<p>En <i>La mujer incierta </i>(Alfaguara), el nuevo libro de la poeta y novelista colombiana <strong>Piedad Bonnett</strong>, aparecen sus padres, casi centenarios, y aparece su personalidad, pero no aparecen sus nombres. Aparece su casa en Bogotá, que representa la pelea de su familia tras su desclasamiento, pero no aparece el nombre de su calle ni su distribución interior. Aparecen la maternidad temprana, la universidad, el matrimonio y la conquista de un oficio; aparecen el duelo por la muerte de un hijo y el modo de vida en Colombia durante los años de plomo y, aparecen algunos asuntos clínicos: desgarros musculares, ataques de ansiedad, depresiones postparto… Pero todo está expresado <strong>en una esencia intelectual, casi poética</strong>. Apenas hay nombres ni datos en el texto de Bonnett. <i>La mujer incierta </i>se presenta como una autobiografía pero es, más bien una memoria temática. Su autora dice que es una respuesta al clásico «si volviera a nacer».</p>
‘La mujer incierta’ es la autobiografía de la poeta colombiana, la autora de la inolvidable ‘Lo que no tiene nombre’ sobre el suicidio de un hijo enfermo de esquizofrenia.
En La mujer incierta (Alfaguara), el nuevo libro de la poeta y novelista colombiana Piedad Bonnett, aparecen sus padres, casi centenarios, y aparece su personalidad, pero no aparecen sus nombres. Aparece su casa en Bogotá, que representa la pelea de su familia tras su desclasamiento, pero no aparece el nombre de su calle ni su distribución interior. Aparecen la maternidad temprana, la universidad, el matrimonio y la conquista de un oficio; aparecen el duelo por la muerte de un hijo y el modo de vida en Colombia durante los años de plomo y, aparecen algunos asuntos clínicos: desgarros musculares, ataques de ansiedad, depresiones postparto… Pero todo está expresado en una esencia intelectual, casi poética. Apenas hay nombres ni datos en el texto de Bonnett. La mujer incierta se presenta como una autobiografía pero es, más bien una memoria temática. Su autora dice que es una respuesta al clásico «si volviera a nacer».
Y hay una paradoja: aunque muchas partes de ese texto son angustiosas, el conjunto también es una aceptación bienhumorada de lo bueno y de lo malo de la vida. «Mi miedo con este libro es aparecer victimizada. Eso no me gustó nunca», cuenta Bonnett, Premio Reina Sofía de Poesía y conocida, sobre todo, por Lo que no tiene nombre, el relato del suicidio de su hijo Daniel, enfermo de esquizofrenia. «Ocurrió, casi sin querer, que escogí recuerdos para este libro y se me apareció lo doloroso. Me veo, entre los 12 y los 20 años, como una persona con un tremendo sufrimiento al que no sabía poner nombre. Después supe que lo que me pasaba se llamaba ansiedad. Y ahora, la ansiedad desdibuja los momentos felices, que debieron de existir porque nunca fui silenciosa ni introvertida. He sido una persona sociable. Diría que una buena persona».
«El libro», continúa Bennet, «hace una curva hasta esta época que vivo; desde que murió Daniel y quizá un poco antes hasta aquí. Y aquí me veo como a una mujer que conquistó una relativa serenidad. Encontré una pequeña plenitud gracias a la literatura. Básicamente gracias a la literatura. Hay turbulencias, pero tengo la certidumbre de que lo que elegí hacer en la vida fue un acierto. Y eso me ha dado estabilidad».
No siempre fue fácil: «Empecé a escribir a los 12 años y publiqué mi primer libro con 39. Mire cuánto duró mi tormento. La literatura no me venía como quería que me viniera. O pensaba que no le interesaba a nadie. Fui una burócrata cuando salí de la universidad y me quedé horrorizada. Me politicé. Fui profesora, primero en un colegio y luego en un la universidad. Fui una profesora insegura al principio. Perfeccionista, obsesiva, con un deseo de complacer tremendo y un sentido violento de la autocrítica. Luego llegué a ser feliz en la docencia y a ser muy buena profesora, pero le dediqué demasiada energía. Podría haber ahondado más en la literatura si no hubiese leído ocho veces Cien años de soledad, una por cada clase sobre García Márquez que di. Ojalá hubiera tenido más fe en mi criterio».
