Es muy curioso que se hable tanto de promover la “sostenibilidad”, y en cambio, el comportamiento humano en general esté marcado por el narcisismo y el consumismo compulsivo para llenar el vacío emocional de las personas. Quien ha conocido el estilo de vida de comunidades tradicionales, ya sea en Latinoamérica, en África o en Asia, sabe que allí el narcisismo y el consumismo compulsivo no forma parte del comportamiento humano. En cambio, es la vida en plena conexión con su entorno lo que impera en dichas comunidades tradicionales.
Fue justo hace 40 años, a mediados de los años 80 del siglo XX, cuando las élites de esta república conocida como Costa Rica, decidieron que la marca de país debía estar vinculada a la “pura vida” de las comunidades tradicionales costarricenses. Una “pura vida” que con el paso de las décadas se ha ido diluyendo dentro de las exigencias de una democracia liberal sometida a la implacable economía de libre mercado. El costarricense medio, casi sin darse cuenta, ha pasado de la calma y el sosiego a la ansiedad y la presión económica que le alejan de la “pura vida”, pero en cambio, las principales instituciones del país siguen utilizando uno de los eslóganes de marketing más exitosos del mundo. Una marca pensada para los extranjeros que vengan al país con una buena cantidad de dólares para gastar en servicios turísticos de costes sobrevalorados.
Cuando en 1985 el Instituto Costarricense de Turismo ya desarrollaba sus campañas de marketing de la “pura vida”, impulsadas por el creciente lobby del turismo y el blanqueo de dinero procedente del narcotráfico, se publicó en edición inglesa uno de los libros más conocidos del mítico Alexander F. Skutch, uno de los personajes más importantes para la conservación de espacios naturales en Costa Rica. Con el título de “Life Ascending”, que en la primera edición costarricense de 1991 se tradujo como “El ascenso de la vida”, el naturalista norteamericano que entonces ya tenía 81 años (45 de ellos viviendo en costa Rica), escribió una de sus reflexiones más lúcidas y brillantes sobre la necesidad de establecer una relación sana y consciente entre los seres humanos y la naturaleza.
Alexander F. Skutch nació en 1904 en Baltimore (Estados Unidos), y tras doctorarse como biólogo en 1928 fue contratado por la United Fruit Company para tratar las plagas de sus plantaciones en Centroamérica. Una vez instalado en Costa Rica a partir de los años 40 del siglo XX, dedicó el resto de su vida al estudio y la conservación de la naturaleza hasta su muerte en 2004 con 100 años. Durante más de 60 años este personaje residió en la finca “Los Cusingos” en el cantón de Pérez Zeledón, hoy un lugar de culto para los naturalistas de todo el mundo que ejemplifica la más estricta ética respecto a la naturaleza y la adopción de la verdadera “pura vida” que se extingue de manera acelerada. Una existencia en un santuario natural al pie de la cordillera de Talamanca, donde más allá de la observación de aves y plantas, Alexander F. Skutch practicó la vida tradicional hasta el fin de sus días, cultivando maíz y yuca o bañándose en un hermoso río de la finca.

Estados Unidos ha dado a lo largo de su corta historia algunos intelectuales de este tipo, profundamente críticos con el estilo de vida norteamericano y profundamente rigurosos a la hora de practicar una vida de valores y respeto hacia el entorno natural y cultural. Personajes que supieron ver lo que pasaba en el mundo de su tiempo y que expresaron su completa oposición a la deriva destructiva de la modernidad. En el libro “El ascenso de la vida”, Alexander F. Skutch hizo una llamada urgente para que la humanidad asumiera la enorme responsabilidad que es apreciar y conservar la naturaleza. Una alarma medioambiental, que ya entonces, hace 40 años, debía ir más allá de posiciones estéticas para transformar la política de gestión frente a las tinieblas del mundo moderno que se cernían sobre todo el planeta.
Hoy este pensamiento llega tarde, aunque sigue siendo más necesario que nunca, sobre todo en un país como Costa Rica que convirtió a la “pura vida” en un mero eslogan de marketing turístico. Lamentablemente, la verdadera “pura vida” que todavía pervive en pequeñas comunidades, desde la isla Chira hasta la cordillera de Talamanca, es un hecho que no importa y que tampoco interesa promover. Lo importante por encima de todo es facturar, explotar, vender y comprar. El precio de toda esta demencia es que la “democracia” se ha derrumbado en todo Occidente, con una ausencia inaudita de modelo social y económico para un futuro que permita la mejor gestión del “bien común”. Pero quizás ese modelo acabará llegando desde Oriente como “camino de vida” milenario, impulsado por la fuerza emergente del llamado Sur Global.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico
Es muy curioso que se hable tanto de promover la “sostenibilidad”, y en cambio, el comportamiento humano en general esté marcado por el narcisismo y el consumismo compulsivo para llenar el vacío emocional de las personas. Quien ha conocido el estilo de vida de comunidades tradicionales, ya sea en Latinoamérica, en África o en Asia,
Es muy curioso que se hable tanto de promover la “sostenibilidad”, y en cambio, el comportamiento humano en general esté marcado por el narcisismo y el consumismo compulsivo para llenar el vacío emocional de las personas. Quien ha conocido el estilo de vida de comunidades tradicionales, ya sea en Latinoamérica, en África o en Asia, sabe que allí el narcisismo y el consumismo compulsivo no forma parte del comportamiento humano. En cambio, es la vida en plena conexión con su entorno lo que impera en dichas comunidades tradicionales.
