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  Opinión  Los signos de los tiempos
Opinión

Los signos de los tiempos

13 de junio de 2025
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Quienes creemos en la evolución humana vemos con positivismo los cambios que está experimentando todo el planeta, y más bien deseamos un incremento en la aceleración de los acontecimientos, mientras tratamos de acomodarnos a los nuevos tiempos, pero la evolución sigue su propio ritmo, que por lo general es lento.

Desde el comienzo de la historia conocida la humanidad ha trabajado para disfrutar de una vida mejor y superar las dificultades que le impone su propia naturaleza, pero hoy vemos que a pesar de los avances realizados se sigue utilizando el poder y la fuerza económica y tecnológica para asesinar, empobrecer y oprimir vastas regiones del mundo, destruyendo también el futuro de las nuevas generaciones y el equilibrio general de la vida en el planeta.

Un pequeño porcentaje de la humanidad posee grandes riquezas mientras las mayorías padecen serias dificultades hasta para sobrevivir. En todas partes los sectores más humildes sufren horrores para no morirse de hambre. Y en algunas partes todavía se desarrollan guerras y violencias descontroladas, que empeoran todavía más las miserias que sufren amplios sectores de la población de algunos países.

Continuamente escuchamos expresar que se inicia un nuevo orden mundial. Esperamos que no quede en manos de los incompetentes que hemos visto últimamente conduciendo el devenir de ciertos países, y que más bien aparezcan muchos con visión suficiente para interpretar los signos de los tiempos y planificar hacia el futuro un mundo de equilibrio.

Hasta hoy se tiende a aplicar un sistema en que las supuestas leyes del mercado regularían automáticamente el progreso social, superando el desastre producido por las anteriores economías dirigistas, aunque no se toma en cuenta la experiencia china que demuestra todo lo contrario. Lo cual nos hace pensar que no era el dirigismo, sino la corrupción de los políticos que conducían ciertos países, los que causaron dichos desastres.

Según este esquema, que conocemos como el pensamiento neoliberal, las guerras, la violencia, la opresión, la desigualdad, la pobreza y la ignorancia, irían retrocediendo sin producirse mayores sobresaltos. Los países se integrarían en mercados regionales hasta llegar a una sociedad mundial sin barreras de ningún tipo. Y así  como los sectores más pobres irían elevando su nivel de vida, las regiones menos avanzadas recibirían la influencia del progreso.

Lo más trágico de toda esta fantasía es que las mayorías se adaptarían a un nuevo esquema en que técnicos capaces u hombres de negocios, estarían en condiciones de poner en marcha.  Como si el manejo del Estado fuese igual al de una empresa privada.

Y si algo fallara, no sería por la naturaleza de las leyes económicas, sino por deficiencias de los especialistas que, como sucede en una empresa, tendrían que reemplazarse todas las veces que fuera necesario.

Dada la situación actual y la alternativa que se presenta para el logro de un mundo mejor cabe reflexionar brevemente en torno a esa posibilidad.

La realidad nos demuestra que, al menos en los países latinoamericanos, cuando se han realizado numerosas pruebas económicas de este tipo, se han obtenido resultados disparejos, y frente a esta realidad se nos dice que este experimento que se propone es la única solución a los problemas fundamentales. O sea: que la solución está en el ejercicio de prueba y error, no importa si las poblaciones sufren las consecuencias.

A mi parecer todo se basa en un error de concepción intelectual sumamente grave: creer que existen ciertos mecanismos, como en la naturaleza, que al jugar libremente regularían la evolución social. Tengo una seria dificultad para aceptar que cualquier proceso humano y, desde luego, el proceso económico, sea del mismo orden de los fenómenos naturales. Creo, por el contrario, que las actividades humanas son no-naturales, son intencionales, sociales e históricas; fenómenos éstos que no existen en la naturaleza en general ni en las especies animales.

Tratándose pues de intenciones e intereses, no tenemos por qué suponer que los sectores que ostentan el más alto nivel de bienestar estén preocupados por superar las dificultades de otros menos favorecidos.

Por otro lado, en la discusión con quienes defienden esta corriente de pensamiento, se nos señala que siempre hubo grandes diferencias entre unos pocos y las mayorías y que, no obstante, esto, las sociedades han progresado. Argumento que sinceramente parece insuficiente. El progreso social no se produjo porque la riqueza acumulada por un sector luego haya desbordado automáticamente hacia abajo, hacia los sectores menos favorecidos.  Más bien, porque los sectores inferiores presionaron fuertemente, lucharon y hasta revolucionaron los esquemas sociales preexistentes, para lograr unas nuevas relaciones sociales y económicas.

