<p>Iban a ser los <strong>Oscar </strong>más inclusivos de la Historia. Lo tenían todo: una nominada trans, una reivindicación femenina contra el edadismo, una oda al antirracismo y hasta una película abiertamente crítica con Trump, enemigo de todo lo anterior y de vuelta en el Gobierno. <strong>Iban a ser los Oscar más inclusivos de la Historia, y sin embargo terminaron premiando a señores blancos de mediana edad</strong>. Como siempre.</p>
Analizamos los Premios Oscar 2025 con Sandra Miret, analista fílmica feminista y autora del libro Damas, villanas y lolitas. Una mirada feminista al cine con el que crecimos
Iban a ser los Oscar más inclusivos de la Historia. Lo tenían todo: una nominada trans, una reivindicación femenina contra el edadismo, una oda al antirracismo y hasta una película abiertamente crítica con Trump, enemigo de todo lo anterior y de vuelta en el Gobierno. Iban a ser los Oscar más inclusivos de la Historia, y sin embargo terminaron premiando a señores blancos de mediana edad. Como siempre.
La gran metáfora de lo acaecido en la 97º edición podría dibujarla el encumbramiento y posterior caída libre de Karla Sofía Gascón. Casualidad o causalidad, nunca lo sabremos con seguridad, la polémica por los tuits racistas de la primera mujer trans nominada saltaron a la palestra una semana antes de que los académicos depositaran su voto. Y de repente, Emilia Pérez, la cinta de habla no inglesa más nominada de la Historia entraba en la funesta lista de grandes perdedoras: de 13 posibles estatuillas, sólo se llevaba dos. De ellas, sólo una de relumbrón. Menudo batacazo.
Cuando Sandra Miret vio Emilia Pérez no le gustó. Bajo esa pátina de pretendida diversidad, con una protagonista transexual y una trama absolutamente centrada en la feminidad, en las feminidades, ella sólo era capaz de ver al hombre blanco occidental que movía los hilos tras la cámara. «Si conoces a Jacques Audiard es imposible no verlo en toda la película, no apreciar su misoginia empapando toda la cinta», asegura la analista fílmica feminista cuyos perfiles de divulgación cinematográfica, en los que analiza precisamente la relación indivisible entre la mirada del creador y lo que cuenta su obra, suman más de medio millón de seguidores.
«¿Se puede separar la obra del artista?», se pregunta en su primer libro, Damas Villanas y Lolitas. Una mirada feminista al cine con el que crecimos (Bruguera), el compendio de toda su investigación sobre los efectos de lo que los anglosajones llaman male gaze, la mirada masculina, en la percepción propia y ajena de la mujer en la sociedad. En resumen: el dominio histórico de los hombres en el cine ha invisibilizado a la mujer y ha consolidado los grandes estereotipos machistas que condenan al personaje femenino al papel secundario dependiente del héroe protagonista. Lo dicho: ellas son damas, villanas o lolitas.
Antes que analista fílmica, Sandra fue actriz. La inspiración para lo que vendría después le llegó cuando se preparaba para interpretar a una Julieta que modernizaba el cuento de Shakespeare y cambiaba el clásico balcón por un vibrador. «Empecé a preguntarme por qué todo estaba tan centrado en Romeo, intentaba encontrar personajes femeninos en los que inspirarme para abordar ese tema del ego y no los encontraba. Estaba en segundo de carrera y me enfadé muchísimo», recuerda. «Después estudié un máster en Género y cuando mis profesoras me enseñaron a mirar pensé: ‘Hostia, qué fuerte, vivo engañada’«.
Lo que Miret analiza en su libro no es sólo la presencia más o menos equilibrada de personajes femeninos en pantalla, sino más bien cómo es esa presencia. «Los hombres son sujeto y las mujeres, objeto», expone, y revela todos esos planos fragmentados que muestran innecesariamente el cuerpo femenino, a menudo a cámara lenta, ese segundo plano visual y figurado de los personajes femeninos frente a los masculinos.
«Pedimos que haya más películas escritas y dirigidas por mujeres, pero luego no vamos al cine a apoyarlas»
Sandra Miret, analista fílmica feminista
La solución, en su opinión, pasa por que el espectador tome consciencia de su propio poder y claro, también de su responsabilidad. «Pedimos que haya más películas escritas y dirigidas por mujeres, pero luego no vamos al cine a apoyarlas», lamenta. «Existe una fuerza de grupo, pero estamos en un momento tan individualista, tan de mirar a nuestro ombligo, que no nos damos cuenta de la importancia que tiene nuestro comportamiento como consumidores«. En eso, las redes sociales son una influencia más bien negativa, dice, lo sabe bien ella que está en contacto permanente con sus seguidores.
«La gente argumenta que ve películas para disfrutar, y yo lo entiendo, pero tenemos que entender que nuestra decisión de ver una cosa u otra es política, que el arte es político siempre», subraya. Y volvemos a Karla Sofía Gascón y a esa subida a los cielos y posterior caída a los infiernos, tuits racistas mediante. «Ha sido el gran caso de cancelación, jamás se ha visto algo así hacia un hombre», asegura. «No podemos ponerla en un pedestal porque es muy importante que una mujer trans esté nominada pero, como su comportamiento nos perjudica en la lucha del colectivo, ahora la atacamos y pedimos que le retiren los premios. Es tan política la nominación de Karla Sofía Gascón como dejarla sin premio».
Decíamos que Emilia Pérez era la gran metáfora del trasfondo de los Premios Oscar 2025, la oda a la diversidad que terminó estrellada. Basta echar un vistazo al palmarés para darse de bruces contra la realidad: Hollywood ha caído, una vez más, en su propia trampa woke. Si la primera nominada trans era la gran reivindicación inclusiva, el Oscar a una Demi Moore entrada en años y defenestrada desde hace décadas por ser «demasiado vieja» -como su personaje en La Sustancia- era algo así como el gran sueño cinematográfico feminista. Decimos bien era, porque no fue. Moore se fue de vacío frente a una Mikey Madison de 25 años y recién llegada a la meca del cine con la historia de una prostituta dirigida por un hombre.
«Yo no estoy para convencer a los grandes directivos de ser feministas, estoy para obligarles a serlo aunque no quieran»
Los Oscar de la diversidad han terminado siendo los Oscar de siempre, con su palmarés masculino y su escaso discurso político, algo chocante teniendo en cuenta el momento político por el que pasa EEUU. ¿Era lo woke, pues, un artificio de marketing más que una verdadera declaración de intenciones? ¿Se encomienda Hollywood al discurso de la diversidad sólo porque está de moda, o verdaderamente algo está cambiando en la meca del cine?
«Yo creo que hay un poco de ambas cosas», alega Sandra Miret. Y se declara «fan de lo woke«: «Yo no estoy para convencer a los grandes directivos de que tienen que ser feministas, estoy para obligarles a serlo aunque no quieran, y para eso tengo que forzar que se invierta en cine hecho por mujeres». Los Oscar son, para ella, el máximo exponente de esa doble moral: «Por supuesto hay muchas nominaciones e invitaciones que gritan: eh, mirad, somos inclusivos. En el fondo, todo es marketing, pero mira, que esté de moda ser inclusivo no puede ser malo».
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