Cuando una sociedad rica entra en bancarrota, y al mismo tiempo pierde todos sus valores para conservar la convivencia y la justicia, la única salida que le queda es crear conflictos y guerras. Y todo esto es lo que está sucediendo en Europa y en Estados Unidos. Justamente escribo estas líneas mientras disfruto de una maravillosa experiencia en la República Popular China, un coloso milenario que celebra estos días la conmemoración de los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial que permitió liberarse de la agresión japonesa y del fascismo.
Tras aquella espantosa guerra que en China se saldó con 35 millones de muertos, el contexto de guerra no acabó de resolverse hasta el triunfo definitivo de la revolución socialista china en 1949 con la figura de Mao entronizado como el gran líder para la posteridad. Sin embargo, después vendrían largas décadas de penurias con una situación de pobreza generalizada que situó a China como uno de los países más subdesarrollados, mientras que en Occidente los Estados Unidos alcanzaban su mayor nivel de riqueza aglutinando hasta el 50% del Producto Interior Bruto mundial. En paralelo la Europa Occidental con Alemania, el Reino Unido y Francia a la cabeza recuperaron con rapidez sus condiciones materiales de riqueza, asentando las bases de la llamada “sociedad del bienestar” que a finales del siglo XX se extendió por buena parte de los países europeos.
Fue justamente a finales del siglo XX, a partir del fracaso de la Unión Soviética, cuando la República Popular China inició el gran despegue económico que le ha llevado al momento actual, basado en el concepto político de un “socialismo con peculiaridades chinas” como garante para alcanzar la culminación integral de una “sociedad modestamente acomodada”. Este concepto político y su consecuente logro socioeconómico, es lo que el actual líder chino Xi Jinping le gusta recordar en todo momento en clave interna, pero también en clave externa para apoyar la lucha por el desarrollo de muchos países en el mundo que ya no esperan nada bueno del modelo occidental.
Pero en este momento ya no estamos hablando únicamente de un modelo u otro de poder político y de poder económico, sino de toda una escala de valores por la que se ha de regir una sociedad desarrollada. En este sentido todo Occidente hace décadas que ha perdido los principales valores que pueden asegurar una sociedad justa, sana, limpia y que trabaje por el bien común, a diferencia de China. ¿Y por qué Occidente ha perdido esos valores? Pues porque el poder político y económico de los países occidentales no tiene nada de justo, ni de sano, ni de limpio, y por supuesto no trabaja por el bien común.

Para que una sociedad viva bajo valores de dignidad, de justicia y de igualdad, el punto de partida está en aspectos puramente culturales, en hábitos de vida que en la China actual podemos observar recorriendo sus espacios públicos entre plazas y parques, donde miles de personas practican actividades como el taichí, la danza y el deporte en general. Hábitos de vida saludable encabezados por el grupo de adultos mayores, a diferencia de los países más desarrollados de Occidente donde los adultos mayores son recluidos en residencias para pasar años de abandono antes de morir. Asimismo, políticos y empresarios de estos mismos países occidentales son descubiertos cada día practicando hábitos de vida de baja moral e incluso relacionados con aspectos delictivos (narcotráfico o pedofilia).
Si en Occidente muchos líderes no son ejemplo de rigor ni de limpieza, ¿cómo incide ello en el resto de la población? Pues evidentemente el resultado es que tenemos sociedades donde impera la degradación, los delitos y el caos. Y si esto es así desde hace décadas, ¿cómo es posible que la mayoría de dirigentes no se escandalicen? Yo personalmente he llegado a la conclusión de que el poder económico que está por encima es tan fuerte que no permite ningún movimiento para favorecer las sociedades que trabajen por el bien común, pues el concepto del bien común es equivalente a SOCIALISMO. Y el socialismo en Occidente es lo mismo que hablar del diablo, sobre todo para las familias de banqueros, de burguesía y de aristocracia que llevan siglos viviendo de prácticas coloniales y mafiosas. Al poder financiero occidental no le interesa para nada que existan sociedades limpias y sanas.

