<div class=»ue-c-article__card ue-c-article__card–light»><div class=»ue-c-article__card-header»><h2 class=»ue-c-article__card-title»></h2><div class=»ue-c-article__card-byline»></div></div><div class=»ue-c-article__card-body»><p><i>El cantar del profeta</i>, de David Lynch, estará a la venta el 24 de octubre en edición de Alfaguara y con traducción de Eduardo Iriarte Goñi.</p></div></div>
En una noche oscura y lluviosa, una mujer abre la puerta a dos policías que preguntan por su marido. Así empieza la nueva obra del escritor irlandés Paul Lynch, recibida como la gran novela actual del totalitarismo
Ha caído la noche y ella no ha oído la llamada a la puerta, está delante de la ventana mirando el jardín. Cómo la oscuridad congrega los cerezos sin sonido alguno. Congrega las últimas hojas y las hojas no se resisten a la oscuridad sino que aceptan la oscuridad entre susurros. Ahora está cansada, la jornada casi ha concluido, todo lo que aún queda por hacer antes de acostarse y los chicos están acomodados en la sala de estar, esa sensación de descansar un momento ante el cristal. Contempla el jardín cada vez más oscuro y siente el deseo de estar en sintonía con esa oscuridad, de salir y tenderse con ella, tenderse con las hojas caídas y dejar que pase la noche, despertar con el amanecer y levantarse renovada con la mañana que llega. Pero la llamada a la puerta. La oye tomar forma de pensamiento, el golpeteo brusco, insistente, cada golpe tan plenamente poseído de quien lo da que empieza afruncir el ceño. Entonces Bailey también está golpeteando la puerta de cristal de la cocina, la llama, mamá, señalando el pasillo sin quitar losojos de la pantalla. Eilish ve cómo su cuerpo se desplaza hacia el recibidor con el bebé en brazos, abre la puerta de la calle y hay dos hombres ante la puerta de cristal del porche con el rostro casi difuminado por la oscuridad. Enciende la luz del porche y los individuos son reconocibles al instante por cómo están plantados, el frío aire nocturno parece suspirar cuando desliza la puerta del porche para abrirla, la quietud de la zona residencial, la lluvia que cae casi sobreentendida sobre Saint Laurence Street, sobre el coche negro aparcado delante de la casa. Cómo los hombres parecen ser portadores de la sensación de la noche. Los observa desde su propia sensación protectora, el joven de la izquierda pregunta si su marido está en casa y hay algo en su manera de mirarla, los ojos remotos y sin embargo escudriñadores que dan la impresión de que estuviera intentando apoderarse de algo dentro de ella. En un abrir y cerrar de ojos Eilish ha mirado calle arriba y abajo, ha visto a un paseante solitario con un perro bajo un paraguas, los sauces que cabecean bajo la lluvia, los destellos de una televisión grande en la casa de los Zajac enfrente. Se refrena entonces, casi riéndose, ese reflejo universal de culpabilidad cuando la policía llama a tu puerta. Ben empieza a retorcerse entre sus brazos y el agente mayor de paisano a su derecha mira al niño, su rostro parece suavizarse, así que se dirige a él. Sabe que él también es padre, cosas así siempre se saben, el otro individuo es demasiado joven, demasiado pulcro y de huesos marcados, ella empieza a hablar, consciente de un repentino titubeo en la voz. Volverá a casa pronto, en una hora o así, ¿quieren que lo llamepor teléfono? No, no será necesario, señora Stack, cuando venga a casa, dígale que nos contacte a la mayor brevedad, aquí tiene mi tarjeta. Llámeme Eilish, por favor, ¿les puedo ayudar en algo? No, me temo que no, señora Stack, este asunto atañe a su marido. El agente mayor de paisano le sonríe de oreja a oreja al niño y ella sefija un momento en las arrugas en torno a la boca, es un rostro marcado por la solemnidad, el rostro equivocado para su trabajo. No tiene dequé preocuparse, señora Stack. ¿Por qué iba apreocuparme, Garda? Desde luego, señora Stack, no queremos quitarle más tiempo, y anda que no vamos empapados esta noche haciendo visitas, nos va a costar secarnos con la calefacción del coche. Eilish cierra la puerta del patio con la tarjeta todavía en la mano, ve a los dos hombres regresar al coche, ve que el coche va calle arriba, se detiene al llegar al cruce y las luces de frenore fulgen y adoptan el aspecto de dos ojos brillantes. Mira una vez más la calle que ha vuelto asumirse en la quietud del anochecer, el calor del recibidor cuando entra y cierra la puerta y luego se queda un momento examinando la tarjeta y se da cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Esa sensación ahora de que algo ha entrado en la casa, quiere dejar al bebé, quiere pararse y pensar, ve cómo eso que estaba con los dos hombres ha entrado en el recibidor por vo-luntad propia, algo sin forma que aun así ha sentido. Lo percibe ocultándose junto a ella cuando cruza la sala de estar donde están los chicos, Molly sostiene el mando a distancia sobre la cabeza de Bailey, que agita las manos en el aire, se vuelve hacia ella con gesto suplicante. Mamá, dile que vuelva a poner mi programa. Eilish cierra la puerta de la cocina y deja al bebé en la hamaca, empieza a recoger de la mesa su portátil y la agenda, pero se detiene y cierra los ojos. Esa sensación que ha entrado en la casa la ha seguido. Mira el móvil y lo coge, su mano vacilante, le envía a Larry un mensaje, se encuentra de nuevo ante la ventana mirando fuera. Ahora el jardín cada vez más oscuro ya no es algo que desear, pues parte de esa oscuridad ha entrado en la casa.
