Nuevas rutas de narcotráfico entre perezosos y tucanes.
El país centroamericano, cuna de surfistas y amantes de la naturaleza, renunció a tener ejército en 1949 e hizo de la “pura vida” una filosofía nacional. Ahora ha terminado en el radar de los narcos: los bosques son un lugar seguro para el contrabando de cocaína y fentanilo.
Por Carlotta Clerici, Semanario “7 Corriere della Sera” (Milán)
Cuando mi padre, en 1997, nos contó su decisión de irse a vivir a Costa Rica durante seis meses al año, todos nos quedamos sin palabras. Era un hombre que amaba la vida, incluso demasiado, y hoy me resulta menos complicado entenderlo: es fácil dejarse seducir por la paz y la belleza incontaminada de un lugar que parece pertenecer a otra dimensión. Porque Costa Rica es desde hace décadas símbolo de la “pura vida”, un lema capaz de atraer a viajeros de todos los rincones del planeta: parejas en luna de miel, surfistas (entre los aficionados primerizos, incluso la estadounidense Kelly Slater, 11 veces campeona mundial de surf), observadores de aves, entusiastas del yoga, devotos de los saludos al sol. Sin embargo, ahora, esa “pura vida” resuena como un eco distorsionado, ya que Costa Rica atraviesa un momento tan complicado que empujó al gobierno a solicitar ayuda a la Unión Europea para contrarrestar la ola de violencia vinculada a las actividades de los narcotraficantes.
De hecho, el año pasado las autoridades incautaron 21 toneladas de cocaína: solo una fracción de los cientos de toneladas que se estima pasan tranquilamente por el país cada año. Pero no es solo la cocaína lo que preocupa a las autoridades costarricenses: el fentanilo, un opioide sintético, también ha comenzado a ampliar su presencia, invadiendo los suburbios de la capital, San José. En noviembre, la policía local descubrió y desmanteló el primer laboratorio de fentanilo, en colaboración con la Agencia Antidrogas de Estados Unidos: una señal importante de que las organizaciones criminales no solo se vuelven más sofisticadas, sino que también están dispuestas a diversificar sus negocios. De hecho, muchas de las pastillas de fentanilo incautadas, como leemos en una investigación publicada recientemente en las páginas del «New York Times», estaban destinadas a los Estados Unidos y Europa, lo que convierte a Costa Rica en un objetivo sensible para los cárteles que buscan nuevos mercados y centros de procesamiento para el fentanilo.
Costa Rica, además, es uno de los pocos países del mundo sin ejército (fue el primero en abolirlo en 1949) y tiene una policía nacional de unos 15.000 agentes para una población de 5,2 millones de habitantes: la vecina Panamá cuenta con 29 mil agentes para 4,4 millones de personas.
Los bosques tropicales también se encuentran entre los lugares más frecuentados por los narcotraficantes, devenidos en el teatro de una guerra silenciosa contra el narcotráfico. De hecho, algunos de los 28 parques que cubren una cuarta parte del territorio nacional se convierten en campo de batalla para los violentos cárteles de la droga que los utilizan como entradas clandestinas al país. Además, en los intrincados manglares, los traficantes han identificado un refugio ideal, es decir, un vasto territorio, escasamente poblado y vigilado, perfecto para el contrabando de la cocaína. El método es sencillo y extremadamente eficaz: los traficantes entran, crean nuevos caminos en los parques para sus camiones, montan los campamentos (con escaños para sentarse y charlar) y esperan en la naturaleza salvaje, entre perezosos y tucanes, la llegada del producto. Los envíos de drogas arriban por barco. Quienes pagan el precio, en primer lugar, son los guardaparques, verdaderos custodios de la belleza natural del país: menos de 300 de ellos vigilan las reservas, armados con rifles aptos apenas para cazar animales pequeños y sin poder para detener a los traficantes, generalmente equipados con ametralladoras y granadas. Sobre esta base, la lucha contra el narcotráfico parece desesperada, sin mencionar que en la selva la señal telefónica es inexistente y, en el mejor de los casos, débil. Además, por la noche, los guardaparques de Costa Rica experimentan situaciones surrealistas: los despierta el ruido de aviones y helicópteros que vuelan a baja altura y aterrizan ilegalmente en el corazón de los bosques, fenómeno que se produce periódicamente.
