<p>30 años después de su estreno, <i>Showgirls</i> ha pasado por todas las etapas por las que puede pasar una película así: hazmerreír, película de culto, metapelícula, obra resignificada, clásico menor y clásico mayor. La obra cumbre de Paul Verhoeven (como si alguna no lo fuera) ocupa ahora un lugar de privilegio en la cultura pop. Le ha costado, eso sí. <i><strong>Spartacus</strong></i> debería seguir el mismo camino. </p>
Spartacus es a los tíos lo que And Just Like That o Emily in Paris a las tías: es una mierda pero es mi mierda, si te metes con ella te metes conmigo
30 años después de su estreno, Showgirls ha pasado por todas las etapas por las que puede pasar una película así: hazmerreír, película de culto, metapelícula, obra resignificada, clásico menor y clásico mayor. La obra cumbre de Paul Verhoeven (como si alguna no lo fuera) ocupa ahora un lugar de privilegio en la cultura pop. Le ha costado, eso sí. Spartacus debería seguir el mismo camino.
Estrenada hace ya 15 años (¡15 años!), esta serie se ha mantenido viva hasta hoy mismo. Spartacus: House of Ashur, su última entrega, nos recuerda que tenemos pendiente la revisión de su universo de romanos culturistas depilados que siempre luchan a cámara lenta y nunca perdonan una clase de Hyrox, que es lo que se lleva ahora. Vuelve Spartacus, vuelve la Roma que toma creatina y viagra, vuelve la épica fit, vuelve la ilusión.
A estas alturas me niego a tratar Spartacus: House of Ashur, disponible en España en MGM+, como si no fuese una serie consciente de sí misma. Creada, como las entregas anteriores de la saga, por Steven S. DeKnight, esta serie es, desde el principio, digna secuela de la obra original. Su punto de partida no podría ser más desvergonzado: Ashur (Nick E. Tarabay), tras morir (sí: morir) en la serie anterior, resucita (sí: resucita) en una especie de línea temporal paralela cuya pertinencia no pienso cuestionar. Si Steven S. DeKnight quiere hacer más Spartacus con Tarabay, quién soy yo para impedírselo y, de paso, quitarles a los millones de fans de la serie una felicidad sencilla, previsible y maravillosa.
Siempre a la sombra de Roma (una serie buenísima), Gladiator (una película mediocre, pero irrepetible e icónica) y 300 (pura basura cinematográfica, igualmente influyente), las series de romanos encontraron un espacio propio insistiendo en una curiosa mezcla de violencia y erotismo que claramente funciona. Primero fueron las representantes televisivas del sporno, aquella tendencia en moda y fotografía que, con coartada fitness, abrazaba el erotismo (homoerotismo sobre todo) sin complejos. Luego, con el auge de neo-deportes como el CrossFit, también muy conscientes del potencial sexual de su imaginería, series como Los que van a morir tuvieron, si no éxito, sí sentido. Igual que tiene sentido resucitar a Ashur. No estamos hablando de criterios artísticos, ni siquiera narrativos, sino de cubrir las necesidades de un mercado muy específico.
Reduciendo el asunto a términos binarios (algo que, por otro lado, igual no es lo más recomendable) Spartacus es a los tíos lo que And Just Like That o Emily in Paris a las tías: es una mierda pero es mi mierda, si te metes con ella te metes conmigo, si no te gusta no la veas.
Esto gusta y se ve. Si no, de qué iba a manejar los presupuestos que maneja. La estética de Spartacus: House of Ashur no es precisamente elegante, pero sí muy cara y muy lucida. Por mucho que se hayan abaratado los efectos digitales (y las prótesis genitales), la serie los utiliza constantemente. Ese dinero se lo ahorran en guiones y actores, desde luego, pero en ambos terrenos Spartacus y sus hermanas bastardas han encontrado coartadas infalibles: su lenguaje ridículamente engolado cuela como un Shakespeare de Temu y los actores que lo declaman son lo que te llega cuando le pides un Brian Cox a Shein.
Como divertimento macho-camp, homo o hetero (hay para todos), Spartacus: House of Ashur se merece el espacio que ocupa. Todos tenemos nuestro imperio romano. Quien lo niegue, miente.
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