¿Qué puede resultar más desconcertante?: que un presidente asuma el poder acusado de haber efectuado un fraude electoral, o que un presidente condenado por los tribunales competentes, es decir, que sea un convicto, asuma el poder en un país cuyo poderío militar y económico supera al de la mayoría de los demás en el planeta.
Esto es lo que estamos viendo hoy en día, la entronización del absurdo absoluto respaldado por la escogencia realizada por los mismos pueblos que pagarán posteriormente las consecuencias de sus decisiones.
En el primer caso las consecuencias a nivel internacional pueden ser pocas o nulas, en el segundo, en cambio, puede ser catastróficas, a no ser que las otras fuerzas que existen dentro del país se enfrenten al gobernante y le frenen sus desatinos.
Lo que estamos viendo es la condena de la democracia como forma de gobierno débil, alicaída, condenada a ser destruida por Estados Autocráticos en una nueva modalidad, diferente a las dictaduras militares que enlutaron el continente, auspiciadas por los Estados Unidos de Norteamérica, en el pasado no tan lejano. Ahora le toca a este país experimentar el autoritarismo en una forma que han condenado en otros países: dominar todos los poderes a través de los cuales la sociedad se supone se rige en libertad.
Como dice Norberto Bobbio, para un régimen democrático, estar en transformación es su condición natural; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí mismo. Pero ello no impide algo indiscutible: que la permanencia de las oligarquías, o de las élites en el poder, se oponen a los ideales democráticos. Esto no evita que exista una diferencia sustancial entre un sistema político en el que hay muchas élites en competencia en la arena electoral, y un sistema en el que existe un solo grupo de poder que se renueva por cooptación. Mientras la presencia de un poder invisible corrompe la democracia, la existencia de grupos de poder que se alternan mediante elecciones libres permanece, por lo menos hasta ahora, como la única forma en que la democracia ha encontrado su realización concreta.
No sabemos qué nos depara el futuro; la dificultad de conocer el mañana también depende del hecho de que cada uno de nosotros proyecta en el futuro las propias aspiraciones e inquietudes, mientras la historia sigue su camino, desdeñando nuestras preocupaciones, un camino formado por millones y millones de pequeños, minúsculos, hechos humanos, que ninguna mente, por fuerte que pueda ser, jamás ha sido capaz de recopilar en una visión de conjunto que no sea demasiado esquemática para ser admitida.
Estamos a pocos días de percibir cambios profundos y quizá desconcertantes a nivel global, en la misma medida en que el imperio norteamericano modifique su postura y sus acciones relacionadas con amigos y enemigos, colaboradores y competidores. De la misma forma que veremos, disfrazada de democracia, a su interior, el ejercicio del autoritarismo más irracional que nos imaginemos.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
¿Qué puede resultar más desconcertante?: que un presidente asuma el poder acusado de haber efectuado un fraude electoral, o que un presidente condenado por los tribunales competentes, es decir, que sea un convicto, asuma el poder en un país cuyo poderío militar y económico supera al de la mayoría de los demás en el planeta.
¿Qué puede resultar más desconcertante?: que un presidente asuma el poder acusado de haber efectuado un fraude electoral, o que un presidente condenado por los tribunales competentes, es decir, que sea un convicto, asuma el poder en un país cuyo poderío militar y económico supera al de la mayoría de los demás en el planeta.
Esto es lo que estamos viendo hoy en día, la entronización del absurdo absoluto respaldado por la escogencia realizada por los mismos pueblos que pagarán posteriormente las consecuencias de sus decisiones.
En el primer caso las consecuencias a nivel internacional pueden ser pocas o nulas, en el segundo, en cambio, puede ser catastróficas, a no ser que las otras fuerzas que existen dentro del país se enfrenten al gobernante y le frenen sus desatinos.
Lo que estamos viendo es la condena de la democracia como forma de gobierno débil, alicaída, condenada a ser destruida por Estados Autocráticos en una nueva modalidad, diferente a las dictaduras militares que enlutaron el continente, auspiciadas por los Estados Unidos de Norteamérica, en el pasado no tan lejano. Ahora le toca a este país experimentar el autoritarismo en una forma que han condenado en otros países: dominar todos los poderes a través de los cuales la sociedad se supone se rige en libertad.
Como dice Norberto Bobbio, para un régimen democrático, estar en transformación es su condición natural; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí mismo. Pero ello no impide algo indiscutible: que la permanencia de las oligarquías, o de las élites en el poder, se oponen a los ideales democráticos. Esto no evita que exista una diferencia sustancial entre un sistema político en el que hay muchas élites en competencia en la arena electoral, y un sistema en el que existe un solo grupo de poder que se renueva por cooptación. Mientras la presencia de un poder invisible corrompe la democracia, la existencia de grupos de poder que se alternan mediante elecciones libres permanece, por lo menos hasta ahora, como la única forma en que la democracia ha encontrado su realización concreta.
No sabemos qué nos depara el futuro; la dificultad de conocer el mañana también depende del hecho de que cada uno de nosotros proyecta en el futuro las propias aspiraciones e inquietudes, mientras la historia sigue su camino, desdeñando nuestras preocupaciones, un camino formado por millones y millones de pequeños, minúsculos, hechos humanos, que ninguna mente, por fuerte que pueda ser, jamás ha sido capaz de recopilar en una visión de conjunto que no sea demasiado esquemática para ser admitida.
Estamos a pocos días de percibir cambios profundos y quizá desconcertantes a nivel global, en la misma medida en que el imperio norteamericano modifique su postura y sus acciones relacionadas con amigos y enemigos, colaboradores y competidores. De la misma forma que veremos, disfrazada de democracia, a su interior, el ejercicio del autoritarismo más irracional que nos imaginemos.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Opinión – Diario Digital Nuestro País