Siguiendo este modelo, el Parque Nacional Tortuguero, que se extiende sobre la costa caribeña en la provincia de Limón, es uno de los epicentros de esta actividad clandestina: unos 40 kilómetros al sur, está el puerto de Moín, el más grande del país, inaugurado en 2019 en la ciudad de Limón. Aquí la creciente demanda internacional de piñas y bananos – exportados a los Estados Unidos y Europa – ha creado una cobertura perfecta para el tráfico de cocaína: casi el 70% de la droga que ingresa a Costa Rica, según la guardia costera del país, entra por la costa del Pacífico y se esconde entre las frutas destinadas a la exportación. Las frutas y verduras, por otro lado, deben transportarse rápidamente antes de que se echen a perder: característica que ejerce una presión considerable sobre los puertos para despachar los envíos rápidamente. Las consecuencias de este comercio ilegal, por supuesto, son devastadoras. Entre 2020 y 2023, según datos del gobierno, la tasa de homicidios en Costa Rica creció un 53% y lo mismo ocurre en los vecinos países caribeños, donde el aumento de las tasas de homicidios es resultado de la competencia de las pandillas por los mercados de drogas. Las pandillas locales luchan por el control de las rutas dentro del país, en una competencia despiadada por convertirse en el brazo operativo local de grupos criminales mexicanos rivales que operan en el territorio, principalmente los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación.
No sorprende que el presupuesto de seguridad pública haya recibido un aumento del 12% en 2020, después de sufrir recortes en los cinco años anteriores. Acción esta para proteger también al sector turístico que ha mostrado una importante recuperación respecto de los años de la pandemia: según el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) el número de llegadas internacionales por vía aérea en 2023 ha sido de 2,47 millones de turistas, registrando un aumento del 16,7% respecto a 2022. A pesar del aumento del narcotráfico, es necesario señalar que Costa Rica continúa ofreciendo a sus visitantes una experiencia segura y fascinante en términos de biodiversidad, así como de cultura.
Los principales atractivos turísticos, como el Parque Nacional Manuel Antonio, el Parque Natural Marino Ballena y el Volcán Arenal siguen siendo destinos libres de riesgos y altamente controlados por las autoridades locales y las fuerzas del orden. Incluso las playas de la costa del Pacífico, incluidas Playa Hermosa y Playa Conchal, son seguras y están bien administradas. Sin embargo, para garantizar una estancia sin preocupaciones, siempre es útil seguir algunas reglas sencillas de sentido común. Número uno: dejar en casa la ambición de convertirse en exploradores solitarios en busca de aventuras entre ríos y bosques, cual un nuevo Indiana Jones. Te arriesgas no solo a cruzarte con narcotraficantes armados como en una película de James Bond, sino también con cocodrilos hambrientos, arañas, serpientes venenosas y quién sabe qué otros peligros misteriosos de los que nadie ha hablado nunca porque nunca volvieron para contarlo.
Separadamente, en un mensaje a sus amigos, la periodista Clerici explicó: “Por un momento dejé de lado las cuestiones económicas para compartir una alegría personal: se ha publicado un artículo mío en ‘7 Corriere della Sera’. Un doble sueño hecho realidad, pues siempre quise escribir para este semanario y porque Costa Rica, el lugar donde viví mis momentos más felices con mi padre, está en el centro de esta historia. Vida Pura. Siempre. Más allá de cualquier paraíso perdido”.
