<p>Toda una vida de vinculación estrecha a la literatura, incluso demasiado estrecha por momentos, no fue suficiente. <strong>Vanessa Springora</strong> (París, 1972), editora, tuvo que esperar hasta casi los 50 para publicar su primer libro. Esperaba un cierto revuelo, no es fácil derribar a un gran mito literario francés de la noche a la mañana, pero nunca pensó que sus páginas provocarían un tsunami que trascendería las fronteras del Hexágono. En <i>El consentimiento</i> relataba Springora con pelos y señales cómo un cincuentón Gabriel Matzneff la sedujo cuando apenas entraba en la adolescencia y abusó de ella durante años con la aquiescencia de su familia y de toda una sociedad cegada por el brillo literario de quien narró sin tapujos y con gran orgullo su pedofilia. «Lo realmente complicado no fue tanto escribirlo sino hacer pública la historia. <strong>No creí que la opinión pública me apoyara, pensaba que, como siempre, el libro caería en el ostracismo y nadie hablaría de él. Y ahí lo tienes</strong>», reconoce la autora desde Barcelona.</p>
Seis días después de publicar el turbador ‘El consentimiento’, la exitosa autora francesa recibió la noticia de la muerte de su padre. Así comenzó a descubrir que ni su progenitor ni su abuelo eran lo que parecían
Toda una vida de vinculación estrecha a la literatura, incluso demasiado estrecha por momentos, no fue suficiente. Vanessa Springora (París, 1972), editora, tuvo que esperar hasta casi los 50 para publicar su primer libro. Esperaba un cierto revuelo, no es fácil derribar a un gran mito literario francés de la noche a la mañana, pero nunca pensó que sus páginas provocarían un tsunami que trascendería las fronteras del Hexágono. En El consentimiento relataba Springora con pelos y señales cómo un cincuentón Gabriel Matzneff la sedujo cuando apenas entraba en la adolescencia y abusó de ella durante años con la aquiescencia de su familia y de toda una sociedad cegada por el brillo literario de quien narró sin tapujos y con gran orgullo su pedofilia. «Lo realmente complicado no fue tanto escribirlo sino hacer pública la historia. No creí que la opinión pública me apoyara, pensaba que, como siempre, el libro caería en el ostracismo y nadie hablaría de él. Y ahí lo tienes», reconoce la autora desde Barcelona.
Cinco años después de El consentimiento, Matzneff se enfrenta a un juicio por violación de menores y sus libros han desaparecido del mercado.
Sin embargo, mucho antes de que aquella ola convirtiera a Vanessa Springora en una de las adalides del movimiento MeToo en Francia, pasó algo mucho más íntimo, mucho menos espectacular pero que fue lo que realmente dio un vuelco a la vida de la escritora. Seis días después de que El consentimiento viera la luz, cuando viajaba en un taxi rumbo a un plató de televisión para contar su historia en prime time, recibió una llamada de la policía: su padre había sido encontrado muerto. Pensó que su libro lo había matado. Sigue pensando que en cierta manera, así fue.
El desmantelamiento del piso de su abuela, en el que su padre pasó solo sus últimos años en condiciones higiénicas deplorables y afectado por un grave síndrome de Diógenes, desembocó en una revelación, o mejor dicho, dos, que hoy relata en su segunda obra: El nombre del padre (Lumen). Ni su padre ni su abuelo eran lo que parecían. El primero, al que Springora retrataba en su ópera prima como un mitómano narcisista maltratador de mujeres y cuyas ausencias y presencias, a partes iguales, prácticamente la habían precipitado a los brazos de un depredador sexual a los 14 años, guardaba con mimo varios juguetes eróticos y consoladores, uno en imitación de la piel negra, y una excelsa colección de pornografía homosexual. Del segundo, al que tenía por un héroe checo huido del nazismo rumbo a la Francia liberada de 1944, encontró dos fotografías en las que lucía el águila de la Wehrmacht, con una esvástica en el centro. Todo en su vida había sido mentira, incluido su apellido. Springora fue una invención de su abuelo para tapar su pasado nazi.
- Le llevó 30 años hacer pública la historia de su juventud. Reconstruir la verdadera vida de su padre y su abuelo le ha llevado apenas cinco. ¿Venía ya entrenada para hurgar en un pasado incómodo?
- Es cierto que una vez que la maquinaria se puso en marcha, ya no hubo manera de detenerla. La lógica que une las dos obras es mi voluntad de reapropiarme de mi historia hasta las últimas consecuencias, y desde el momento en que lo hice con mi adolescencia no pude no llegar hasta el final en lo anterior. ¿En torno a qué tipo de hombre había construido mi propia identidad, esa que me había llevado a precipitarme en los brazos de ese depredador sexual? Aquello no salió de la nada, sino de modelos masculinos muy específicos.
