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  Opinión  Mea culpa: crónica de un artículo de opinión, malogrado
Opinión

Mea culpa: crónica de un artículo de opinión, malogrado

13 de septiembre de 2025
FacebookX TwitterPinterestLinkedInTumblrRedditVKWhatsAppEmail

Hace muchos años, con la mitad de la edad que tengo hoy, empecé a escribir, en la prensa del momento (inicios de los 90), que era toda de papel. Los medios digitales llegarían mucho tiempo después.

Aún usaba las famosas “máquinas de escribir” y utilizaba el “corrector”, Radex papel y líquido. Igual lo que usé, siendo juez y profesor. Y el “fax”, para enviar y recibir documentos, era lo máximo, en adelanto tecnológico. ¿Impresoras? Aún no había, en Costa Rica y, por ejemplo, debíamos “picar esténciles” (para exámenes, por ejemplo) y luego dejarlos para que el encargado del polígrafo, los “poligrafiara”, lo que hacía dudar de “dejarlos por ahí”. Para dicha, en la Facultad de Derecho, UCR, el encargado era de absoluta confianza y nunca pasó algo de lamentar.

Lo anterior, también, fue lo normal, cuando ejercí como juez y debía “dictar sentencias”, lo que era literal, a inicios de siglo XIX: el juez, de viva voz, le dictaba al secretario el fallo o sentencia. De ahí que se les llamara, a los hoy auxiliares judiciales (oficinistas y secretarios), “escribientes”. En mi época, a inicios de los 80, lo que hacía era, escribir a máquina la sentencia o resolución, en “borrador”, para que luego algún escribiente la “pasara en limpio”.

Volviendo a mis artículos de opinión, cuando empecé los enviaba, o los iba a dejar, a los respectivos periódicos, en los que recuerdo, La Nación, El Semanario U, La Extra, La Prensa Libre y La República. Hubo otros medios de papel, como el de la Iglesia Católica (Eco), el del partido Vanguardia Popular (Trabajo), etc., donde también, esporádicamente, escribí.

Mi primer artículo, de los cientos que fueron publicados, fue en febrero de 1992, en casi todos los periódicos del momento. Estos, no condicionaban que lo escrito fuera “exclusivo” del medio. No sé por qué hoy eso es tan estricto, pues con los medios digitales, ni la extensión es problema. Además, el lector meta es diferente, según la línea editorial de cada periódico. Cuando solo eran de papel, los editores, eso sí, pedían, como requisito, que tuviera un máximo de palabras: una cuartilla.

Cuando hizo arribo la nueva tecnología, en sus primeros pasos con las computadoras, fue un alivio y sin duda, agilizó la producción de escritos, de todo tipo.

Para los inicios de los 90, eran de uso regular pero muy restringidas en instituciones públicas. Por ejemplo, cuando me desempeñé como asesor jurídico de la ministra de justicia, en 1993, aún usaba la máquina de escribir y la secretaria pasaba “en limpio” los informes, igual en una máquina.

Y, así, también, en la recién abierta Defensoría de los Habitantes, no hubo computadoras; solo las viejas máquinas y, cuando aquellas llegaron, pocos entendían de “comandos”, para iniciarlas. Era todo un desafío. Luego, fueron de uso común pero sumamente difíciles de utilizar. Eran muy básicas y muchas veces, por alguna razón, hasta risibles, el documento que escribimos se perdía y era irrecuperable.  ¡Y va de nuevo!

Para 1997, retorné al Poder Judicial, como director de la Escuela Judicial. Al encargado de Panorama (de la Cámara Nacional de Radio, CANARA) se le contrató para un servicio en la institución y entre pláticas, me habló de su labor radiofónica y ahí mismo quedó acordado que le enviaría artículos de opinión sobre el acontecer nacional. Ya la tecnología había avanzado, aunque aún no se tenía Internet, con sus facilidades. Ese mismo año, luego de muchos intentos, donde fue pionera, a inicios de los 90, la UCR, con su Bitnet, (y mucho antes, la famosa “Matilde”, 1968), se fue alcanzando en otras instituciones e incluso los costarricenses hacíamos uso en los llamados “cafés Internet”. Fue un hito histórico.

Así, mis artículos de opinión no sólo eran publicados en la prensa de papel, sino que eran leídos en Panorama, y así lo fue hasta muchos años después, que dejé de escribir, por un padecimiento y hospitalización, en 2003.

Luego, volví a escribir, pero llegó mi jubilación, tanto en la UCR, como en el Poder Judicial y mis colaboraciones eran intermitentes, hasta nunca más envié artículos, que, a la fecha de 2011, fueron cientos.