Larry Stack camina de aquí para allá por la sala de estar con la tarjeta en la mano. La mira con el ceño fruncido y luego la deja en la mesita de centro y menea la cabeza, se derrumba en la butaca, se agarra la barba con la mano mientras ella lo mira en silencio, juzgándolo de esa manera familiar, después de cierta edad un hombre se deja barba no para adentrarse en la madurez sino para ponerle una barrera a su juventud, ella apenas lo recuerda afeitado. Ve cómo busca las zapatillas con los pies, su rostro se vuelve más afable mientras descansa en la butaca, parece que está pensando en otra cosa hasta que se le tensa el entrecejo y se adueña de su cara un gesto ceñudo. Se inclina hacia delante y coge otra vez la tarjeta. Seguramente no es nada, dice él. Eilish hace saltar al niño sobre su regazo mientras lo observa con atención. A ver, Larry,¿cómo que no es nada? Él suspira y se pasa el dorso de la mano por la boca al tiempo que se levanta de la butaca y empieza a rebuscar por la mesa. ¿Dónde has dejado el periódico? Deambula por la habitación mirando sin ver, igual ya se ha olvidado del periódico, está buscando algo entre las sombras de sus propios pensamientos y no logra arrojar luz sobre ello. Se vuelve entonces y examina a su mujer mientras ella le da el pecho al bebé, y verlo lo reconforta, una sensación de vida reducida a una imagen tan reñidacon la maldad que su mente comienza a serenarse. Va hacia ella y tiende una mano pero la retira cuando sus ojos le lanzan una mirada perspicaz. La Oficina de Servicios Nacionales de la Garda, dice Eilish, la OSNG, no son los habituales, un inspector jefe de policía en nuestra puerta, ¿qué quieren de ti? Él señala el techo, ¿es que no puedes hablar en voz baja? Va a la cocina apretando los dientes, le da la vuelta a un vaso del escurridero y deja correr el agua, mira más allá de su reflejo hacia la oscuridad, los cerezos son viejos y no tardarán en pudrirse, quizá haya que talarlos en primavera. Toma un largo trago y luego vuelve a la sala de estar. Oye, dice, casi observando su voz, que pasa a ser un susurro. Al final no será nada, estoy seguro. Mientras habla nota que se esfuma su convicción como si hubiera vertido el vaso de agua en sus manos. Eilish lo ve ahora entregarse otra vez a la butaca, el cuerpo maleable, la mano automatizada que va cambiando el canal de televisión. Se vuelve para verse acorralado por una mirada y entonces se echa hacia delante y suspira, se tira de la barba como si quisiera arrancársela de la cara. Mira, Eilish, ya sabes cómo trabajan, lo que buscan, recaban información, lo hacen con suma discreción y supongo que tienes que facilitársela de un modo u otro, sin duda están reuniendo pruebas contra un profesor, conque tiene sentido que quieran hablar conmigo, que nos pongan sobreaviso, quizá antes de efectuar una detención, mira, llamaré mañana o pasado y veré qué quieren. Ella observa su cara consciente del mal funcionamiento en el centro de su ser, la mente y el cuerpo buscan la superioridad del sueño, en un momento subirá y se pondrá el pijama, contando las horas hasta que el bebé la despierte para que lo alimente. Larry, dice, viéndolo retroceder como si ella le hubiera pasado electricidad en la mano. Han dicho que llames lo antes posible, llámalos ahora por teléfono, el número está en la tarjeta, demuéstrales que no tienes nada que ocultar. Está ceñudo y luego inspira lentamente como calibrando algo suspendido ante él, se vuelve y la mira de hito en hito, los ojos entornados de ira. ¿A qué te refieres con demostrarles que no tengo nada que ocultar? Ya sabes a qué me refiero. No, no sé a qué te refieres. Mira, no es más que una forma de hablar, Larry, haz el favor de llamarlos ahora. ¿Por qué siempre eres tan puñetera?, dice, mira, no voy a llamarlos a estas horas. Larry, llama ya, por