Para todos es conocida la renovada barbarie que se ha apoderado de occidente: Estados Unidos y la OTAN, con la excusa de ayudar a Ucrania, llevan a cabo una guerra contra Rusia, a la cual consideran su acérrimo enemigo, sin que ella haya dado muestras hasta ahora de tener ningún interés de agredir a los países europeos ni a los Estados Unidos. Israel cometiendo el genocidio más horrible del que se tenga noticia desde hace mucho tiempo, contra los palestinos de Gaza. Israel atacando Líbano, Siria y cualquier vecino que se les antoje. Estados Unidos e Israel atacando a Irán, sin provocación alguna, aunque al parecer no les ha salido tan bien el intento de aminorar lo que ellos consideran la amenaza iraní.
La razón o la sinrazón de cada una de estas conflagraciones bélicas es motivo de innumerables comentarios, noticias y declaraciones oficiales de los involucrados, lo cual ha convertido a los medios de comunicación tradicionales o electrónicos en un maremágnum de mentiras, tergiversaciones, dobleces y narrativas carentes de toda veracidad. Con lo cual se ha originado lo que llamaría una guerra paralela, la mediática, a fin de convencer a quienes reciben estas comunicaciones de las más falaces mentiras.
Pero no solamente con relación a la inveterada violencia con que Europa y los Estados Unidos han mantenido de manera casi ininterrumpida guerras en contra de todos aquellos que se opusieron a sus intentos de dominación, sino también a la violencia que se está generando al interior del imperio norteamericano.
Todo ello tiene lugar en el contexto de una Administración que, desde sus inicios, ha puesto en el punto de mira a los medios de comunicación, los sindicatos, los bufetes de abogados, las universidades y las organizaciones sin ánimo de lucro que considera opositoras. Muchas de esas organizaciones son, en realidad, pilares fundamentales de la democracia Nos encontramos ante una presidencia imperial, que ignora la Constitución y se centra en consolidar el poder en manos de un solo hombre.
Los medios de comunicación atraviesan una etapa de crisis profunda. La crisis es, en primer lugar, tecnológica, pues la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (de internet a las tabletas y los celulares inteligentes, de Twitter a los portales de noticias) está cambiando a toda velocidad la forma en que se conciben los medios, su relación con el público y los procesos de construcción de la noticia. La crisis es también ideológica, pues el ascenso de líderes de izquierda al gobierno de varios países de la región generó tensiones inéditas en la relación con los medios de comunicación, que se explican tanto por conflictos de intereses como por la voluntad de estos gobiernos de regular (y en algunos casos controlar) a la prensa. Pero también lo vemos en los gobiernos de derecha, que siempre han utilizado los medios de comunicación como un instrumento útil para engañar a los ciudadanos de sus respectivos países.
Hace unos tres años opinaba por este mismo medio que como nunca antes había sucedido estamos presenciando una particular guerra a escala planetaria: la que se libra a través de los medios de comunicación. Y es tal la cantidad de mentiras, falsedades, manipulaciones e intenciones espurias, que produce náuseas el leer las noticias, o escucharlas (cuando se trata de medios audiovisuales), y contemplar cómo a través de las redes electrónicas dichas Fake News se agrandan, deforman en el sentido de exagerarlas, y se convierten en temas de ficción.
Pero no era para menos. Ante la imposibilidad de llevar a cabo una guerra real a escala planetaria, con armas atómicas, por el hecho de que en ella pereceríamos todos; los involucrados y los no involucrados. Ante la cobardía de quienes mucho hablan, pero no participan, sino que se dedican a realizar declaraciones rimbombantes y cuando más, servir de canal para suministrar armas, recursos económicos y apoyo de información.
Lo que queda es, pues, la guerra mediática, para hacernos creer una enorme y variopinta cantidad de mentiras, exageraciones y deformaciones de la realidad, para que nos traguemos las ruedas de molino, a fin de que se justifique su actitud. El ejemplo más evidente tiene que ver con la crisis interna en los Estados Unidos y su participación descarada en la agresión de Israel contra Irán. Nada se puede creer en este momento. No se sabe qué es cierto y qué no lo es.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría.
