablamos de posfeminismo y creo que lo que llamábamos feminismo no era tal. Yo crecí en un mundo en el que me decían que era igual que los hombres, que podía conseguir lo que quisiera, liberarme sexualmente sin que nadie me juzgara. Y nada de eso era cierto. Así que creo que mis historias llegaron a un ejército de mujeres veinteañeras que no entendían la desconexión entre esa utopía feminista que nos vendían y el mundo real. Eran nuestra forma de articular nuestra verdad. Después he querido ir más allá y he escrito sobre la violación en la pareja, sobre el machismo en el mundo empresarial, sobre la adicción, claro. La ficción ha sido mi caballo de Troya, mi forma de hacer feminismo sin que nadie se diera cuenta.
- ¿Hay algún tema sobre el que nunca escribiría?
- Quería escribir un libro sobre política, pero el mundo se ha vuelto tan horrible que en realidad ahora mismo es lo último en lo que me gustaría pensar. Estoy absolutamente aterrorizada. Pero dejemos de hablar de esto que no me quiero deprimir. Esperemos que todo tenga un final feliz.
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