<p>Las coordenadas 35°50’01» norte 13°14’00» oeste corresponden al lugar exacto del Océano Atlántico <strong>(680 kilómetros al oeste de Gibraltar, 470 kilómetros al noreste de Madeira)</strong> en el que la <strong>Armada Española</strong> encontró, el 9 de agosto de 1780 su aguja en el pajar y se apuntó <strong>el mayor botín de su historia</strong>. Fue la mayor debacle que vivió nunca la <strong>Royal Navy</strong> y la peor jornada de la que hay registro para las compañías aseguradoras de Londres. Ese día, después de varios avistamientos confusos, la flota dirigida por <strong>Luis de Córdova</strong> (33 navíos de guerra españoles y otros 10 franceses) embolsó, en medio del mar, al doble convoy que había partido desde Portsmouth el 29 de agosto con 53 transportes y tres buques de guerra con el fin de mantener a las tropas inglesas en América del Norte, en guerra contra las 13 Colonias, y de llevar suministros a Asia para preparar una invasión británica sobre las islas Filipinas. <strong>52 buques ingleses fueron confiscados junto a 80.000 fusiles en aquella acción</strong>. También cayeron <strong>294 cañones y ropa para vestir a 12 regimientos</strong>, y 2.700 militares británicos fueron apresados. Los captores no tuvieron que combatir ni perdieron un solo hombre. Se aparecieron ante sus presas de la nada, en medio de un día veraniego de calima, como una presencia tan abrumadora que no dio ocasión ni a lanzarse a una fuga suicida. Cuando la noticia del desastre llegó a Londres, <strong>los miembros del Gobierno de Jorge III se dijeron que habían perdido la guerra en América</strong>.</p>
El 9 de agosto de 1780, España provocó la peor debacle que vivió nunca la Royal Navy. Rafael Torres analiza en su último libro cómo 80 años de formación lograron que la Armada reinara en el mar
Las coordenadas 35°50’01» norte 13°14’00» oeste corresponden al lugar exacto del Océano Atlántico (680 kilómetros al oeste de Gibraltar, 470 kilómetros al noreste de Madeira) en el que la Armada Española encontró, el 9 de agosto de 1780 su aguja en el pajar y se apuntó el mayor botín de su historia. Fue la mayor debacle que vivió nunca la Royal Navy y la peor jornada de la que hay registro para las compañías aseguradoras de Londres. Ese día, después de varios avistamientos confusos, la flota dirigida por Luis de Córdova (33 navíos de guerra españoles y otros 10 franceses) embolsó, en medio del mar, al doble convoy que había partido desde Portsmouth el 29 de agosto con 53 transportes y tres buques de guerra con el fin de mantener a las tropas inglesas en América del Norte, en guerra contra las 13 Colonias, y de llevar suministros a Asia para preparar una invasión británica sobre las islas Filipinas. 52 buques ingleses fueron confiscados junto a 80.000 fusiles en aquella acción. También cayeron 294 cañones y ropa para vestir a 12 regimientos, y 2.700 militares británicos fueron apresados. Los captores no tuvieron que combatir ni perdieron un solo hombre. Se aparecieron ante sus presas de la nada, en medio de un día veraniego de calima, como una presencia tan abrumadora que no dio ocasión ni a lanzarse a una fuga suicida. Cuando la noticia del desastre llegó a Londres, los miembros del Gobierno de Jorge III se dijeron que habían perdido la guerra en América.
La acción del 9 de agosto de 1780 es el núcleo de Caza al convoy. El triunfo de la Armada española, de Rafael Torres (Desperta Ferro), aunque lo interesante está en el camino, en todo lo que llevó hasta esa acción que, en parte, fue un milagro y, en parte, el resultado de 80 años de trabajo y planificación. Durante el siglo XVIII, la Marina española mejoró promoción a promoción, almirante a almirante, hasta llegar a 1780 convertida en un arma de élite, equiparable en tecnología, conocimiento y redes de información a la hegemónica Royal Navy. El botín de los 52 buques fue la culminación.
«Yo escribí en 2018 Historia de un triunfo. La Armada española en el siglo XVIII, que era el relato de esa construcción desde un plano estructural», explica Rafael Torres, historiador y catedrático de la Universidad de Navarra. «El éxito de la Armada no fue una apuesta de un ministro ni de un rey, fue el trabajo de varias generaciones de españoles en toda la monarquía, en Filipinas, en Perú, en España, que empujaron y mantuvieron ese proyecto de Estado. Y en este libro aparece su gran triunfo, la década de 1780, el momento en el que coincidieron varias generaciones de marinos ya muy formados, muy bien educados e insertados en una estructura que estaba muy trabajada en su funcionamiento. Estos marinos no solo fueron militares, también fueron funcionarios muy cualificados y actuaron como administradores de alto nivel. Fueron políticos, estrategas con una formación más completa de lo que se espera de un militar. Su gran prueba fue la guerra en el mar contra Gran Bretaña. Y ganaron».
