<p>De todas la decisiones disparatadas que un director puede tomar para hundir su carrera de manera definitiva, ninguna tan consecuente como la de convertir al protagonista en, atentos, un mono. <strong>Sí, Robbie Williams es un mono en </strong><i><strong>Better man</strong></i><strong>. </strong>Es decir, el mono no es la mascota de Robbie Williams, no, el mono es él. Podría ser un perro pastor belga, un lemur, un diablo de Tasmania, un dragón de Komodo, un calamar gigante (o normal) o un bocadillo de mortadela, pero Michael Gracey puso en la balanza motivos a favor y en contra y, al final, incapaz de dar con una sola razón que apoyara tan errática elección, tuvo claro que solo un simio le permitiría convertirse en el tipo con el cuajo (o, en vulgar, cojonazos, con perdón) más sobresaliente de la historia del cine. Dicho y hecho.</p>
El director de ‘El gran showman’ compone un simpático, enérgico y disparatado homenaje a la simiedad del universo pop
De todas la decisiones disparatadas que un director puede tomar para hundir su carrera de manera definitiva, ninguna tan consecuente como la de convertir al protagonista en, atentos, un mono. Sí, Robbie Williams es un mono en Better man. Es decir, el mono no es la mascota de Robbie Williams, no, el mono es él. Podría ser un perro pastor belga, un lemur, un diablo de Tasmania, un dragón de Komodo, un calamar gigante (o normal) o un bocadillo de mortadela, pero Michael Gracey puso en la balanza motivos a favor y en contra y, al final, incapaz de dar con una sola razón que apoyara tan errática elección, tuvo claro que solo un simio le permitiría convertirse en el tipo con el cuajo (o, en vulgar, cojonazos, con perdón) más sobresaliente de la historia del cine. Dicho y hecho.
Básicamente, el director de la muy ‘kitsch‘ y muy hipnótica ‘El gran showman’ repite estrategia. Entonces se trataba de convertir la vida del empresario circense Phineas Taylor Barnum en un descomunal y muy autoconsciente artefacto desplegado en tres pistas. Se empezaba por contar las industrias y andanzas de un señor que baila y canta para terminar entregado a un espectacular despliegue visual capaz igual de volar libre y sin control que de adaptar los tropos y lugares comunes del cine clásico musical a una nueva sensibilidad, digamos, millennial. No tengo claro que salieran monos, pero como si sí. Ahora, el plan es convertir la mitología clásica de ascenso, caída y redención de una estrella pop en la excusa perfecta para romper las reglas que, precisamente, se propone seguir. Brillante.
Y Luego está el simio. Todo biopic más o menos interesante, más o menos cabal, más o menos ortodoxo, exige como mínimo una implicación emocional con su protagonista. Ha de caernos bien o mal, pero no puede (o no debería) sernos indiferente. Pero ¿cómo implicarse con un animal generado digitalmente y que parece huido de la última secuelas de El planeta de los simios? De nuevo, Gracey valoró ventajas e inconvenientes y, después de darle muchas vueltas y sin encontrar nada que no fuera una nueva apelación al cuajo (o a la masculinidad en su sentido más simiesco), lo tuvo claro: el mono. Así, vemos al protagonista-chimpancé víctima de bullying cuando apenas era un niño, entrar en el grupo Take That de adolescente, triunfar, drogarse, exhibir un talento descomunal, arruinarse la vida, iniciar una brillante carrera en solitario, volver a hundirse en la miseria, desmadrarse, boicotearse a cada paso, suicidarse en público, resucitar… Hasta que en un momento dado, el director se sale con la suya y, en efecto, dejamos de ver al mono para ver la simiedad de todo, del universo pop, de la vida, de nosotros mismos.
Lo que se ve entonces no es a Robbie Williams ni siquiera a un personaje que encarna todas sus virtudes y sus defectos. Lo que se ve sencillamente es el mito desnudo, a la narración despojada de artificios para ser ella nada más que simple y puro artificio. El director inyecta la suficiente energía a cada secuencia para que poco importe que la historia apenas importa y menos importe aún que lo que tenemos delante no es nada más que, ya se ha dicho, un mono. Disparatado es poco. Es fea la palabra (más feo es aún la criatura) pero cómo resistirse. Para arrestos los de Gracey y los del macaco. Tal cual.
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Director: Michael Gracey. Intérpretes: Robbie Williams, Jonno Davies, Damon Herriman, Alison Steadman, Anthony Hayes. Duración: 131 minutos. Nacionalidad: Australia.
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