<p>Ahora <strong>Robe </strong>le gustaba a todo el mundo. No hay nada como morirse para descubrir farsantes. ‘¿Dónde están mis amigos?’, se preguntaba <strong>Extremoduro </strong>en su cuarto disco, cuando aún tocaban en las salas modestas de rock tipo Canciller, muy al margen de lo que sí molaba entre los jóvenes <i>cool</i> de mediados de los 90, el grunge, el britpop y el incipiente indie, <strong>Nirvana</strong>, <strong>Oasis </strong>y <strong>Los Planetas</strong>. Bien, pues ya tienen respuesta: sus amigos estaban en su funeral.</p>
No hay nada como morirse para descubrir farsantes. ‘¿Dónde están mis amigos?’, se preguntaba Extremoduro cuando aún tocaban en las salas modestas. Pues ya lo saben: estaban en su funeral
Ahora Robe le gustaba a todo el mundo. No hay nada como morirse para descubrir farsantes. ‘¿Dónde están mis amigos?’, se preguntaba Extremoduro en su cuarto disco, cuando aún tocaban en las salas modestas de rock tipo Canciller, muy al margen de lo que sí molaba entre los jóvenes cool de mediados de los 90, el grunge, el britpop y el incipiente indie, Nirvana, Oasis y Los Planetas. Bien, pues ya tienen respuesta: sus amigos estaban en su funeral.
Entro en Twitter y hasta cuentas oficiales de canales de televisión ponen tuits con sus letras, generalmente del Agila, claro. Tipos a los que Robe escupiría en la cara cuentan, muy emocionados, que una vez ligaron al son de So payaso. Mentira. Ambas cosas. Recorro la colección de fotos del genio en que se han convertido las historias de Instagram y me pregunto cuántos de estos fans dolientes habrán escrito en Google «Rober Iniesta» al buscar una foto con la que exhibir su inmensa pena.
Joder, qué ganas de mostrarse cuando a mí lo único que me apetece es hundirme en el sofá y poner un disco. El Rock transgresivo para la ira inicial, el Canciones prohibidas para la nostalgia inevitable y La ley innata para la admiración eterna. Han pasado ya 24 horas y sigo sin saber qué decir, qué escribir.
Medito sobre ese impulso grinch (y esnob) de sentirte el único fan real en un mundo de postureo. Una reacción alentada, quizás, por el dolor de que uno de los artistas de tu vida, uno que aún seguía regalando belleza de manera constante, uno que debería haber muerto tantas veces que había acabado por hacernos creer que no caería nunca, se te muera un miércoles cualquiera por la mañana y sin previo aviso. Esperabas que Robe se marchase de noche y en pleno estallido de ira y fuego, no mediante un tibio comunicado de prensa en horario de funcionario. Tras ese primer arranque de odio contra todo, pienso que estoy equivocado.
Porque esta es la muerte que merecía Robe. Una que empuja a elogiarle a Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo y Pablo Iglesias; al X, al millennial y al Z; al heavy y al pijo; a Viva Suecia y al Museo del Prado; al rojo y al facha. Y sí, hay mucha pose, pero lo que indica el número de farsantes es el calibre de tu grandeza y, además, la mayoría del dolor es sincero porque hay obras que trascienden cualquier veleidad. Pocas, muy pocas, pero la de Robe es una de ellas. Es hermoso ver que se le reconoce y se le sitúa en el Panteón que le corresponde. Y si tu manera de hacerlo es colgar en cualquier red social una foto del poeta desastrado y un emoji con una lagrimita, así sea. Yo también soy ese puto emoji.
Ahora Robe le gustaba a todo el mundo. Pues claro, coño.
Cultura
