En los últimos años el término “geopolítica” forma parte de todos los medios de comunicación a la hora de tratar lo que hasta entonces se llamaba “política internacional”.
Esta realidad aparejada a la escalada de conflictos bélicos no es más que un indicador de que la cuestión central es la lucha de las principales potencias por el control de los recursos del planeta, cada vez más escasos. En lo que respecta a los minerales esenciales para desarrollar alta tecnología, las llamadas “tierras raras”, la escasez de recursos es todavía mayor. Y es justo este punto el que demuestra que el planeta Tierra tiene recursos finitos.
Sin embargo, en los países del llamado “primer mundo” se sigue viviendo como si no existiese un mañana, es decir, con los mismos hábitos de productividad y consumo que si se replicaran en todos los países, harían falta varios planetas como la Tierra para satisfacer todas las necesidades humanas. En este sentido se habla en los últimos años de “economía circular” para referirse a la reutilización de materiales para hacer más sostenible el desarrollo humano, aunque los indicadores confirman que esa “economía circular” está por debajo del 25% de efectividad. Por lo tanto, el despilfarro de recursos entre los excesos consumistas y la explotación de energías fósiles sigue siendo la realidad de nuestra civilización.
El gran problema ya no es sólo este modelo de civilización en sí mismo, sino que los llamados países del “tercer mundo” quieren acceder a él lo antes posible y con los mismos beneficios que la gente del “primer mundo”.
Beneficios como poder tomar vuelos transoceánicos para pasar unos días de vacaciones o como poder comprar productos tecnológicos que requieren una ingente cantidad de energía para su fabricación, todo ello innecesario para la vida esencial de cualquier persona. El precio de este modelo de civilización es mucho más elevado de lo que se le dice a la gente, va mucho más allá del “calentamiento global” o de la “extinción de especies”.
En todo este asunto van de la mano la desforestación y la desertización imparables, la contaminación de los suelos y de la atmósfera, las desigualdades sociales, el poder del narcotráfico y la corrupción política. Por lo tanto, la cuestión tiene que ver con valores éticos y con el nacimiento de un nuevo humanismo basado en el verdadero “bien común” que entierre para siempre a la estupidez.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico.
En los últimos años el término “geopolítica” forma parte de todos los medios de comunicación a la hora de tratar lo que hasta entonces se llamaba “política internacional”. Esta realidad aparejada a la escalada de conflictos bélicos no es más que un indicador de que la cuestión central es la lucha de las principales potencias

En los últimos años el término “geopolítica” forma parte de todos los medios de comunicación a la hora de tratar lo que hasta entonces se llamaba “política internacional”.
Esta realidad aparejada a la escalada de conflictos bélicos no es más que un indicador de que la cuestión central es la lucha de las principales potencias por el control de los recursos del planeta, cada vez más escasos. En lo que respecta a los minerales esenciales para desarrollar alta tecnología, las llamadas “tierras raras”, la escasez de recursos es todavía mayor. Y es justo este punto el que demuestra que el planeta Tierra tiene recursos finitos.
Sin embargo, en los países del llamado “primer mundo” se sigue viviendo como si no existiese un mañana, es decir, con los mismos hábitos de productividad y consumo que si se replicaran en todos los países, harían falta varios planetas como la Tierra para satisfacer todas las necesidades humanas. En este sentido se habla en los últimos años de “economía circular” para referirse a la reutilización de materiales para hacer más sostenible el desarrollo humano, aunque los indicadores confirman que esa “economía circular” está por debajo del 25% de efectividad. Por lo tanto, el despilfarro de recursos entre los excesos consumistas y la explotación de energías fósiles sigue siendo la realidad de nuestra civilización.
El gran problema ya no es sólo este modelo de civilización en sí mismo, sino que los llamados países del “tercer mundo” quieren acceder a él lo antes posible y con los mismos beneficios que la gente del “primer mundo”.
Beneficios como poder tomar vuelos transoceánicos para pasar unos días de vacaciones o como poder comprar productos tecnológicos que requieren una ingente cantidad de energía para su fabricación, todo ello innecesario para la vida esencial de cualquier persona. El precio de este modelo de civilización es mucho más elevado de lo que se le dice a la gente, va mucho más allá del “calentamiento global” o de la “extinción de especies”.
En todo este asunto van de la mano la desforestación y la desertización imparables, la contaminación de los suelos y de la atmósfera, las desigualdades sociales, el poder del narcotráfico y la corrupción política. Por lo tanto, la cuestión tiene que ver con valores éticos y con el nacimiento de un nuevo humanismo basado en el verdadero “bien común” que entierre para siempre a la estupidez.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico.
Opinión – Diario Digital Nuestro País