No es de extrañar, pues, que a casi ningún medio de comunicación occidental se le permite dar información sobre el modelo chino y sobre las condiciones materiales de vida digna que actualmente imperan en la República Popular China. Al poder occidental lo que le interesa suministrar a su población son drogas y medicamentos, de ahí que haya una relación tan estrecha entre el crimen organizado y las administraciones públicas. Todo esto que comento puede parecer muy fuerte, pero desgraciadamente lo que está aconteciendo actualmente en todos los países occidentales lo pone en evidencia.
Desde la guerra de Ucrania hasta la masacre de Gaza, pasando por la llegada masiva de drogas en los puertos de Bélgica y los Países Bajos, es tan bestia la situación en Occidente que por su misma irracionalidad demuestra que sólo es posible algo así por decisión del poder político y económico.
En China, el líder Xi Jinping expresó hace unos pocos años su pensamiento político en un excelente libro titulado “La Gobernación y Administración de China”, que estos días tengo la oportunidad de leer en su edición española. Un pensamiento totalmente contrario al abuso de poder por parte de las élites económicas sobre la ciudadanía, tal como pasa en Occidente, donde cada día aumenta el número de personas que tienen que ir a vivir debajo de un puente o que tienen que ir a pedir comida a centros de asistencia.
¿Y cuál es la lección de China para Occidente? Pues algo tan sencillo como aplicar la racionalidad y hacer una gestión del poder basado en los valores más elevados para el triunfo del bien común, como son la justicia, la igualdad, el trabajo bien hecho y los hábitos de vida saludable sin perder nunca la conexión entre las diferentes generaciones que componen una sociedad. Este punto es fundamental, expresado en la interacción entre niños, padres y abuelos para mantener sus vínculos familiares y culturales. Sin estos vínculos cualquier sociedad entra en decadencia, cuyo primer resultado de ello es la bancarrota económica, tal como comenté al inicio del artículo.

Con todo este análisis que he tratado de sintetizar, pienso por otro lado en los valores que unen a América Latina, África y Asia frente a Europa y Estados Unidos. Si en el caso europeo y norteamericano lo que impera es el individualismo extremo, y por lo tanto la pérdida de los valores familiares tradicionales, en el caso latinoamericano, africano y asiático lo que impera es justamente el punto de unión a través de los valores familiares tradicionales, haciendo que las personas en general no acaben abandonadas o desamparadas. Frente a este contexto no puede haber dudas sobre quién puede ser un aliado y quién es un enemigo. Y sin duda todo el Sur Global debe unirse más que nunca para acabar con los agravios impuestos por países que actualmente no tienen nada de dignos ni de ejemplares.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico
Cuando una sociedad rica entra en bancarrota, y al mismo tiempo pierde todos sus valores para conservar la convivencia y la justicia, la única salida que le queda es crear conflictos y guerras. Y todo esto es lo que está sucediendo en Europa y en Estados Unidos. Justamente escribo estas líneas mientras disfruto de una

Cuando una sociedad rica entra en bancarrota, y al mismo tiempo pierde todos sus valores para conservar la convivencia y la justicia, la única salida que le queda es crear conflictos y guerras. Y todo esto es lo que está sucediendo en Europa y en Estados Unidos. Justamente escribo estas líneas mientras disfruto de una maravillosa experiencia en la República Popular China, un coloso milenario que celebra estos días la conmemoración de los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial que permitió liberarse de la agresión japonesa y del fascismo.
Tras aquella espantosa guerra que en China se saldó con 35 millones de muertos, el contexto de guerra no acabó de resolverse hasta el triunfo definitivo de la revolución socialista china en 1949 con la figura de Mao entronizado como el gran líder para la posteridad. Sin embargo, después vendrían largas décadas de penurias con una situación de pobreza generalizada que situó a China como uno de los países más subdesarrollados, mientras que en Occidente los Estados Unidos alcanzaban su mayor nivel de riqueza aglutinando hasta el 50% del Producto Interior Bruto mundial. En paralelo la Europa Occidental con Alemania, el Reino Unido y Francia a la cabeza recuperaron con rapidez sus condiciones materiales de riqueza, asentando las bases de la llamada “sociedad del bienestar” que a finales del siglo XX se extendió por buena parte de los países europeos.
Fue justamente a finales del siglo XX, a partir del fracaso de la Unión Soviética, cuando la República Popular China inició el gran despegue económico que le ha llevado al momento actual, basado en el concepto político de un “socialismo con peculiaridades chinas” como garante para alcanzar la culminación integral de una “sociedad modestamente acomodada”. Este concepto político y su consecuente logro socioeconómico, es lo que el actual líder chino Xi Jinping le gusta recordar en todo momento en clave interna, pero también en clave externa para apoyar la lucha por el desarrollo de muchos países en el mundo que ya no esperan nada bueno del modelo occidental.
Pero en este momento ya no estamos hablando únicamente de un modelo u otro de poder político y de poder económico, sino de toda una escala de valores por la que se ha de regir una sociedad desarrollada. En este sentido todo Occidente hace décadas que ha perdido los principales valores que pueden asegurar una sociedad justa, sana, limpia y que trabaje por el bien común, a diferencia de China. ¿Y por qué Occidente ha perdido esos valores? Pues porque el poder político y económico de los países occidentales no tiene nada de justo, ni de sano, ni de limpio, y por supuesto no trabaja por el bien común.

