<p>Mi madre no sabe quién es Jorge Ponce. Ni ella ni muchas otras personas reconocerían al cómico. Para otros sí es famoso, incluso un ídolo. A mí me pasa con los futbolistas (no los distingo) y con los actores de los 90 (los puedo nombrar a todos de carrerilla). En 2024, es muy difícil ser reconocido por todo el mundo, ser «un famoso». El mercado de la fama está muy fragmentado. <strong>Jorge Ponce lo sabe y sabe cómo utilizarlo para hacer una de las series más locas de los últimos años</strong>. Él es uno de los productores de <i>Medina: el estafador de famosos</i>, un engendro indescriptible y divertidísimo. También es el protagonista de esta filigrana construida sobre una base tan simple como inestable: romper las barreras entre realidad y ficción uniendo los dos géneros narrativos más alejados, el <i>true crime</i> y la metacomedia.</p>
El proyecto de Jorge Ponce para Prime Video une dos géneros tan alejados como el true crime y la metacomedia
Mi madre no sabe quién es Jorge Ponce. Ni ella ni muchas otras personas reconocerían al cómico. Para otros sí es famoso, incluso un ídolo. A mí me pasa con los futbolistas (no los distingo) y con los actores de los 90 (los puedo nombrar a todos de carrerilla). En 2024, es muy difícil ser reconocido por todo el mundo, ser «un famoso». El mercado de la fama está muy fragmentado. Jorge Ponce lo sabe y sabe cómo utilizarlo para hacer una de las series más locas de los últimos años. Él es uno de los productores de Medina: el estafador de famosos, un engendro indescriptible y divertidísimo. También es el protagonista de esta filigrana construida sobre una base tan simple como inestable: romper las barreras entre realidad y ficción uniendo los dos géneros narrativos más alejados, el true crime y la metacomedia.
Prime Video presentó Medina: el estafador de famosos como un «true crime en clave de comedia». Cuando uno ve en la serie a Lydia Cerrudo, otra de las productoras del formato (¿formato?) entiende lo que querían decir. La gracia de la serie (¿serie?) es que no sabes si es un hilván muy cachondo pero suelto o una cremallera doble perfectamente cosida. Uno de sus creadores, el veterano guionista Borja González Santaolalla es otro de sus actores (¿actores?). Él está, en la realidad, en la ficción o en ambas, al mando del documental que Jorge Ponce pretende hacer sobre Antonio Medina, un tipo que lleva años estafando pequeñas cantidades a rostros populares.
Haciéndose pasar por un antiguo trabajador de sus programas, Medina les saca pasta a Joaquín Reyes, Andreu Buenafuente o Dani Rovira. «¿Te acuerdas de mí? Trabajamos juntos» es el comienzo de su estafa. Ellos, los famosos, caen en la trampa. No es un timo que les avergüence (Medina pide dinero para su hija supuestamente enferma o para comer, no les ofrece un negocio sucio) pero se apoya en una realidad ciertamente incómoda: es viable que una estrella de la televisión no retenga la cara de un cámara (eso dice ser Medina) con el que han trabajado durante años. La división, muy visible desde el otro lado de la pantalla, entre los que salen por la tele y los que simplemente trabajan en ella, termina operando también en los platós y las productoras. Ni Dani Rovira ni Andreu Buenafuente recuerdan a Antonio Medina, pero tienen la suficiente decencia como para no negarle que lo conozcan. Tiene sentido que ellos, famosos, no se acuerden de él, no famoso.
Cuando la historia de Medina empezó a circular en el grupo de amigos («no les gusta que les llamen famosos») de Jorge Ponce, a éste se le ocurrió cazarlo in fraganti. Y contarlo en un documental. Y que ese documental no dejara claro qué demonios era. Y que los espectadores no supiésemos bien dónde están los límites entre lo real, lo ficticio, lo diseñado para hacer gracia y lo que la hace porque madre mía, los famosos, qué colgados están. ¡Si algunos ni siquiera saben que, para mucha gente, no son nadie! Antonio Medina tampoco es nadie, pero él puede jugarlo a su favor.
«¡Soy muy famosa!» grita por la calle Samantha Hudson cuando Jorge Ponce le propone ser un cebo (fallido) para sacar a Medina de su escondite. Es un momento casi de teatro del absurdo. Pero como si la fama televisiva no fuese eso: teatro del absurdo. Y como si algunos true crimes no fuesen, en el fondo, divertidísimos. Porque, ya saben, la realidad siempre supera a la ficción. Sea lo que sea, Medina: el estafador de famosos es una experiencia tronchante.
Cultura