Fue justo hace 40 años, a mediados de los años 80 del siglo XX, cuando las élites de esta república conocida como Costa Rica, decidieron que la marca de país debía estar vinculada a la “pura vida” de las comunidades tradicionales costarricenses. Una “pura vida” que con el paso de las décadas se ha ido diluyendo dentro de las exigencias de una democracia liberal sometida a la implacable economía de libre mercado. El costarricense medio, casi sin darse cuenta, ha pasado de la calma y el sosiego a la ansiedad y la presión económica que le alejan de la “pura vida”, pero en cambio, las principales instituciones del país siguen utilizando uno de los eslóganes de marketing más exitosos del mundo. Una marca pensada para los extranjeros que vengan al país con una buena cantidad de dólares para gastar en servicios turísticos de costes sobrevalorados.
Cuando en 1985 el Instituto Costarricense de Turismo ya desarrollaba sus campañas de marketing de la “pura vida”, impulsadas por el creciente lobby del turismo y el blanqueo de dinero procedente del narcotráfico, se publicó en edición inglesa uno de los libros más conocidos del mítico Alexander F. Skutch, uno de los personajes más importantes para la conservación de espacios naturales en Costa Rica. Con el título de “Life Ascending”, que en la primera edición costarricense de 1991 se tradujo como “El ascenso de la vida”, el naturalista norteamericano que entonces ya tenía 81 años (45 de ellos viviendo en costa Rica), escribió una de sus reflexiones más lúcidas y brillantes sobre la necesidad de establecer una relación sana y consciente entre los seres humanos y la naturaleza.
Alexander F. Skutch nació en 1904 en Baltimore (Estados Unidos), y tras doctorarse como biólogo en 1928 fue contratado por la United Fruit Company para tratar las plagas de sus plantaciones en Centroamérica. Una vez instalado en Costa Rica a partir de los años 40 del siglo XX, dedicó el resto de su vida al estudio y la conservación de la naturaleza hasta su muerte en 2004 con 100 años. Durante más de 60 años este personaje residió en la finca “Los Cusingos” en el cantón de Pérez Zeledón, hoy un lugar de culto para los naturalistas de todo el mundo que ejemplifica la más estricta ética respecto a la naturaleza y la adopción de la verdadera “pura vida” que se extingue de manera acelerada. Una existencia en un santuario natural al pie de la cordillera de Talamanca, donde más allá de la observación de aves y plantas, Alexander F. Skutch practicó la vida tradicional hasta el fin de sus días, cultivando maíz y yuca o bañándose en un hermoso río de la finca.

Estados Unidos ha dado a lo largo de su corta historia algunos intelectuales de este tipo, profundamente críticos con el estilo de vida norteamericano y profundamente rigurosos a la hora de practicar una vida de valores y respeto hacia el entorno natural y cultural. Personajes que supieron ver lo que pasaba en el mundo de su tiempo y que expresaron su completa oposición a la deriva destructiva de la modernidad. En el libro “El ascenso de la vida”, Alexander F. Skutch hizo una llamada urgente para que la humanidad asumiera la enorme responsabilidad que es apreciar y conservar la naturaleza. Una alarma medioambiental, que ya entonces, hace 40 años, debía ir más allá de posiciones estéticas para transformar la política de gestión frente a las tinieblas del mundo moderno que se cernían sobre todo el planeta.
Hoy este pensamiento llega tarde, aunque sigue siendo más necesario que nunca, sobre todo en un país como Costa Rica que convirtió a la “pura vida” en un mero eslogan de marketing turístico. Lamentablemente, la verdadera “pura vida” que todavía pervive en pequeñas comunidades, desde la isla Chira hasta la cordillera de Talamanca, es un hecho que no importa y que tampoco interesa promover. Lo importante por encima de todo es facturar, explotar, vender y comprar. El precio de toda esta demencia es que la “democracia” se ha derrumbado en todo Occidente, con una ausencia inaudita de modelo social y económico para un futuro que permita la mejor gestión del “bien común”. Pero quizás ese modelo acabará llegando desde Oriente como “camino de vida” milenario, impulsado por la fuerza emergente del llamado Sur Global.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico
Opinión – Diario Digital Nuestro País