Mi enfoque, en ese tiempo, fue el estudiar la carrera en periodismo; lo que siempre quise. Al quedarme cerca de mi casa, me matriculé en una universidad privada, de buena reputación. En cuestión de 4 años, con carga académica completa, todos los cuatrimestres, incluidos los sábados, logré graduarme. Y mi apuro, al final, fue porque mi madre le detectaron cáncer de mama con metástasis, por lo que mi deseo era que ella estuviera en mi graduación, lo que se dio en 2011. Mamá, aunque débil, por la quimio, pudo estar en el acto y eso representó un tributo a esa gran mujer. Papá ya había fallecido, hacía 8 años y, de seguro, hubiera estado ahí, muy orgulloso.

Un inolvidable recuerdo lo fue cuando cursé “Géneros de Opinión”. Y es, a la vez, anecdótico, pues como tenía alguna experiencia, cuando el profesor dejaba la tarea de redactar algún artículo sobre un tema, aprovechaba para enviarlo a La Nación y, antes del día de clases, salía publicado. Mis compañeros, todos muy jóvenes, recién graduados de secundaria, les sorprendía y venía la “joda”, pero eso era parte de lo que busqué al retomar las clases universitarias, de modo que podía volver a ser alumno (viejo) y así la camaradería fue de maravilla.

Lo paradójico, al graduarme (2011), fue que no volví a escribir más artículos. Quizá, por la muerte de mamá, que me desplomó y mis ánimos estaban por el suelo.

El caso es que no podía escribir ni media cuartilla. Estaba bloqueado y así pasé la última década. Hace unos meses, y no sé el porqué, de nuevo sentí deseos de escribir. En 7 meses, terminé mis “memorias”, aún inéditas, y luego de ello, mis dedos me picaban y decidí empezar a escribir artículos de opinión. No obstante, en esta época, 2025, ya hay más periódicos digitales y los de “papel”, por el contrario, tienden a desaparecer.

Así, me animé y me eché al agua, aunque con la certeza que hoy soy un adulto mayor y doblo la edad. Hoy soy lento, como me pasa cuando camino. Así, el primer escrito fue una remembranza de mi juventud y de mi paso por la política, siendo muy joven. Hasta la fecha, he escrito, a poquitos, 5 artículos y se han publicado, sin ningún límite de “exclusividad”, en todos los medios, de papel y digitales

Eso sí, quise mantener un ritmo de, al menos, un escrito por semana. El tiempo no pasa en vano y debo consultar datos cuando me quiero referir a algo de lo que ya no recuerdo.

Todo lo dicho es porque quiero contarles de una mala experiencia que me acaba de suceder. Quise escribir sobre un asunto que siempre me ha preocupado y que no se ha aprobado: El Acuerdo de Escazú. No sé el porqué, pero “se me enredaron los cables”. Apenas medio revisé lo escrito, sin percatarme de varios errores (horrores).  Fue un desastre. Lo admito. El caso es que no tuve claro cuándo se conoció en la Asamblea Legislativa, qué pasó con el tratado, cuándo lo engavetaron, etc. Busqué las siglas de algo que no correspondía y sin más ni más, hice un “copia y pega”. No revisé y fue una gran falta. Cité dos períodos presidenciales y las fechas no correspondían a las reales, entre otros yerros.

Lo envié, primero, a dos medios digitales y en uno, el encargado de la edición, me hizo saber de esos errores. Los corregí, pero me dijo que, como ya había sido publicado en otro medio, no podían publicarlo en este otro. Hasta me recomendó que hiciera las correcciones en el ya publicado. Le agradecí su consejo y, por dicha, el coordinador de redacción del otro periódico no me hizo problema alguno para ajustar el artículo, con lo que se mantuvo publicado.

Fue una mala experiencia, pero seguiré escribiendo. ¡Sin duda! Es algo que me hace bien, pero debo tener claro lo que olvidé en una década: escribo mi opinión sobre algo. No estoy redactando un reportaje. No tengo por qué ser detallista con fechas, con siglas, con “paja” que en nada es de interés para los posibles lectores, aunque en algunos casos, muy puntuales, sí es importante, en el hilo de lo escrito.

Del tal acuerdo de Escazú, con haber dicho qué es, para qué fue firmado y que aún no está vigente, era más que suficiente para concluir que Costa Rica, que fue la anfitriona (de ahí el nombre) de ese importante instrumento legal, nunca lo ratificó y que está en la cola de un venado. Con eso, hubiera bastado.

Al joven de aquel medio, que, por lo visto, y dicho por él, oteaba otros medios, le agradezco sus observaciones, pero le debo recordar que, si en los anteriores artículos míos, que fueron publicados en ese y otros periódicos, sin problema alguno, esta vez, su rechazo por razón de la “exclusividad”, me dejó un sinsabor. Pero, bueno, las reglas son las reglas y deben cumplirse, pero, ojalá, siempre.