El relato vital de Bonnett es también: 1) una patobiografía, una vida contada a través de una mala salud de hierro, no siempre fácil de diagnosticar. Y, 2) un ensayo sobre la tendencia de la autora a chocar contra el mundo de los hombres. Padres y hermanos, novios, jefes de departamento universitario, colegas escritores y maridos se sudeden en su libro A veces no entienden nada y a veces son insidiosos y vanos. La tentación es hilar esos dos temas. ¿No ocurre que la incomprensión entre hombres y mujeres empieza por la incomprensión de la salud del otro? ¿No ocurre que en muchas mujeres hay una inminencia del dolor físico que muchos hombres no llegan a entender nunca?
«Sí. Por ejemplo, la regla es difícil de entender en sus implicaciones. Un parto es imposible de entender. Yo tuve una cosa rarísima, un desasosiego perpetuo, un miedo irracional. Me despartaba sin poder respirar en la soledad espantosa de un internado. El médico recomendó ir al psicólogo. Y mi padre ofreció una resistencia muy masculina. Él luchaba por consolidarse y lo que veía era un gasto en algo que no sabía qué significaba. Los hombres no logran llegar a ese lugar de la vulnerabilidad de la mujer».
«El encuentro de lo femenino y lo masculino nunca es fácil», continúa Bonnett. «En la mujer siempre hay una mirada que espera a que salga lo malo de un hombre. Annie Ernaux lo cuenta bien. Las mujeres en mi generación nos enamoramos locamente, nos entregamos incondicionalmente, y también nos sentimos más heridas en el abandono. No creo que los hombres sientan ese mismo dolor ni el mismo miedo al abandono».
- En La mujer incierta cuenta de un viaje a España en 1992. Y en algunos anuncios de alquileres ponían «peruanos no».
- España era un sitio que amé a partir de la literatura. Me crie con las jarchas, Quevedo, Góngora, el 27, Lorca… El acento español nos parecía una cosa irreal. Me acuerdo de montar en un avión con una amiga. Oíamos al personal de Iberia y nos reíamos. Me sigo riendo, hay una gracia infinita en este país y Almodóvar la captó. Los españoles me parecen encantadores y supergraciosos. Tienen una capacidad del lenguaje que me fascina. Pero la realidad es que llegué y encontré un mundo hostil y discriminatorio. En esa época sentía que nos detestaban a los latinoamericanos. Éramos unos seres que amenazaban el orden que existía. No vengan, váyanse. Así lo viví. Esa vivencia ha cambiado a medida que mi literatura ha encontrado sitio. Pero el público sigue siendo un poco frío. España es, con Colombia, el país en el que más se leen mis libros. Estos días he tenido encuentros con los lectores y no puedo quejar, ha habido mucho público y muy educado, pero, en el fondo, no creo que haya demasiado interés por la literatura de América Latina. Voy al Perú y hay otra afinidad… En América hay un sentido de la solidaridad más estrecho. El amigo atraviesa el tráfico más espantoso para verte. Aquí la gente es encantadora pero no te abre abre su casa, Después de recibir el Premio Reina Sofía, me fui, me quité el vestido y comí con mi marido y mi hija frente al hotel. Nadie me invitó a comer: ni la Reina, ni el Ministerio, ni la universidad. Los amigos se dispersaron, quizá pensaron que tendría compromisos. Puedo estar equivocada, pero parece que la vida pública es efusiva hasta que crees que haces un nexo.Y, entonces, los españoles te dicen «hasta aquí te doy». Allá ocurre lo contrario, la amistad puede ser invasiva. También eso lo veo.
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