<p>De todos los gremios del cine, ninguno tan previsible como el de los productores. Si hay éxito, hay premio. Nada que criticar. Los Premios Forqué cumplieron su edición número 31 y, más allá del ligero temblor de tierra que produjo que<i> Tardes de soledad,</i> de Albert Serra, una de las películas del año, cediera su sitio a <i>Flores para Antonio,</i> de Isaki Lacuesta y Elena Molina, todo se plegó a las exigencias del guion. Sin sorpresas. En verdad, la mayor de todas ellas, y exageradamente triste, llegó desde fuera y unas horas antes de que diera comienzo la gala cuando las bandejas de entrada de los mortecinos emails de fin de semana recibieron la noticia del fallecimiento de uno de los más grandes. <strong>Con la muerte de Héctor Alterio se da por concluida una época,</strong> una era del cine español y argentino que desde <i>A un dios desconocido</i> (1977) a <i>El hijo de la novia</i> (2001) pasando por <i>El nido</i> (1980), <i>La historia oficial </i>(1985) o Cenizas del paraíso (1998) ha vivido pendiente de las heridas de una guerra tras otra, de una dictadura después de otra, de la esperanza que sigue a la esperanza. Su ausencia se hizo presente en cada segundo de la ceremonia. No podía ser de otro modo.</p>
Patricia López Arnaiz, por Los Domingos, y José Ramón Soroiz, por Maspalomas, completan el palmarés de cine junto a Sorda, premio en valores, Decorado, en animación, y Flores para Antonio, en documental
De todos los gremios del cine, ninguno tan previsible como el de los productores. Si hay éxito, hay premio. Nada que criticar. Los Premios Forqué cumplieron su edición número 31 y, más allá del ligero temblor de tierra que produjo que Tardes de soledad, de Albert Serra, una de las películas del año, cediera su sitio a Flores para Antonio, de Isaki Lacuesta y Elena Molina, todo se plegó a las exigencias del guion. Sin sorpresas. En verdad, la mayor de todas ellas, y exageradamente triste, llegó desde fuera y unas horas antes de que diera comienzo la gala cuando las bandejas de entrada de los mortecinos emails de fin de semana recibieron la noticia del fallecimiento de uno de los más grandes. Con la muerte de Héctor Alterio se da por concluida una época, una era del cine español y argentino que desde A un dios desconocido (1977) a El hijo de la novia (2001) pasando por El nido (1980), La historia oficial (1985) o Cenizas del paraíso (1998) ha vivido pendiente de las heridas de una guerra tras otra, de una dictadura después de otra, de la esperanza que sigue a la esperanza. Su ausencia se hizo presente en cada segundo de la ceremonia. No podía ser de otro modo.
Por lo demás, Los domingos. La película de Alauda Ruiz de Azúa se alzó con dos de los premios mayores y, de este modo, pasó a limpio todas las buenas nuevas que ha ido recibiendo desde que el pasado mes de septiembre se hiciera con la Concha de Oro en San Sebastián. La historia de la adolescente que quiere ser monja de clausura se ha convertido en la salsa de todas las conversaciones, de todas las indignaciones y de todas loas. Amén. A su impecable rendimiento en taquilla, ahora le llega el premio de los productores como mejor película del año y a su protagonista, Patricia López Arnaiz, el primero de todos los galardones que seguro vendrán. Como sea que los Forqué no reconocen ni categorías técnicas ni artísticas como guion o dirección, dos menciones en el palmarés es mucho. Es casi todo lo posible. Quedaba pendiente el de mejor actor y aquí José Ramón Soroiz hizo bueno lo ya logrado también en San Sebastián. El protagonista de Maspalomas, de José María Goenaga y Aitor Arregi, se llevó allí el premio que aquí le tocó repetir.
A su lado, la serie del año en el aniversario de la muerte del dictador fue, como tampoco podía ser de otro modo, Anatomía de un instante. La producción de Movistar Plus + a cargo de Rafael Cobos, Fran Araújo y Alberto Rodríguez y basada en el libro de Javier Cercas no tenía rival. La única que le podía hacer sombra —Yakarta, de Diego San José— ni siquiera estaba nominada. Eso sí, el protagonista de esta última, Javier Cámara, se llevó su galardón correspondiente por su descomunal retrato de todas las derrotas posibles como entrenador de bádminton. La actriz que le acompañó en el casillero fue Esperanza Pedreño por su muy querido, desangelado, triste e irrenunciable (todo en uno) personaje en la segunda temporada de la inclasificable y gozosa Poquita fe, de Pepón Montero y Juan Maidagán.
Por lo demás, la obra maestra de animación Decorado, de Alberto Vázquez; el ya citado documental Flores para Antonio; Sorda, de Eva Libertad, en el apartado de Cine y educación en valores; Belén, de Dolores Fonzi, como película latinoamericana del año, y el Premio del Público (es decir, la más taquillera) El cautivo, de Alejandro Amenábar, completaron el palmarés. A destacar, por lo que puede significar de cara a los Goya, el completo olvido de películas como Sirat, de Oliver Laxe, o Romería, de Carla Simón, la primera premiada en Cannes y candidata más que firme a los Oscar y la segunda en la sección oficial del mismo certamen. Suena mal.
Y así las cosas, y después de una gala muy cantada a dúo (bonito el de Jeanette y Chloé Bird) y animada con gracia y solvencia por Cayetana Guillén Cuervo y Daniel Guzmán, Héctor Alterio, Héctor Alterio para siempre.
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