Nuevas rutas de narcotráfico entre perezosos y tucanes. El país centroamericano, cuna de surfistas y amantes de la naturaleza, renunció a tener ejército en 1949 e hizo de la “pura vida” una filosofía nacional. Ahora ha terminado en el radar de los narcos: los bosques son un lugar seguro para el contrabando de cocaína y
Nuevas rutas de narcotráfico entre perezosos y tucanes.
El país centroamericano, cuna de surfistas y amantes de la naturaleza, renunció a tener ejército en 1949 e hizo de la “pura vida” una filosofía nacional. Ahora ha terminado en el radar de los narcos: los bosques son un lugar seguro para el contrabando de cocaína y fentanilo.
Por Carlotta Clerici, Semanario “7 Corriere della Sera” (Milán)
Cuando mi padre, en 1997, nos contó su decisión de irse a vivir a Costa Rica durante seis meses al año, todos nos quedamos sin palabras. Era un hombre que amaba la vida, incluso demasiado, y hoy me resulta menos complicado entenderlo: es fácil dejarse seducir por la paz y la belleza incontaminada de un lugar que parece pertenecer a otra dimensión. Porque Costa Rica es desde hace décadas símbolo de la “pura vida”, un lema capaz de atraer a viajeros de todos los rincones del planeta: parejas en luna de miel, surfistas (entre los aficionados primerizos, incluso la estadounidense Kelly Slater, 11 veces campeona mundial de surf), observadores de aves, entusiastas del yoga, devotos de los saludos al sol. Sin embargo, ahora, esa “pura vida” resuena como un eco distorsionado, ya que Costa Rica atraviesa un momento tan complicado que empujó al gobierno a solicitar ayuda a la Unión Europea para contrarrestar la ola de violencia vinculada a las actividades de los narcotraficantes.
De hecho, el año pasado las autoridades incautaron 21 toneladas de cocaína: solo una fracción de los cientos de toneladas que se estima pasan tranquilamente por el país cada año. Pero no es solo la cocaína lo que preocupa a las autoridades costarricenses: el fentanilo, un opioide sintético, también ha comenzado a ampliar su presencia, invadiendo los suburbios de la capital, San José. En noviembre, la policía local descubrió y desmanteló el primer laboratorio de fentanilo, en colaboración con la Agencia Antidrogas de Estados Unidos: una señal importante de que las organizaciones criminales no solo se vuelven más sofisticadas, sino que también están dispuestas a diversificar sus negocios. De hecho, muchas de las pastillas de fentanilo incautadas, como leemos en una investigación publicada recientemente en las páginas del «New York Times», estaban destinadas a los Estados Unidos y Europa, lo que convierte a Costa Rica en un objetivo sensible para los cárteles que buscan nuevos mercados y centros de procesamiento para el fentanilo.
Costa Rica, además, es uno de los pocos países del mundo sin ejército (fue el primero en abolirlo en 1949) y tiene una policía nacional de unos 15.000 agentes para una población de 5,2 millones de habitantes: la vecina Panamá cuenta con 29 mil agentes para 4,4 millones de personas.
Los bosques tropicales también se encuentran entre los lugares más frecuentados por los narcotraficantes, devenidos en el teatro de una guerra silenciosa contra el narcotráfico. De hecho, algunos de los 28 parques que cubren una cuarta parte del territorio nacional se convierten en campo de batalla para los violentos cárteles de la droga que los utilizan como entradas clandestinas al país. Además, en los intrincados manglares, los traficantes han identificado un refugio ideal, es decir, un vasto territorio, escasamente poblado y vigilado, perfecto para el contrabando de la cocaína. El método es sencillo y extremadamente eficaz: los traficantes entran, crean nuevos caminos en los parques para sus camiones, montan los campamentos (con escaños para sentarse y charlar) y esperan en la naturaleza salvaje, entre perezosos y tucanes, la llegada del producto. Los envíos de drogas arriban por barco. Quienes pagan el precio, en primer lugar, son los guardaparques, verdaderos custodios de la belleza natural del país: menos de 300 de ellos vigilan las reservas, armados con rifles aptos apenas para cazar animales pequeños y sin poder para detener a los traficantes, generalmente equipados con ametralladoras y granadas. Sobre esta base, la lucha contra el narcotráfico parece desesperada, sin mencionar que en la selva la señal telefónica es inexistente y, en el mejor de los casos, débil. Además, por la noche, los guardaparques de Costa Rica experimentan situaciones surrealistas: los despierta el ruido de aviones y helicópteros que vuelan a baja altura y aterrizan ilegalmente en el corazón de los bosques, fenómeno que se produce periódicamente.