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(*) Wilbert Arroyo Álvarez, Abogado y periodista

 Hace muchos años, con la mitad de la edad que tengo hoy, empecé a escribir, en la prensa del momento (inicios de los 90), que era toda de papel. Los medios digitales llegarían mucho tiempo después. Aún usaba las famosas “máquinas de escribir” y utilizaba el “corrector”, Radex papel y líquido. Igual lo que usé,  

Hace muchos años, con la mitad de la edad que tengo hoy, empecé a escribir, en la prensa del momento (inicios de los 90), que era toda de papel. Los medios digitales llegarían mucho tiempo después.

Aún usaba las famosas “máquinas de escribir” y utilizaba el “corrector”, Radex papel y líquido. Igual lo que usé, siendo juez y profesor. Y el “fax”, para enviar y recibir documentos, era lo máximo, en adelanto tecnológico. ¿Impresoras? Aún no había, en Costa Rica y, por ejemplo, debíamos “picar esténciles” (para exámenes, por ejemplo) y luego dejarlos para que el encargado del polígrafo, los “poligrafiara”, lo que hacía dudar de “dejarlos por ahí”. Para dicha, en la Facultad de Derecho, UCR, el encargado era de absoluta confianza y nunca pasó algo de lamentar.

Lo anterior, también, fue lo normal, cuando ejercí como juez y debía “dictar sentencias”, lo que era literal, a inicios de siglo XIX: el juez, de viva voz, le dictaba al secretario el fallo o sentencia. De ahí que se les llamara, a los hoy auxiliares judiciales (oficinistas y secretarios), “escribientes”. En mi época, a inicios de los 80, lo que hacía era, escribir a máquina la sentencia o resolución, en “borrador”, para que luego algún escribiente la “pasara en limpio”.

Volviendo a mis artículos de opinión, cuando empecé los enviaba, o los iba a dejar, a los respectivos periódicos, en los que recuerdo, La Nación, El Semanario U, La Extra, La Prensa Libre y La República. Hubo otros medios de papel, como el de la Iglesia Católica (Eco), el del partido Vanguardia Popular (Trabajo), etc., donde también, esporádicamente, escribí.

Mi primer artículo, de los cientos que fueron publicados, fue en febrero de 1992, en casi todos los periódicos del momento. Estos, no condicionaban que lo escrito fuera “exclusivo” del medio. No sé por qué hoy eso es tan estricto, pues con los medios digitales, ni la extensión es problema. Además, el lector meta es diferente, según la línea editorial de cada periódico. Cuando solo eran de papel, los editores, eso sí, pedían, como requisito, que tuviera un máximo de palabras: una cuartilla.

Cuando hizo arribo la nueva tecnología, en sus primeros pasos con las computadoras, fue un alivio y sin duda, agilizó la producción de escritos, de todo tipo.

Para los inicios de los 90, eran de uso regular pero muy restringidas en instituciones públicas. Por ejemplo, cuando me desempeñé como asesor jurídico de la ministra de justicia, en 1993, aún usaba la máquina de escribir y la secretaria pasaba “en limpio” los informes, igual en una máquina.

Y, así, también, en la recién abierta Defensoría de los Habitantes, no hubo computadoras; solo las viejas máquinas y, cuando aquellas llegaron, pocos entendían de “comandos”, para iniciarlas. Era todo un desafío. Luego, fueron de uso común pero sumamente difíciles de utilizar. Eran muy básicas y muchas veces, por alguna razón, hasta risibles, el documento que escribimos se perdía y era irrecuperable.  ¡Y va de nuevo!

Para 1997, retorné al Poder Judicial, como director de la Escuela Judicial. Al encargado de Panorama (de la Cámara Nacional de Radio, CANARA) se le contrató para un servicio en la institución y entre pláticas, me habló de su labor radiofónica y ahí mismo quedó acordado que le enviaría artículos de opinión sobre el acontecer nacional. Ya la tecnología había avanzado, aunque aún no se tenía Internet, con sus facilidades. Ese mismo año, luego de muchos intentos, donde fue pionera, a inicios de los 90, la UCR, con su Bitnet, (y mucho antes, la famosa “Matilde”, 1968), se fue alcanzando en otras instituciones e incluso los costarricenses hacíamos uso en los llamados “cafés Internet”. Fue un hito histórico.

Así, mis artículos de opinión no sólo eran publicados en la prensa de papel, sino que eran leídos en Panorama, y así lo fue hasta muchos años después, que dejé de escribir, por un padecimiento y hospitalización, en 2003.

Luego, volví a escribir, pero llegó mi jubilación, tanto en la UCR, como en el Poder Judicial y mis colaboraciones eran intermitentes, hasta nunca más envié artículos, que, a la fecha de 2011, fueron cientos.

