Columna Poliédrica
La historia es una materia fundamental en la formación de cualquier ser humano. Muchas veces en esta columna hemos señalado que es necesario estudiarla para entender el presente, ya que en no pocas ocasiones se suele repetir lo que en otras épocas se ha dicho y se ha hecho; el que se afana en el conocimiento histórico, no solo se impresiona de esas repeticiones, sino de que haya personas dispuestas a creer en propuestas que ya se han hecho y que resultaron perjudiciales para una sociedad específica y para la humanidad.
El ser humano desde los inicios de la civilización, desgraciadamente, ha vivido más tiempo en guerra que en paz. Pareciera que personas como Thomas Hobbes tenían razón al escribir que el ser humano es lobo de él mismo; en otras palabras, está en la naturaleza humana el querer dominar y ejercer el poder sobre las otras personas, y para ello siempre ha utilizado la fuerza.
Desde hace rato venimos escribiendo que estamos viviendo una época de decadencia. El problema es que las personas que han nacido y se han desarrollado en este período de tiempo, solo conocen la realidad decadente; en cambio, las personas que hemos tenido la oportunidad de vivir en una sociedad diferente, que aboga por el desarrollo de todos o al menos la mayoría de los miembros de una comunidad política, sentimos el contraste de manera profunda.
Desde siempre nos hemos opuesto a una fuerza sin límites para ordenar y encauzar a las sociedades. Hay gente que piensa en la violencia o la guerra con base en lo que ven en las películas de Hollywood, sin embargo, la realidad es bastante diferente y mucho más dolorosa de lo que ahí se observa; en efecto, se trata del estado más salvaje en que puede estar un ser humano, por eso Erasmo De Rotterdam siempre decía: “quien alaba la guerra no le ha visto la cara”.
Ahora bien, no estamos diciendo que la fuerza no sea necesaria en las sociedades. El Derecho para ser eficaz requiere de la coercitividad de las normas, sin embargo, es la fuerza legítima del Estado y que se ejerce de acuerdo con lo dispuesto en las mismas normas, la que permite su ejecución en la práctica; en contraste la fuerza sin límites siempre ha degenerado en excesos contra los propios miembros de la sociedad, algo de lo que muchas sociedades latinoamericanas pueden dar fe, infelizmente.
La decadencia de las sociedades se ha manifestado de muy diversas formas a lo largo de la historia. Las artes de diverso tipo son reprimidas y vienen a menos, la educación porque ya no se considera importante, colectiva e individualmente; las prioridades de la sociedad cambian y se promueven las frivolidades, pero sobre todo, la fuerza sin límites, que comienza a privar sobre la racionalidad y las leyes. La retórica de los bravucones termina por imponerse al diálogo civilizado entre las personas y las sociedades.
Costa Rica no es ajena a esta tendencia global. Estamos presenciando el desmantelamiento de lo que un día fue una institucionalidad que abogaba por los que menos tienen, paradójicamente son este grupo de personas los que apoyan a los que actúan en contra de sus propios intereses; a la par de esta realidad, apoyan la idea de un gobernante fuerte y que se comporte como un matón frente a sus adversarios políticos y ante los gobernados.
No se debe perder de vista que en las épocas de decadencia, los más débiles son los que terminan siendo los más perjudicados. Se debe promover su protección aunque haya personas que quieran dejarlos solos.
(*) Andi Mirom es Filósofo
Columna Poliédrica La historia es una materia fundamental en la formación de cualquier ser humano. Muchas veces en esta columna hemos señalado que es necesario estudiarla para entender el presente, ya que en no pocas ocasiones se suele repetir lo que en otras épocas se ha dicho y se ha hecho; el que se afana
Columna Poliédrica
La historia es una materia fundamental en la formación de cualquier ser humano. Muchas veces en esta columna hemos señalado que es necesario estudiarla para entender el presente, ya que en no pocas ocasiones se suele repetir lo que en otras épocas se ha dicho y se ha hecho; el que se afana en el conocimiento histórico, no solo se impresiona de esas repeticiones, sino de que haya personas dispuestas a creer en propuestas que ya se han hecho y que resultaron perjudiciales para una sociedad específica y para la humanidad.
El ser humano desde los inicios de la civilización, desgraciadamente, ha vivido más tiempo en guerra que en paz. Pareciera que personas como Thomas Hobbes tenían razón al escribir que el ser humano es lobo de él mismo; en otras palabras, está en la naturaleza humana el querer dominar y ejercer el poder sobre las otras personas, y para ello siempre ha utilizado la fuerza.
Desde hace rato venimos escribiendo que estamos viviendo una época de decadencia. El problema es que las personas que han nacido y se han desarrollado en este período de tiempo, solo conocen la realidad decadente; en cambio, las personas que hemos tenido la oportunidad de vivir en una sociedad diferente, que aboga por el desarrollo de todos o al menos la mayoría de los miembros de una comunidad política, sentimos el contraste de manera profunda.
Desde siempre nos hemos opuesto a una fuerza sin límites para ordenar y encauzar a las sociedades. Hay gente que piensa en la violencia o la guerra con base en lo que ven en las películas de Hollywood, sin embargo, la realidad es bastante diferente y mucho más dolorosa de lo que ahí se observa; en efecto, se trata del estado más salvaje en que puede estar un ser humano, por eso Erasmo De Rotterdam siempre decía: “quien alaba la guerra no le ha visto la cara”.
Ahora bien, no estamos diciendo que la fuerza no sea necesaria en las sociedades. El Derecho para ser eficaz requiere de la coercitividad de las normas, sin embargo, es la fuerza legítima del Estado y que se ejerce de acuerdo con lo dispuesto en las mismas normas, la que permite su ejecución en la práctica; en contraste la fuerza sin límites siempre ha degenerado en excesos contra los propios miembros de la sociedad, algo de lo que muchas sociedades latinoamericanas pueden dar fe, infelizmente.
La decadencia de las sociedades se ha manifestado de muy diversas formas a lo largo de la historia. Las artes de diverso tipo son reprimidas y vienen a menos, la educación porque ya no se considera importante, colectiva e individualmente; las prioridades de la sociedad cambian y se promueven las frivolidades, pero sobre todo, la fuerza sin límites, que comienza a privar sobre la racionalidad y las leyes. La retórica de los bravucones termina por imponerse al diálogo civilizado entre las personas y las sociedades.
Costa Rica no es ajena a esta tendencia global. Estamos presenciando el desmantelamiento de lo que un día fue una institucionalidad que abogaba por los que menos tienen, paradójicamente son este grupo de personas los que apoyan a los que actúan en contra de sus propios intereses; a la par de esta realidad, apoyan la idea de un gobernante fuerte y que se comporte como un matón frente a sus adversarios políticos y ante los gobernados.
No se debe perder de vista que en las épocas de decadencia, los más débiles son los que terminan siendo los más perjudicados. Se debe promover su protección aunque haya personas que quieran dejarlos solos.
(*) Andi Mirom es Filósofo
Opinión – Diario Digital Nuestro País