- Existe una fuerte conexión entre los modelos de masculinidad que describe en sus dos obras.
- Claro, claro. El retrato de Matzneff en El consentimiento es realmente representativo, un tipo de personalidad muy seductora y atractiva para una persona vulnerable, como para una adolescente. Es como la luz para las polillas. Aquel depredador resultó tremendamente atractivo al principio, pero fue extremadamente maquiavélico y destructivo al final. Mi abuelo y mi padre, obviamente, son diferentes, pero creo que existe una conexión bastante natural entre el depredador sexual y el nazi o el fascista, para mí tienen en común ser incapaces de sentir empatía y de comprender el sufrimiento que infligen a otros. El resto del mundo está a su disposición y pueden violarlos, invadirlos, exterminarlos. La misma maldad que hay en el depredador sexual está también en el fascista.
- Son todos hombres, al menos en los casos que le atañen.
- Sí, ese hilo de crueldad está muy vinculado a la masculinidad, a la cuestión de la virilidad. Al investigar mis orígenes me percaté de lo extraño que resultaba que en todos los países donde ha llegado el fascismo, en la Segunda Guerra Mundial como hoy en día, siempre existe primero una forma de exaltar un modelo de virilidad desinhibida, de volver a colocar lo masculino en la cima de la jerarquía de sexos y géneros, y también de atacar a todas las minorías, en particular a las sexuales, a quienes se desvían de la norma como los homosexuales o los trans. Lo vimos en Hitler y lo vemos hoy en Rusia o en EEUU.
- ¿Ha cambiado su forma de ver el mundo descubrir la verdadera historia de su familia?
- Desde el punto de vista personal, es raro. La gente me dice: «¡Ay, pobrecita, qué terrible todo lo que cuentas!», pero al escribir estos libros también me estoy quitando un peso de encima. Me ha brindado respuestas a preguntas con las que cargaba desde hace mucho tiempo. Ahora conozco el origen de mi apellido, sé por qué mi abuelo lo manipuló, y también he intentado explicar cómo la propaganda lo convenció de ser cómplice del régimen nazi. Las redes sociales son hoy una herramienta potentísima para difundir el ideario neofascista. Si dejamos que estas ideas avancen nos llevarán exactamente al mismo sitio.
«Si dejamos que el fascismo avance por las redes sociales nos llevará exactamente al mismo sitio que nos llevó Hitler»
- ¿Cree que algo ha cambiado realmente en la sociedad francesa tras El consentimiento?
- Sí, por supuesto. Mi libro contribuyó a modificar la ley sobre el consentimiento de los menores, pero obviamente no es suficiente. La credibilidad de las víctimas es todavía muy complicada. Siempre se lanza una sospecha sobre las mujeres que hablan como si tuvieran algo que ganar, cuando por el contrario sólo tienen que perder. Yo misma recibí muchos mensajes insultantes y amenazas, todos provenientes de la fachosfera. Siempre me sorprende que la extrema derecha, que se erige en garante del bienestar de los niños, termine defendiendo a un pedófilo como Gabriel Matzneff. En Francia estamos lejos de haber alcanzado el nivel de concienciación acerca de la violencia sobre las mujeres que se ha alcanzado, por ejemplo, en España. Y la reacción siempre es más rápida y violenta.
- ¿Cree que sería posible hoy una situación como la que vivió usted de niña, con la complicidad de toda la sociedad?
- En ese sentido creo que el MeToo ha cumplido su cometido, incluso en Francia. Ya nunca invitaríamos a un pedocriminal como él a un plató de televisión a hablar de sus perversiones. La prensa no sería ya complaciente con un artista que, en su obra, glorifica la pedofilia. Eso se acabó, al menos por ahora. Y debemos vivirlo como una victoria.
- Termina usted su libro con una carta póstuma a su padre como un último acto de acercamiento. ¿Lo ha perdonado?
- Realmente, creo que él fue una víctima en toda esta historia, y sólo he podido comprenderlo ahora. Finalmente he podido ponerme en su lugar e imaginar cómo fue nacer al final de la guerra, crecer con un padre que estaba en el lado equivocado de la Historia y con todo ese secretismo. Toda su vida estuvo basada en una red de mentiras. Y, además, está su sexualidad reprimida. Obviamente, para mi abuelo la homosexualidad sería el peor de los defectos y esa represión me parece tan trágica y tan conmovedora que sólo puedo perdonarle en retrospectiva por no haber logrado ser padre. Simplemente, nunca logró ser él mismo. A mi abuelo, en cambio, no puedo perdonarlo. Me veo obligada a aceptar que ahora en mi memoria hay un abuelo adorado, cariñoso y heroico y luego hay otro con una historia muy oscura. Y que ambos coexisten en la misma persona.
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