<p class=»ue-c-article__paragraph»>Una región, <strong>Ludogorie </strong>-o Deliormán, su nombre original en turco- tan aislada que, hasta el siglo XX, ni siquiera aparecía en los mapas. Una zona de <strong>Bulgaria </strong>en la que conviven distintas etnias (turcos, gitanos romaníes, judíos, búlgaros) desde hace cientos de años. Bajo el imperio otomano antaño, bajo el yugo soviético más tarde y, hoy, «un territorio abandonado» de bosques salvajes y granjas de ovejas que, como nuestra <i>España vaciada</i>, empuja a muchos a irse fuera.</p>
Escribió su primera novela, ‘Caravana para cuervos’, con 23 años, cuando la pandemia le obligó a cerrar su local gastronómico y volver a casa de sus padres. Ahora, su literatura se puede leer en castellano
Una región, Ludogorie -o Deliormán, su nombre original en turco- tan aislada que, hasta el siglo XX, ni siquiera aparecía en los mapas. Una zona de Bulgaria en la que conviven distintas etnias (turcos, gitanos romaníes, judíos, búlgaros) desde hace cientos de años. Bajo el imperio otomano antaño, bajo el yugo soviético más tarde y, hoy, «un territorio abandonado» de bosques salvajes y granjas de ovejas que, como nuestra España vaciada, empuja a muchos a irse fuera.
Éste es el escenario donde, en parte, se desarrolla la novela Caravana para cuervos (Automática Editorial), de la escritora búlgara Eminé Sadk (Dúlovo,1996) que, el pasado mayo, estuvo en Madrid para presentar la traducción al español de su primera novela, escrita con 23 años y durante la época de la pandemia.
El protagonista de la misma es Nikolay Todorov, un profesor de Geografía de cuarenta y tantos años que acaba de ganar un premio europeo para renovar el contexto educativo del instituto de la pequeña ciudad búlgara en la que trabaja. Él viene del campo.
El inicio del relato es el inicio del gran día de Todorov, soltero, descreído y escéptico, pero también tierno y bondadoso en su fuero interno (ése que Sadk consigue transmitir). El alcalde y el director del centro escolar han organizado un festejo para celebrar la noticia del premio y Todorov, tras atravesar el mercado y encontrarse con numerosos personajes (el Zapatero, el Sheriff, la dama) en el camino, consigue llegar hasta un banquete donde debe pronunciar un discurso que alabe las tradiciones del lugar (cuestión que no le apetece en absoluto). Su desazón es tal que cuando abre la boca sólo acierta a vomitar.
Un personaje a veces cómico y otras trágico que hizo preguntarse a la autora si tendría encaje, cuando le propusieron su primera traducción, que fue al español. «Realmente me inquietaba cómo sería aceptado por lectores extranjeros, porque los contextos de vida son distintos pero, luego, pensé, ¿acaso no vivimos en la misma Europa? Sé que en España también hay diferencias entre las zonas urbanas y las zonas agrícolas, que vosotros también tenéis lugares aislados y vacíos…», relata a través de una videollamada de Zoom el día anterior de viajar a Madrid.
Cree que «el libro puede funcionar» en nuestros país y detalla que Ludogorie, la zona en la que nació su personaje y también ella misma «fue abandonada tras la Peste Negra» y que los tiempos no fueron mejores durante el dominio otomano. «Fue allí donde se desarrolló la cultura otomana y, tanto en las dos guerras mundiales como en la guerra de los Balcanes y durante la época comunista fue el destino de distintas etnias procedentes de diferentes partes de Bulgaria», contextualiza.
Un escenario de historias que, a ojos de Sadk, debían ser contadas: «Este lugar tiene sus propias reglas, no usa el reloj del mundo contemporáneo. Alberga muchas maneras de ver la vida y también ha visto irse a muchas personas que nunca regresaron. Para mí, fue muy importante el regreso a la casa de mis padres durante la pandemia».
Cuenta Sadk, que es chef profesional, que la llegada del Covid le obligó a cerrar su local y volver a región natal, al igual que Todorov, tras su desafortunado percance en la celebración de su premio, decide marcharse a Ludogorie. «Todorov me recuerda a mis amigos nacidos en la década de los 70, que se fueron y, en algunos casos, han vuelto. Gente interesante que quise que el mundo conociera», rememora.
Todorov, como la autora, regresa a los pueblos olvidados de Ludogorie y, con ello, invita a conocer este desconocido enclave europeo donde domina la encrucijada cultural. «Pensé que había que explorar qué pasaba ahí, qué tipo de literatura se ha escrito sobre este lugar, y me di cuenta de que no había mucho que leer sobre esta zona específica, de modo que me puse a escribir…». Y añade, sin decirlo, que se siente orgullosa: «Estaba en casa de mis padres, confundida, pensando en mostrarle al mundo el lugar en el que vivía y mira ahora, a punto de viajar a Madrid para hablar de una novela… Supongo que ése es el poder de la literatura, el poder de conectar».
A Sadk le interesaba también narrar cómo viven «aquellos que tienen dos culturas pero viven principalmente en una». «Son gente de fronteras, pero el mundo siempre ha sido así, o al menos así ha sido para mí. Es interesante cómo los regímenes totalitarios pueden de alguna manera disolver la identidad y convertirte, por ejemplo, en una buena comunista», reflexiona sobre los distintos dominios históricos que pesan aún sobre su región.
Sadk también tiene un gato, y cuenta que en su próxima novela, donde relata la historia de una mujer de principios del siglo XX que recorre distintos lugares búlgaros, ésta también tiene un gato como personaje. Y a quien leyendo estas líneas se le ocurra conocer este verano la remota zona de Ludogorie, la autora advierte: «Las novelas no eran muy populares en Bulgaria, no transmitían lo que el público buscaba, pero ahora hay una nueva energía, escritores nuevos con nuevos enfoques. La cultura búlgara está viviendo un renacimiento. Y no hay países grandes y países pequeños sino culturas grandes y culturas oprimidas. Mis amigos escritores tienen una actitud guerrera».
Eminé se sienta parte de «algo muy poderoso de ver». «Y que nadie nos está regalando, simplemente estamos inventando un mundo nuevo, se me pone la carne de gallina sólo de contarlo. Hay una gran brecha cultural entre mi generación y la anterior y es hermoso observar la creación. No importa cómo termine. Diremos que lo intentamos».
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