favor, no quiero que la OSNG venga otra vez, has oído los rumores, esas cosas que dicen que han estado ocurriendo estos últimos meses. Larry se echa hacia delante en la butaca como si no fuera capaz de levantarse, frunce el ceño y luego va hacia ella, le coge el bebé de los brazos. Eilish, por favor, escucha un momento, el respeto va en ambas direcciones, ellos saben que soy un hombre ocupado, soy subsecretario general del Sindicato de Profesores de Irlanda, no voy a ir corriendo cadavez que ellos quieran. Eso está muy bien, Larry, pero ¿por qué han venido a casa a estas horas y no a tu despacho durante el día? A ver, dime. Mira, cariño, los llamaré mañana o pasado, ahora ¿podemos dejarlo por esta noche? Su cuerpo permanece plantado delante de ella, aunque tiene la mirada vuelta hacia la tele. Son las nueve, dice Larry, quiero ver las noticias, ¿cómo es que no está Mark en casa ya? Ella mira hacia la puerta, la mano del sueño le rodea la cintura, va hacia él y le coge el bebé de entre los brazos. No sé, dice, he dejado de perseguirlo, tenía entrenamiento defútbol esta tarde y seguramente habrá cenado encasa de algún amigo, o igual ha ido a ver a Samantha, son inseparables de un tiempo a esta parte, no sé qué le ve.
Cubierta de ‘El cantar del profeta’, de Paul Lynch.
Conduciendo por la ciudad se ha irritado consigo mismo, cómo la cabeza se le va de aquí para allá, en pos de algo que busca y que, sin embargo, siente la necesidad de eludir. La voz por teléfono era de lo más práctica, casi amable, lamento llamar tan tarde, señor Stack, no le vamos a quitar mucho tiempo. Aparca en una callejuela a la vuelta de la esquina de la comisaría de la Garda de Kevin Street pensando cómo acostumbraba a estar la carretera general casi todas las noches, más concurrida sin duda, esta ciudad últimamente se ha vuelto demasiado tranquila. Se sorprende apretando los dientes mientras va hacia la recepción y relaja la boca para sonreír, pensando en los chicos, Bailey sin duda se habrá dado cuenta de que ha salido, ese crío es todo oídos. Observa la mano pálida y pecosa de un agente de guardia que habla por teléfono de manera inaudible. Lo recibe un joven inspector huesudo y enérgico de camisa y corbata, la cara cerosa y correcta, cuya voz coincide con la del hablante de antes.Gracias por venir, señor Stack, si es tan amable de seguirme, haremos todo lo posible para no quitarle mucho tiempo. Sube por una escalera metálica y sigue por un pasillo flanqueado de puertas cerradas antes de que le hagan pasar a una sala de interrogatorios con sillas grises y paredes de paneles grises y todo de aspecto nuevo, la puerta se cierra y se queda a solas. Toma asiento y se mira las manos. Mira el móvil y luego se pone en pie y pasea por la sala pensando cómo lo han dejado en desventaja, le han faltado al respeto, son bastante más de las diez de la noche. Cuando entran en la sala, descruza los brazos, acerca lentamente una silla y se sienta, ve al mismo agente enjuto y a otro de su edad un poco fondón, una taza cubierta de salpicaduras de café en la mano del hombre. El tipo mira a Larry Stack con un indicio de sonrisa o tal vez no es más que afabilidad lo que hay en las arrugas de su boca. Buenas noches, señor Stack, soy elinspector jefe Stamp y este es el inspector Burke, ¿quiere un té o un café quizá? Larry mira la taza m anchada y hace un gesto de que no con la mano, se ve observando la cara del que habla, busca una imagen que intuye conocida. Le conozco de antes, dice, del fútbol en Dublín, ¿no?, usted jugaba de centrocampista en el UCD, debió de vérselas conmigo cuando se enfrentaron a los Gaels, por entonces éramos un portento, fue el año que los enterramos.
El cantar del profeta, de David Lynch, estará a la venta el 24 de octubre en edición de Alfaguara y con traducción de Eduardo Iriarte Goñi.
Cultura