Para que una sociedad viva bajo valores de dignidad, de justicia y de igualdad, el punto de partida está en aspectos puramente culturales, en hábitos de vida que en la China actual podemos observar recorriendo sus espacios públicos entre plazas y parques, donde miles de personas practican actividades como el taichí, la danza y el deporte en general. Hábitos de vida saludable encabezados por el grupo de adultos mayores, a diferencia de los países más desarrollados de Occidente donde los adultos mayores son recluidos en residencias para pasar años de abandono antes de morir. Asimismo, políticos y empresarios de estos mismos países occidentales son descubiertos cada día practicando hábitos de vida de baja moral e incluso relacionados con aspectos delictivos (narcotráfico o pedofilia).
Si en Occidente muchos líderes no son ejemplo de rigor ni de limpieza, ¿cómo incide ello en el resto de la población? Pues evidentemente el resultado es que tenemos sociedades donde impera la degradación, los delitos y el caos. Y si esto es así desde hace décadas, ¿cómo es posible que la mayoría de dirigentes no se escandalicen? Yo personalmente he llegado a la conclusión de que el poder económico que está por encima es tan fuerte que no permite ningún movimiento para favorecer las sociedades que trabajen por el bien común, pues el concepto del bien común es equivalente a SOCIALISMO. Y el socialismo en Occidente es lo mismo que hablar del diablo, sobre todo para las familias de banqueros, de burguesía y de aristocracia que llevan siglos viviendo de prácticas coloniales y mafiosas. Al poder financiero occidental no le interesa para nada que existan sociedades limpias y sanas.

No es de extrañar, pues, que a casi ningún medio de comunicación occidental se le permite dar información sobre el modelo chino y sobre las condiciones materiales de vida digna que actualmente imperan en la República Popular China. Al poder occidental lo que le interesa suministrar a su población son drogas y medicamentos, de ahí que haya una relación tan estrecha entre el crimen organizado y las administraciones públicas. Todo esto que comento puede parecer muy fuerte, pero desgraciadamente lo que está aconteciendo actualmente en todos los países occidentales lo pone en evidencia.
Desde la guerra de Ucrania hasta la masacre de Gaza, pasando por la llegada masiva de drogas en los puertos de Bélgica y los Países Bajos, es tan bestia la situación en Occidente que por su misma irracionalidad demuestra que sólo es posible algo así por decisión del poder político y económico.
En China, el líder Xi Jinping expresó hace unos pocos años su pensamiento político en un excelente libro titulado “La Gobernación y Administración de China”, que estos días tengo la oportunidad de leer en su edición española. Un pensamiento totalmente contrario al abuso de poder por parte de las élites económicas sobre la ciudadanía, tal como pasa en Occidente, donde cada día aumenta el número de personas que tienen que ir a vivir debajo de un puente o que tienen que ir a pedir comida a centros de asistencia.
¿Y cuál es la lección de China para Occidente? Pues algo tan sencillo como aplicar la racionalidad y hacer una gestión del poder basado en los valores más elevados para el triunfo del bien común, como son la justicia, la igualdad, el trabajo bien hecho y los hábitos de vida saludable sin perder nunca la conexión entre las diferentes generaciones que componen una sociedad. Este punto es fundamental, expresado en la interacción entre niños, padres y abuelos para mantener sus vínculos familiares y culturales. Sin estos vínculos cualquier sociedad entra en decadencia, cuyo primer resultado de ello es la bancarrota económica, tal como comenté al inicio del artículo.

Con todo este análisis que he tratado de sintetizar, pienso por otro lado en los valores que unen a América Latina, África y Asia frente a Europa y Estados Unidos. Si en el caso europeo y norteamericano lo que impera es el individualismo extremo, y por lo tanto la pérdida de los valores familiares tradicionales, en el caso latinoamericano, africano y asiático lo que impera es justamente el punto de unión a través de los valores familiares tradicionales, haciendo que las personas en general no acaben abandonadas o desamparadas. Frente a este contexto no puede haber dudas sobre quién puede ser un aliado y quién es un enemigo. Y sin duda todo el Sur Global debe unirse más que nunca para acabar con los agravios impuestos por países que actualmente no tienen nada de dignos ni de ejemplares.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico
Opinión – Diario Digital Nuestro País