Siguiendo este modelo, el Parque Nacional Tortuguero, que se extiende sobre la costa caribeña en la provincia de Limón, es uno de los epicentros de esta actividad clandestina: unos 40 kilómetros al sur, está el puerto de Moín, el más grande del país, inaugurado en 2019 en la ciudad de Limón. Aquí la creciente demanda internacional de piñas y bananos – exportados a los Estados Unidos y Europa – ha creado una cobertura perfecta para el tráfico de cocaína: casi el 70% de la droga que ingresa a Costa Rica, según la guardia costera del país, entra por la costa del Pacífico y se esconde entre las frutas destinadas a la exportación. Las frutas y verduras, por otro lado, deben transportarse rápidamente antes de que se echen a perder: característica que ejerce una presión considerable sobre los puertos para despachar los envíos rápidamente. Las consecuencias de este comercio ilegal, por supuesto, son devastadoras. Entre 2020 y 2023, según datos del gobierno, la tasa de homicidios en Costa Rica creció un 53% y lo mismo ocurre en los vecinos países caribeños, donde el aumento de las tasas de homicidios es resultado de la competencia de las pandillas por los mercados de drogas. Las pandillas locales luchan por el control de las rutas dentro del país, en una competencia despiadada por convertirse en el brazo operativo local de grupos criminales mexicanos rivales que operan en el territorio, principalmente los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación.
No sorprende que el presupuesto de seguridad pública haya recibido un aumento del 12% en 2020, después de sufrir recortes en los cinco años anteriores. Acción esta para proteger también al sector turístico que ha mostrado una importante recuperación respecto de los años de la pandemia: según el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) el número de llegadas internacionales por vía aérea en 2023 ha sido de 2,47 millones de turistas, registrando un aumento del 16,7% respecto a 2022. A pesar del aumento del narcotráfico, es necesario señalar que Costa Rica continúa ofreciendo a sus visitantes una experiencia segura y fascinante en términos de biodiversidad, así como de cultura.
Los principales atractivos turísticos, como el Parque Nacional Manuel Antonio, el Parque Natural Marino Ballena y el Volcán Arenal siguen siendo destinos libres de riesgos y altamente controlados por las autoridades locales y las fuerzas del orden. Incluso las playas de la costa del Pacífico, incluidas Playa Hermosa y Playa Conchal, son seguras y están bien administradas. Sin embargo, para garantizar una estancia sin preocupaciones, siempre es útil seguir algunas reglas sencillas de sentido común. Número uno: dejar en casa la ambición de convertirse en exploradores solitarios en busca de aventuras entre ríos y bosques, cual un nuevo Indiana Jones. Te arriesgas no solo a cruzarte con narcotraficantes armados como en una película de James Bond, sino también con cocodrilos hambrientos, arañas, serpientes venenosas y quién sabe qué otros peligros misteriosos de los que nadie ha hablado nunca porque nunca volvieron para contarlo.
Separadamente, en un mensaje a sus amigos, la periodista Clerici explicó: “Por un momento dejé de lado las cuestiones económicas para compartir una alegría personal: se ha publicado un artículo mío en ‘7 Corriere della Sera’. Un doble sueño hecho realidad, pues siempre quise escribir para este semanario y porque Costa Rica, el lugar donde viví mis momentos más felices con mi padre, está en el centro de esta historia. Vida Pura. Siempre. Más allá de cualquier paraíso perdido”.
Nacionales – Diario Digital Nuestro País