<p>Sólo nos preguntamos la necesidad de separar la obra del autor cuando truena, en forma de dilema. Si nos planteáramos el asunto en tiempos de paz sería más fácil rendirnos al placer de encontrar al creador en su creación y viceversa. Por mucho que un escritor cambie de disfraz libro a libro, sus obras completas serán su retrato. Ion de Sosa tiene tan clara esta inevitabilidad que se tatuó el título de su primera película, <i>True Love</i> (2011) en el pecho y lo filmó para que sirviese de cartela de inicio. Se fue a Benidorm a rodar <i>Sueñan los androides</i> (2014), que era <i>Blade Runner</i> cambiando a los replicantes por sus seres queridos. Y después, un capítulo de <i>Expediente X</i> titulado <i>Mamántula</i> (2023) en el que una araña extraterrestre merodeaba por Berlín en busca de hombres a los que devorar a felaciones. Ahora se estrena <i>Balearic</i>, que imagina el hotel de El Resplandor si no necesitara un historial de crímenes para estar embrujado, como si los fantasmas fuesen las mismísimas moléculas que habitan el suelo, el aire y el agua de la piscina, que es la única del planeta que sí te puede cortar la digestión. <strong>Parece que Ion de Sosa, película tras película, es más difícil de describir, cuando en realidad cada vez se distingue mejor su silueta y la difícil batalla que ha decidido librar</strong>.</p>
Parece que Ion de Sosa, película tras película, es más difícil de describir, cuando en realidad cada vez se distingue mejor su silueta y la difícil batalla que ha decidido librar.
Sólo nos preguntamos la necesidad de separar la obra del autor cuando truena, en forma de dilema. Si nos planteáramos el asunto en tiempos de paz sería más fácil rendirnos al placer de encontrar al creador en su creación y viceversa. Por mucho que un escritor cambie de disfraz libro a libro, sus obras completas serán su retrato. Ion de Sosa tiene tan clara esta inevitabilidad que se tatuó el título de su primera película, True Love (2011) en el pecho y lo filmó para que sirviese de cartela de inicio. Se fue a Benidorm a rodar Sueñan los androides (2014), que era Blade Runner cambiando a los replicantes por sus seres queridos. Y después, un capítulo de Expediente X titulado Mamántula (2023) en el que una araña extraterrestre merodeaba por Berlín en busca de hombres a los que devorar a felaciones. Ahora se estrena Balearic, que imagina el hotel de El Resplandor si no necesitara un historial de crímenes para estar embrujado, como si los fantasmas fuesen las mismísimas moléculas que habitan el suelo, el aire y el agua de la piscina, que es la única del planeta que sí te puede cortar la digestión. Parece que Ion de Sosa, película tras película, es más difícil de describir, cuando en realidad cada vez se distingue mejor su silueta y la difícil batalla que ha decidido librar.
Su obra, de lejos y con prisa, parece amoldada a los códigos estrictos de los festivales más solemnes de cine de autor, pero de Sosa desborda el cariño, humildad y humor necesarios para invitar a muchos públicos a su fiesta, aunque esto sacrifique el interés de algún aristócrata. Cuando aparece un grupo de adolescentes resultan desconcertantes, casi indescifrables para alguien de mi edad, pero no porque Balearic los intelectualice o quiera ponerme a prueba como espectador, sino desde el respeto por su voz, que no es la que escuchamos en las películas y series que exageran el naturalismo para contentar a los mayores. Como diría Nahikari Ipiña, parece que son ellos los que se están dirigiendo a sí mismos.
Viendo Balearic me sorprendió darme cuenta de lo poco que nos acordamos de Luis Buñuel a la hora de explicarnos el cine que vamos viendo. Como si fuese una referencia desgastada que bajase puntos. En realidad todo el mundo se sabe la sinopsis de El ángel exterminador, pero muy poca gente aquí puede contar qué pasa realmente durante el grueso de la película. De Sosa parece haber tomado nota de todo lo que late minuto a minuto en el cine del Maestro: los dramas a medias, los diálogos que nacen y mueren de golpe, las pausas a contratiempo, la sensación de que todo el mundo quiere decir algo pero nadie escucha. Balearic renueva todo esto y lo remata con una tonelada de líneas inolvidables como «cuando se llega a mi edad, uno se convierte en su propio retrete». De nada.
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