El argumento de que los países que han operado con esa supuesta economía libre tienen hoy un buen nivel de vida es una falacia, porque se olvida que dichos países realizaron guerras de expansión sobre otros, impusieron el colonialismo, el neo colonialismo que hoy conocemos, y la partición de naciones y regiones, recaudaron a base de la discriminación y la violencia y, finalmente, absolvieron mano de obra barata, al tiempo que impusieron términos de intercambio desfavorables a las economía más débiles.

Tampoco es cierto que para explicar el progreso de algunas comunidades nacionales, que éstas posean un intangible don natural de especiales talentos, virtudes cívicas, laboriosidad, organización y cosas semejantes. Esto no es un argumento sino una declaración devocional de destino manifiesto, en la que se escamotea la realidad histórica y social que explica cómo se han formado los pueblos.

Hoy estamos presenciando, en un país que se formó y sigue formándose por la recepción de migrantes, previa la aniquilación criminal de las poblaciones originarias de esos territorios, y por la rapiña que luego desarrollaron quitándole territorios a otras naciones, ya sea por compra (Luisiana y Alaska), o por guerras (Texas, California), un levantamiento social importante frente a las actitudes autoritarias de un gobierno conducido por un delincuente convicto (que ellos mismos eligieron, valga decirlo) y la pandilla de multimillonarios leales a su forma de pensar, a quienes colocó en cargos de gobierno trascendentales para el desarrollo del país, con base en su lealtad y codicia, no con base en sus conocimientos y experiencias.

Este país, ejemplo depurado del capitalismo neoliberal, se encuentra en este momento, y así lo señalan los signos de los tiempos, en una franca caída como imperio y como nación, a lo externo de él y en su interior. Y cuando los imperios se sienten débiles, siempre recurren a la violencia. Contra otros países o contra sus propios ciudadanos.

Vemos en las noticias cómo en ciertas ciudades se llevan a cabo manifestaciones contrarias a las políticas gubernamentales, especialmente las que reflejan la xenofobia enfermiza del delincuente convicto, pero nadie menciona hoy cómo su economía está deteriorada, su deuda pública ha llegado a niveles insostenibles, su industria se encuentra retrasada en comparación con otras potencias, y su capacidad militar ha quedado atrás en comparación con Rusia y China, por ejemplo.

Esperamos los que no deseamos el mal a los ciudadanos de ese país, que logren superar sus actuales crisis, pero sobre todo que empiecen a entender que los cambios de época no aceptan otra dirección que la que marcan los signos de los tiempos, y hay que aceptarlo.

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(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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Desde el comienzo de la historia conocida la humanidad ha trabajado para disfrutar de una vida mejor y superar las dificultades que le impone su propia naturaleza, pero hoy vemos que a pesar de los avances realizados se sigue utilizando el poder y la fuerza económica y tecnológica para asesinar, empobrecer y oprimir vastas regiones del mundo, destruyendo también el futuro de las nuevas generaciones y el equilibrio general de la vida en el planeta.

Un pequeño porcentaje de la humanidad posee grandes riquezas mientras las mayorías padecen serias dificultades hasta para sobrevivir. En todas partes los sectores más humildes sufren horrores para no morirse de hambre. Y en algunas partes todavía se desarrollan guerras y violencias descontroladas, que empeoran todavía más las miserias que sufren amplios sectores de la población de algunos países.

Continuamente escuchamos expresar que se inicia un nuevo orden mundial. Esperamos que no quede en manos de los incompetentes que hemos visto últimamente conduciendo el devenir de ciertos países, y que más bien aparezcan muchos con visión suficiente para interpretar los signos de los tiempos y planificar hacia el futuro un mundo de equilibrio.

Hasta hoy se tiende a aplicar un sistema en que las supuestas leyes del mercado regularían automáticamente el progreso social, superando el desastre producido por las anteriores economías dirigistas, aunque no se toma en cuenta la experiencia china que demuestra todo lo contrario. Lo cual nos hace pensar que no era el dirigismo, sino la corrupción de los políticos que conducían ciertos países, los que causaron dichos desastres.

Según este esquema, que conocemos como el pensamiento neoliberal, las guerras, la violencia, la opresión, la desigualdad, la pobreza y la ignorancia, irían retrocediendo sin producirse mayores sobresaltos. Los países se integrarían en mercados regionales hasta llegar a una sociedad mundial sin barreras de ningún tipo. Y así  como los sectores más pobres irían elevando su nivel de vida, las regiones menos avanzadas recibirían la influencia del progreso.

Lo más trágico de toda esta fantasía es que las mayorías se adaptarían a un nuevo esquema en que técnicos capaces u hombres de negocios, estarían en condiciones de poner en marcha.  Como si el manejo del Estado fuese igual al de una empresa privada.