«El éxito no fue fruto de la apuesta de un ministro ni de un rey, fue el proyecto de Estado de varias generaciones»
Rafael Torres, historiador
Un poco de contexto. En 1780, la monarquía borbónica estaba aliada a Francia y pertinazmente enfrentada a Gran Bretaña. Cuando la Guerra de la Independencia estalló en América del Norte, franceses y españoles se pusieron en marcha e hicieron lo posible para que sus enemigos fueran derrotados. Bloquearon el comercio marítimo en Gran Bretaña, amagaron con una invasión y lograron que las tropas españolas abrieran en Florida y Texas un segundo frente dirigido por Bernardo de Gálvez. Como parte de ese esfuerzo, ingleses y españoles se lanzaron a un juego de presas y depredadores en el Atlántico. La Armada se propuso interceptar las líneas de suministro que mantenían a las tropas inglesas en América y la Royal Navy trató de dejar a Gálvez desconectado de España. Los españoles lo lograron y los ingleses, no. ¿Por qué?
Por el espionaje. «Es muy interesante el papel del espionaje español. La red de espías españoles funcionó perfectamente durante toda la guerra y antes incluso de que estallara», asegura Torres. «En España se supo perfectamente lo que estaba pasando en Norteamérica porque había infiltrados dentro del Gobierno de Gran Bretaña, igual que en las grandes ciudades de América. La información iba desde el norte hasta La Habana, o desde Londres a París y Lisboa, y de ahí, a España. Los ingleses tienen también su red de espionaje, ojo. Hubo dos estructuras paralelas en una lucha silenciosa por saber por dónde viajaban los respectivos convoys».
¿Quiénes eran esos espías? «Había españoles y había muchos irlandeses», responde el autor. «Para los españoles, la clave siempre fueron los irlandeses, porque eran católicos y vivían en conflicto con los ingleses, así que estaban dispuestos a ponerse de su lado. Algunos irlandeses habían hecho carrera en la Administración y la Armada de Gran Bretaña. Había mucha presencia también en Estados Unidos. O’Reilly, Pollock, hay muchos nombres irlandeses en la Guerra de la Independencia».
Torres continúa con la explicación: «Hasta ahora se ha interpretado la Guerra de Independencia de Estados Unidos como una guerra terrestre, de infanterías y artillería. Pero para que eso ocurriera, allí había que llevar cosas. Y eso sólo era posible a través de convoyes. No había otra manera. El convoy se convirtió en el objeto más precioso de la guerra, el que marcaba el éxito o el fracaso si el enemigo lo capturaba. España hizo su gran convoy para abrir el segundo frente en Norteamérica, desde el sur, y así desequilibrar los combates. Gran Bretaña trató de interceptarlo sin éxito, mientras que España sí supo por dónde pasaría el convoy inglés. Sus redes de espionaje funcionaron, tuvo información sobre el punto exacto, la noche exacta, en el momento exacto y hubo una escuadra esperando al doble convoy británico. No era nada fácil, la operación tuvo que ser perfecta».
¿No hubo negligencia de los ingleses? «Hubo una lógica equivocada. Juntar dos convoyes indicaba que existía temor a un ataque enemigo. Los ingleses creyeron que así estaría mejor protegido, que, por mal que fueran las cosas, las pérdidas no serían completas. En realidad, pusieron el premio más alto todavía. Fue la mayor pérdida de buques que ha tenido Gran Bretaña en toda su historia», explica el historiador.
«Había una ventaja para España: que ya estaba en guerra. La Armada llevaba ya seis años movilizada y navegando. Eso ayuda mucho»
¿La tecnología española, tanto en navegación como en capacidad de combate, era equiparable a la de los ingleses? «Sí, exactamente igual», aclara. «Las dos armadas estaban todo el rato mirándose y todo el rato copiándose. Una parte importante del espionaje consistía en copiar las novedades tecnológicas. Pero había una ventaja para España: que ya estaba en guerra. La Armada llevaba ya seis años movilizada y navegando. Eso ayuda mucho».
Aquella marina tan cualificada, profesional e intelectualmente, no tuvo, sin embargo, continuidad durante el siglo XIX. «En 1793, el Estado entró en bancarrota», recuerda Torres. Gran Bretaña había aprendido de su derrota y bloqueó el comercio con América. Desde 1793, el sistema entró en parálisis y la Armada dejó de construir buques. Dejó, incluso, de repararlos».
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