Para todos es conocida la renovada barbarie que se ha apoderado de occidente: Estados Unidos y la OTAN, con la excusa de ayudar a Ucrania, llevan a cabo una guerra contra Rusia, a la cual consideran su acérrimo enemigo, sin que ella haya dado muestras hasta ahora de tener ningún interés de agredir a los
Para todos es conocida la renovada barbarie que se ha apoderado de occidente: Estados Unidos y la OTAN, con la excusa de ayudar a Ucrania, llevan a cabo una guerra contra Rusia, a la cual consideran su acérrimo enemigo, sin que ella haya dado muestras hasta ahora de tener ningún interés de agredir a los países europeos ni a los Estados Unidos. Israel cometiendo el genocidio más horrible del que se tenga noticia desde hace mucho tiempo, contra los palestinos de Gaza. Israel atacando Líbano, Siria y cualquier vecino que se les antoje. Estados Unidos e Israel atacando a Irán, sin provocación alguna, aunque al parecer no les ha salido tan bien el intento de aminorar lo que ellos consideran la amenaza iraní.
La razón o la sinrazón de cada una de estas conflagraciones bélicas es motivo de innumerables comentarios, noticias y declaraciones oficiales de los involucrados, lo cual ha convertido a los medios de comunicación tradicionales o electrónicos en un maremágnum de mentiras, tergiversaciones, dobleces y narrativas carentes de toda veracidad. Con lo cual se ha originado lo que llamaría una guerra paralela, la mediática, a fin de convencer a quienes reciben estas comunicaciones de las más falaces mentiras.
Pero no solamente con relación a la inveterada violencia con que Europa y los Estados Unidos han mantenido de manera casi ininterrumpida guerras en contra de todos aquellos que se opusieron a sus intentos de dominación, sino también a la violencia que se está generando al interior del imperio norteamericano.
Todo ello tiene lugar en el contexto de una Administración que, desde sus inicios, ha puesto en el punto de mira a los medios de comunicación, los sindicatos, los bufetes de abogados, las universidades y las organizaciones sin ánimo de lucro que considera opositoras. Muchas de esas organizaciones son, en realidad, pilares fundamentales de la democracia Nos encontramos ante una presidencia imperial, que ignora la Constitución y se centra en consolidar el poder en manos de un solo hombre.
Los medios de comunicación atraviesan una etapa de crisis profunda. La crisis es, en primer lugar, tecnológica, pues la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (de internet a las tabletas y los celulares inteligentes, de Twitter a los portales de noticias) está cambiando a toda velocidad la forma en que se conciben los medios, su relación con el público y los procesos de construcción de la noticia. La crisis es también ideológica, pues el ascenso de líderes de izquierda al gobierno de varios países de la región generó tensiones inéditas en la relación con los medios de comunicación, que se explican tanto por conflictos de intereses como por la voluntad de estos gobiernos de regular (y en algunos casos controlar) a la prensa. Pero también lo vemos en los gobiernos de derecha, que siempre han utilizado los medios de comunicación como un instrumento útil para engañar a los ciudadanos de sus respectivos países.
Hace unos tres años opinaba por este mismo medio que como nunca antes había sucedido estamos presenciando una particular guerra a escala planetaria: la que se libra a través de los medios de comunicación. Y es tal la cantidad de mentiras, falsedades, manipulaciones e intenciones espurias, que produce náuseas el leer las noticias, o escucharlas (cuando se trata de medios audiovisuales), y contemplar cómo a través de las redes electrónicas dichas Fake News se agrandan, deforman en el sentido de exagerarlas, y se convierten en temas de ficción.
Pero no era para menos. Ante la imposibilidad de llevar a cabo una guerra real a escala planetaria, con armas atómicas, por el hecho de que en ella pereceríamos todos; los involucrados y los no involucrados. Ante la cobardía de quienes mucho hablan, pero no participan, sino que se dedican a realizar declaraciones rimbombantes y cuando más, servir de canal para suministrar armas, recursos económicos y apoyo de información.
Lo que queda es, pues, la guerra mediática, para hacernos creer una enorme y variopinta cantidad de mentiras, exageraciones y deformaciones de la realidad, para que nos traguemos las ruedas de molino, a fin de que se justifique su actitud. El ejemplo más evidente tiene que ver con la crisis interna en los Estados Unidos y su participación descarada en la agresión de Israel contra Irán. Nada se puede creer en este momento. No se sabe qué es cierto y qué no lo es.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría.
Opinión – Diario Digital Nuestro País