Y si algo fallara, no sería por la naturaleza de las leyes económicas, sino por deficiencias de los especialistas que, como sucede en una empresa, tendrían que reemplazarse todas las veces que fuera necesario.

Dada la situación actual y la alternativa que se presenta para el logro de un mundo mejor cabe reflexionar brevemente en torno a esa posibilidad.

La realidad nos demuestra que, al menos en los países latinoamericanos, cuando se han realizado numerosas pruebas económicas de este tipo, se han obtenido resultados disparejos, y frente a esta realidad se nos dice que este experimento que se propone es la única solución a los problemas fundamentales. O sea: que la solución está en el ejercicio de prueba y error, no importa si las poblaciones sufren las consecuencias.

A mi parecer todo se basa en un error de concepción intelectual sumamente grave: creer que existen ciertos mecanismos, como en la naturaleza, que al jugar libremente regularían la evolución social. Tengo una seria dificultad para aceptar que cualquier proceso humano y, desde luego, el proceso económico, sea del mismo orden de los fenómenos naturales. Creo, por el contrario, que las actividades humanas son no-naturales, son intencionales, sociales e históricas; fenómenos éstos que no existen en la naturaleza en general ni en las especies animales.

Tratándose pues de intenciones e intereses, no tenemos por qué suponer que los sectores que ostentan el más alto nivel de bienestar estén preocupados por superar las dificultades de otros menos favorecidos.

Por otro lado, en la discusión con quienes defienden esta corriente de pensamiento, se nos señala que siempre hubo grandes diferencias entre unos pocos y las mayorías y que, no obstante, esto, las sociedades han progresado. Argumento que sinceramente parece insuficiente. El progreso social no se produjo porque la riqueza acumulada por un sector luego haya desbordado automáticamente hacia abajo, hacia los sectores menos favorecidos.  Más bien, porque los sectores inferiores presionaron fuertemente, lucharon y hasta revolucionaron los esquemas sociales preexistentes, para lograr unas nuevas relaciones sociales y económicas.

El argumento de que los países que han operado con esa supuesta economía libre tienen hoy un buen nivel de vida es una falacia, porque se olvida que dichos países realizaron guerras de expansión sobre otros, impusieron el colonialismo, el neo colonialismo que hoy conocemos, y la partición de naciones y regiones, recaudaron a base de la discriminación y la violencia y, finalmente, absolvieron mano de obra barata, al tiempo que impusieron términos de intercambio desfavorables a las economía más débiles.

Tampoco es cierto que para explicar el progreso de algunas comunidades nacionales, que éstas posean un intangible don natural de especiales talentos, virtudes cívicas, laboriosidad, organización y cosas semejantes. Esto no es un argumento sino una declaración devocional de destino manifiesto, en la que se escamotea la realidad histórica y social que explica cómo se han formado los pueblos.

Hoy estamos presenciando, en un país que se formó y sigue formándose por la recepción de migrantes, previa la aniquilación criminal de las poblaciones originarias de esos territorios, y por la rapiña que luego desarrollaron quitándole territorios a otras naciones, ya sea por compra (Luisiana y Alaska), o por guerras (Texas, California), un levantamiento social importante frente a las actitudes autoritarias de un gobierno conducido por un delincuente convicto (que ellos mismos eligieron, valga decirlo) y la pandilla de multimillonarios leales a su forma de pensar, a quienes colocó en cargos de gobierno trascendentales para el desarrollo del país, con base en su lealtad y codicia, no con base en sus conocimientos y experiencias.

Este país, ejemplo depurado del capitalismo neoliberal, se encuentra en este momento, y así lo señalan los signos de los tiempos, en una franca caída como imperio y como nación, a lo externo de él y en su interior. Y cuando los imperios se sienten débiles, siempre recurren a la violencia. Contra otros países o contra sus propios ciudadanos.

Vemos en las noticias cómo en ciertas ciudades se llevan a cabo manifestaciones contrarias a las políticas gubernamentales, especialmente las que reflejan la xenofobia enfermiza del delincuente convicto, pero nadie menciona hoy cómo su economía está deteriorada, su deuda pública ha llegado a niveles insostenibles, su industria se encuentra retrasada en comparación con otras potencias, y su capacidad militar ha quedado atrás en comparación con Rusia y China, por ejemplo.

Esperamos los que no deseamos el mal a los ciudadanos de ese país, que logren superar sus actuales crisis, pero sobre todo que empiecen a entender que los cambios de época no aceptan otra dirección que la que marcan los signos de los tiempos, y hay que aceptarlo.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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