Mi enfoque, en ese tiempo, fue el estudiar la carrera en periodismo; lo que siempre quise. Al quedarme cerca de mi casa, me matriculé en una universidad privada, de buena reputación. En cuestión de 4 años, con carga académica completa, todos los cuatrimestres, incluidos los sábados, logré graduarme. Y mi apuro, al final, fue porque mi madre le detectaron cáncer de mama con metástasis, por lo que mi deseo era que ella estuviera en mi graduación, lo que se dio en 2011. Mamá, aunque débil, por la quimio, pudo estar en el acto y eso representó un tributo a esa gran mujer. Papá ya había fallecido, hacía 8 años y, de seguro, hubiera estado ahí, muy orgulloso.

Un inolvidable recuerdo lo fue cuando cursé “Géneros de Opinión”. Y es, a la vez, anecdótico, pues como tenía alguna experiencia, cuando el profesor dejaba la tarea de redactar algún artículo sobre un tema, aprovechaba para enviarlo a La Nación y, antes del día de clases, salía publicado. Mis compañeros, todos muy jóvenes, recién graduados de secundaria, les sorprendía y venía la “joda”, pero eso era parte de lo que busqué al retomar las clases universitarias, de modo que podía volver a ser alumno (viejo) y así la camaradería fue de maravilla.

Lo paradójico, al graduarme (2011), fue que no volví a escribir más artículos. Quizá, por la muerte de mamá, que me desplomó y mis ánimos estaban por el suelo.

El caso es que no podía escribir ni media cuartilla. Estaba bloqueado y así pasé la última década. Hace unos meses, y no sé el porqué, de nuevo sentí deseos de escribir. En 7 meses, terminé mis “memorias”, aún inéditas, y luego de ello, mis dedos me picaban y decidí empezar a escribir artículos de opinión. No obstante, en esta época, 2025, ya hay más periódicos digitales y los de “papel”, por el contrario, tienden a desaparecer.

Así, me animé y me eché al agua, aunque con la certeza que hoy soy un adulto mayor y doblo la edad. Hoy soy lento, como me pasa cuando camino. Así, el primer escrito fue una remembranza de mi juventud y de mi paso por la política, siendo muy joven. Hasta la fecha, he escrito, a poquitos, 5 artículos y se han publicado, sin ningún límite de “exclusividad”, en todos los medios, de papel y digitales

Eso sí, quise mantener un ritmo de, al menos, un escrito por semana. El tiempo no pasa en vano y debo consultar datos cuando me quiero referir a algo de lo que ya no recuerdo.

Todo lo dicho es porque quiero contarles de una mala experiencia que me acaba de suceder. Quise escribir sobre un asunto que siempre me ha preocupado y que no se ha aprobado: El Acuerdo de Escazú. No sé el porqué, pero “se me enredaron los cables”. Apenas medio revisé lo escrito, sin percatarme de varios errores (horrores).  Fue un desastre. Lo admito. El caso es que no tuve claro cuándo se conoció en la Asamblea Legislativa, qué pasó con el tratado, cuándo lo engavetaron, etc. Busqué las siglas de algo que no correspondía y sin más ni más, hice un “copia y pega”. No revisé y fue una gran falta. Cité dos períodos presidenciales y las fechas no correspondían a las reales, entre otros yerros.

Lo envié, primero, a dos medios digitales y en uno, el encargado de la edición, me hizo saber de esos errores. Los corregí, pero me dijo que, como ya había sido publicado en otro medio, no podían publicarlo en este otro. Hasta me recomendó que hiciera las correcciones en el ya publicado. Le agradecí su consejo y, por dicha, el coordinador de redacción del otro periódico no me hizo problema alguno para ajustar el artículo, con lo que se mantuvo publicado.

Fue una mala experiencia, pero seguiré escribiendo. ¡Sin duda! Es algo que me hace bien, pero debo tener claro lo que olvidé en una década: escribo mi opinión sobre algo. No estoy redactando un reportaje. No tengo por qué ser detallista con fechas, con siglas, con “paja” que en nada es de interés para los posibles lectores, aunque en algunos casos, muy puntuales, sí es importante, en el hilo de lo escrito.

Del tal acuerdo de Escazú, con haber dicho qué es, para qué fue firmado y que aún no está vigente, era más que suficiente para concluir que Costa Rica, que fue la anfitriona (de ahí el nombre) de ese importante instrumento legal, nunca lo ratificó y que está en la cola de un venado. Con eso, hubiera bastado.

Al joven de aquel medio, que, por lo visto, y dicho por él, oteaba otros medios, le agradezco sus observaciones, pero le debo recordar que, si en los anteriores artículos míos, que fueron publicados en ese y otros periódicos, sin problema alguno, esta vez, su rechazo por razón de la “exclusividad”, me dejó un sinsabor. Pero, bueno, las reglas son las reglas y deben cumplirse, pero, ojalá, siempre.

(*) Wilbert Arroyo Álvarez, Abogado y periodista

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