<p>El pasado viernes tuve la suerte de acompañar la presentación de <i>Orphanik</i>, un anuario publicado por la Escuela de escritores en el que se recopilan textos escritos por los alumos del Curso de crítica. O sea, un vistazo a un futuro posible en el que la crítica resiste frente a la precariedad laboral, la expansión de pensamiento artificial y la normalización de la pereza intelectual. Una inmensa mayoría de lectores a día de hoy no puedan explicar qué diferencia hay entre una crítica y una opinión. O consideran que la crítica se distingue del <i>comment </i>en el tamaño del texto, la autoridad del medio que la publica o los años que lleva el autor dándole a la manivela. Y no, <strong>encadenar adjetivos populistas y fórmulas recurrentes de la escuela «soplo de aire fresco» no cuenta como crítica aunque tenga tres mil caracteres, se haya cobrado bien y el escritor sea de la vieja guardia.</strong> La auténtica crítica cinematográfica se escribe con la vocación de que el lector salga de ella más sabio, incluso más culto, con más herramientas para afilar la sensibilidad propia y comprender la ajena. Cuánto le debo a críticas tan formativas como la que Jordi Costa dedicó a <i>Twin Peaks: Fuego camina conmigo</i> en la insólita <i>Fantastic Magazine</i> en 1994, poco antes de que se cancelase su estreno en salas españolas y se consolidase un desprecio generalizado hacia Lynch que duró hasta el cambio de milenio.</p>
Tiene poco sentido convertir ‘Twin Peaks’ en una cita interminable si descuidamos a los directores que, como Lynch, sobreviven al margen de lo que recomiendan los festivales y los multicines
El pasado viernes tuve la suerte de acompañar la presentación de Orphanik, un anuario publicado por la Escuela de escritores en el que se recopilan textos escritos por los alumos del Curso de crítica. O sea, un vistazo a un futuro posible en el que la crítica resiste frente a la precariedad laboral, la expansión de pensamiento artificial y la normalización de la pereza intelectual. Una inmensa mayoría de lectores a día de hoy no puedan explicar qué diferencia hay entre una crítica y una opinión. O consideran que la crítica se distingue del comment en el tamaño del texto, la autoridad del medio que la publica o los años que lleva el autor dándole a la manivela. Y no, encadenar adjetivos populistas y fórmulas recurrentes de la escuela «soplo de aire fresco» no cuenta como crítica aunque tenga tres mil caracteres, se haya cobrado bien y el escritor sea de la vieja guardia. La auténtica crítica cinematográfica se escribe con la vocación de que el lector salga de ella más sabio, incluso más culto, con más herramientas para afilar la sensibilidad propia y comprender la ajena. Cuánto le debo a críticas tan formativas como la que Jordi Costa dedicó a Twin Peaks: Fuego camina conmigo en la insólita Fantastic Magazine en 1994, poco antes de que se cancelase su estreno en salas españolas y se consolidase un desprecio generalizado hacia Lynch que duró hasta el cambio de milenio.
Todo se triangula porque Jordi Costa fue quien me invitó al evento y porque este año Orphanik incluye un monográfico dedicado a Twin Peaks lleno de apuntes concretos, valiosos y sinceros. Pero fue otra triangulación la que me empujó a cerrar con un apunte amargo. La entrevista en las últimas páginas a Pablo Hernando, autor de la fantasmagórica Una ballena, y la presencia en la sala de Julián Génisson, director de Inmotep, un conjuro protagonizado por setecientas fotos de stock y la luz del sol, me hicieron recordar al añorado lynchómano cum laude Ramón Torrente, que me chivó que la cámara con la que Lynch grabó Inland Empire se subastó por una cifra mayor que lo que costó financiarla. Y señalé el poco sentido que tiene convertir Twin Peaks en una cita interminable si descuidamos a los directores que, como Lynch, sobreviven al margen de lo que recomiendan los festivales y los multicines. El culto a Lynch no puede hacer olvidar el poco poder que tenía frente a la industria, su trágica cantidad de proyectos frustrados. Fue un autor que demandó la misma curiosidad, osadía y sensibilidad que ahora exigen cineastas como Hernando y Génisson. Prestarles atención a tiempo, ser militantes de lo extraordinario aquí y ahora muestra más respeto al legado de Lynch que todas sus películas en formato 4K compartiendo estantería con el funko del Agente Cooper.
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